viernes, 23 de noviembre de 2018

18 noviembre 2018 (2) Diario Vasco (opinión)

18 noviembre 2018 


Cuando Covite puso voz a las víctimas
El colectivo nació en Donostia hace 20 años para defender los derechos de los afectados por el terrorismo | Teresa Díaz Bada, Cristina Cuesta y Consuelo Ordóñez unieron sus fuerzas para pelear por la memoria y la justicia
La idea de Teresa Díaz Bada, la energía de Consuelo Ordóñez y los contactos de Cristina Cuesta se conjugaron en el otoño de hace 20 años para poner voz, por primera vez como colectivo, a las víctimas del terrorismo en Euskadi, «sumidas en aquellos años en el ostracismo». La inmensa mayoría eran víctimas de ETA, pero también las había del GAL.
Era la tregua de ETA de 1998, pero desconocían que aún se sumarían a la lista de casi 800 asesinados casi otros sesenta. Su reto era poder «tomar visibilidad». «No éramos un agente social, no teníamos una voz propia, estábamos ocultas. Cada uno vivía su particular vía crucis en la más estricta soledad. Después de un atentado se hablaba un poco de la familia, de las circunstancias, pero luego desaparecíamos», rememoran. Estas tres mujeres donostiarras dieron entonces los primeros pasos del Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco. En el el acto fundacional que tuvo lugar en el hotel Orly de San Sebastián, el 28 de noviembre de 1998, se decidió bautizar la asociación con el nombre de Covite. Con ese motivo, el próximo sábado, y en plena polémica por el programa Herenegun!, conmemorarán dos décadas de pelea por los derechos de los damnificados por el terrorismo, en un acto que tendrá lugar en el Palacio Miramar.
La actual presidenta del colectivo, Consuelo Ordóñez, que sucedió en el cargo a Díaz Bada y Cuesta, cree que la existencia de Covite sigue siendo necesaria «porque hay logros pendientes que merecen nuestro compromiso».
Página final
Ordóñez defiende que solo podrán pasar la página final del colectivo «cuando se marque una línea divisoria clara entre quienes han defendido el Estado de derecho y quienes han intentado destruirlo», y cuando haya una distinción «entre vencedores y vencidos y las víctimas seamos parte de los vencedores».
Teresa Díaz Bada, una de las hijas del superintendente de la Ertzaintza Carlos Díaz Arcocha, asesinado por ETA el 7 de marzo de 1985, fue quien llamó por teléfono a la hija de Enrique Cuesta, víctima mortal del atentado perpetrado por los Comandos Autónomos Anticapitalista el 26 de marzo de 1982, y a la hermana del concejal del PP de San Sebastián tiroteado en un bar de la Parte Vieja, el 23 de enero de 1995.
Compartió con ellas su idea: «No puede ser que otros sigan hablando en nuestro nombre. Necesitamos una voz desde el País Vasco». Las tres vivían en Gipuzkoa, territorio especialmente «azotado por el terrorismo, con muchas víctimas ocultadas y abandonadas institucionalmente».
Por su bagaje en los movimientos pacifistas, Cristina Cuesta sabía cómo ponerse manos a la obra para movilizar y crear una asociación. Por aquel entonces, la hija de Enrique Cuesta dedicaba todas las horas que podía a Denon Artean, donde ya en los años 80 se había fijado como prioridad «atender a las víctimas, estar cerca de ellas y ver cuál era la situación por la que atravesaban». Recuerda que abrieron una oficina en la calle Zabaleta del barrio donostiarra de Gros. «Pagamos de nuestro bolsillo un anuncio en los medios de comunicación para hacer un llamamiento a las víctimas, donde pusimos un número de teléfono para que se pusieran en contacto con nosotros. Fueron apareciendo afectados, de algunos de ellos no sabíamos casi nada. Más de 80 familias se armaron de valor y dieron la cara después de años de vivir ocultas», rememora. Con todos aquellos contactos y otros que fueron llegando, reunieron a 212 familiares de víctimas que el 28 de noviembre de 1998, en plena tregua de ETA, apoyaron y presentaron un manifiesto en el que exigían «protagonismo» en el proceso de paz y que ETA pidiera «perdón».
Su iniciativa tuvo mucho eco y con el tiempo comenzaron a organizarse en comisiones de trabajo. «Unos se dedicaron a hablar con los obispos y a organizar funerales, otros se volcaron para conseguir que hubiera monumentos en recuerdo de las víctimas del terrorismo, en cada una de las capitales vascas, y el resto se sumaba a todo lo que iba surgiendo», repasan.
La chiribita de Ibarrola
El escultor Agustín Ibarrola fue el autor del logo de Covite. «Esa chiribita dice mucho de nosotros, es la alegría de vivir. Siempre le estaremos agradecidas porque además fue todo gratuito, se puso a nuestra completa disposición», explica Cuesta.
Un hito muy importante de la vida de Covite fue la decisión que tomó el colectivo tras la ruptura de la tregua de 1998: «Nuestro objetivo fue salir en época de tregua porque se estaba hablando del final del terrorismo, pero resultó especialmente valiente tomar la decisión de seguir. A pesar de que ETA volviera a matar debíamos estar ahí», citan.
Cuesta explica que tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, habían empezado «a despojarse de la culpabilidad de ser víctimas del terrorismo». «Fuimos ganando nuestro protagonismo y empezamos a tener la sensación de que podíamos denunciar la situación que habíamos vivido», relata. Covite hizo posible cubrir «una necesidad social y de justicia: dar un papel protagonista a los directamente afectados». «Ahora no se entiende nada que tenga que ver con el terrorismo sin la voz de las víctimas. Somos un peso específico después de tantos años, pero nos lo hemos ganado a pulso, hemos ido por delante de las instituciones y ha sido con nuestro propio sacrificio y esfuerzo», coinciden en remarcar.
Varios meses después del asesinato de su hermano, Consuelo Ordóñez salió de su casa para sumarse a una concentración de Denon Artean y a partir de entonces no falló cada jueves. Allí conoció a Cristina Cuesta días después de recibir una pedrada en la cabeza en una de las protestas en las que los contramanifestantes se liaron a pedradas con el grupo de pedía la liberación de José María Aldaya, secuestrado el 8 de mayo de 1995. «Aquel suceso cambió el rumbo de mi vida en pleno duelo por el asesinato de mi hermano. Me lanzó al escenario público y a partir de entonces fui una mujer pancarta. Mis nuevos amigos eran la gente que acudía a las concentraciones», se sincera. Del tiempo en que preparaban la creación de Covite, recuerda que muchos representantes de estamentos sociales como los cocineros, los escritores o los deportistas «no hacían más que hablar de nosotros, nos decían que las víctimas teníamos que ser generosas». «Me dolía tanto que me dijeran que teníamos que pasar página porque ETA decía en ese momento que ya no nos iba a matar... No tardó mucho en comprobarse que no era cierto...», apunta.
Ordóñez no olvida los momentos de «sufrimiento, de tensión y de incertidumbre entre las propias víctimas», e incluso de crisis interna vividos en Covite, pero también de satisfacción por «no desistir en nuestra determinación por recordar a nuestros familiares, por