lunes, 14 de abril de 2025

12 abril 2025 La Razón

 

12 abril 2025



Por qué un azucarillo fue la pista más fiable del primer atentado yihadista en España

La bomba de El Descanso iba contra los soldados estadounidenses destinados en la base aérea de Torrejón de Ardoz

Han pasado cuatro décadas, y aún no hay una sola condena. Ni un autor conocido. Ni una respuesta definitiva. Un azucarillo, tomado sin más como prueba de su autoría, se convirtió en el principal testigo mudo de la masacre. El terrorista estuvo allí, en la barra del restaurante, con la mochila cargada de explosivos. Fingió esperar mesa, no consta si pidió un café, pero se llevó ese azucarillo como firma, dejando la bomba junto a la puerta de los baños antes de convertirse en un fantasma y activar la masacre.

El restaurante El Descanso, famoso por el aroma de sus costillas a la parrilla, se convirtió así en el escenario del primer atentado de corte yihadista cuyo objetivo eran los soldados estadounidenses de la Base de Torrejón de Ardoz. El olor a parrilla se tornó en aire seco, ácido, asfixiante; una mezcla de polvo, escombros y muerte. Fueron asesinadas 18 personas, todas españolas y 84 resultaron heridas. Es el tercer atentado más mortífero del siglo XX en España –después de la matanza del 11-M y del de Hipercor– y, sin embargo, sigue siendo uno de los más olvidados.

El acto terrorista no fue obra de ETA, aunque el país aún vivía bajo su sombra y en un principio se pensó que eran los autores. Pero se descartó por el tipo de explosivo. Todas las bandas armadas trataron de reivindicarlo de una forma u otra.

Cuando la vida se paró

Arturo Rodríguez Pato y su mujer, Cristina Salado, estaban ese día de celebración. Habían ido con otra pareja de amigos a cenar al restaurante, pero no habían estado antes allí. «Arturo había sacado una oposición buenísima -de seguridad- en Presidencia de Gobierno», apunta Cristina que recuerda que estaban en la barra del restaurante esperando mesa para cenar cuando el edificio comenzó a temblar. Todo saltó por los aires, también sus vidas. Llevaban cinco años casados y soñaban con comprar un piso y seguir construyendo una vida juntos. Cristina sobrevivió tras permanecer dos horas bajo los escombros. Tardaron tres días en comunicarle la muerte de su marido. «Lo intuía porque Arturo y yo estábamos muy unidos. Dejé de sentirle y me dije: ‘Ya no está». A él «le recuerdo con muchísimo amor. Era todo para mí». A veces, rememora aquella noche como si fuera una escena congelada en el tiempo: la conversación trivial sobre el trabajo, los planes, la celebración. Y de repente, el silencio. El vacío. «Teníamos tanto por delante…». Pero la vida como la conocía terminó en ese instante. «Mi familia se enteró por otros de lo que me había pasado». Durante mucho tiempo, Cristina no habló sobre ello y se refugió en el trabajo. «Decía que había sido un accidente. Me costó mucho reconocer que no, que aquello fue un atentado contra mi vida, y contra la vida de todos los que estábamos allí». Con el paso de los años, el silencio en torno a lo ocurrido se convirtió en una herida más, y lamenta que «parece como si nunca hubiera pasado». Y es que hay muchos que no saben ni que existió.

Víctor tenía tres años. "Soy el niño del jersey rojo", dice mientras contempla la fotografía en la que aparece con su madre en brazos mientras toma una piruleta. Esa imagen forma parte del recuerdo que, junto a otros retratos, recoge una muestra que se podrá visitar en la Delegación del Gobierno hasta finales de mes. Él también estaba en el restaurante con sus padres, en la terraza, pero María de la Cruz García, costurera de profesión, su madre, había entrado al baño. Le cogió de lleno la explosión. De pequeño preguntaba mucho por ella y «siempre me decían: luego vendrá». Poco a poco le fueron diciendo eso de: «Tu mamá está en el cielo» hasta que supo que «se la habían llevado por motivos que no tenían nada que ver con ella». No investigó más porque «es un tema muy tabú. Viví con el trauma de haber tenido una familia distinta a la mayoría», apunta. Asegura que ha sentido un «dèjá vu» cuando se han producido atentados similares. «Me identifico con las víctimas. La gente no tiene ni idea de cómo se vive y lo que ocurre en las demás familias», subraya.

El artefacto estalló pasadas las 22:30 horas, justo cuando muchos de los soldados que habían estado allí ya se marchaban, otros habían cenado horas antes. La potencia del explosivo de una mezcla de nitrato de potasio y azufre o derivados provocó el derrumbe del edificio sepultando, sobre todo, a los que se encontraban en otro comedor.

¿Por qué El Descanso?

Durante los años 80, los atentados contra intereses norteamericanos se multiplicaban por todo el mundo. La intervención de EE.UU. en el Líbano y su presencia militar en Oriente Medio los convertían en blanco habitual del terrorismo islamista. En Europa, grupos como Acción Directa en Francia o las Brigadas Rojas en Italia hacían su guerra ideológica. En España, sin embargo estos ataques eran casi desconocidos… hasta el de «El Descanso».

A las pocas horas de lo ocurrido, la sospecha se convirtió en pista firme: un diario árabe recibió una carta de reivindicación con un sobre de azúcar del propio restaurante. El grupo que firmaba era «WAAD» –La Promesa– una facción del Frente Popular para la Liberación de Palestina. En el mensaje, asumían el atentado, afirmaban que su objetivo eran las tropas americanas, y pedían perdón por las víctimas españolas, las únicas que fueron asesinadas aquel día. –Esa pista es la más fiable sobre la autoría y la única línea que aportaba información–. A partir de ahí, la investigación se desarrolló entre tinieblas y varias teorías.

El sumario pasó a la Audiencia Nacional, pero nunca se identificó a los autores. España carecía entonces de experiencia y herramientas para investigar terrorismo internacional, destaca Manuel Aguilar, comisario de la muestra. Entonces no había cooperación internacional real, ni especialistas en terrorismo yihadista. Luis de la Corte, quien ha investigado sobre el atentado y lo ha plasmado en un libro: «Un extraño atentado», subraya la confusión de lo ocurrido y los escasos o nulos resultados que dio la investigación además de que, considera que entonces había otras prioridades, como el zarpazo constante de ETA.

Archivo del caso

Tras dos años sin avances, en 1989 el caso se cerró «por falta de autor conocido». A pesar del cierre judicial, en los años siguientes surgieron tres líneas de investigación que alimentaron dudas e hipótesis y la más firme llevaba a Mustafá setmarian Nasar,  alias Abu Musab al-Suri, sirio que residió en España y terminó siendo uno de los ideólogos de Al Qaeda más adelante. En 1985 aún no estaba vinculado a la yihad global. Uno de los retratos robot elaborados tras el atentado guarda cierto parecido con él, lo que años después motivó la reapertura del caso. Sin embargo, ese retrato fue descartado por la policía, aunque no se especifica en la investigación el porqué, precisa De la Corte. Lo que sí se supo con certeza es que en ese año estaba ya en nuestro país y que, según las investigaciones buscaba casarse con una española, como así hizo, para lograr la nacionalidad. Se perdió la pista de Setmarian tras su auge con foto incluida en las montañas con Ben Laden.

La investigación no consiguió avanzar a pesar de que incluso, se practicó la hipnosis a uno de los heridos norteamericanos como consta en las diligencias. Buscaban recabar más detalles del terrorista que dejó la mochila bomba, pero no condujo a nada.

Otra rama de investigación se centró en el grupo chií radical «Yihad Islámica» e incluso hubo otra vía que apuntó a Monzer Al Kassar, un traficante de armas sirio afincado en Marbella con conexiones con grupos armados y servicios secretos. El juez Baltasar Garzón lo interrogó en relación con el atentado de El Descanso, pero nunca se halló que participara.

Todo sigue siendo un misterio. «La justicia no nos habría devuelto lo perdido, pero al menos habría aliviado algo», señala Cristina. Y «El Descanso», se tornó en impunidad.

 

 

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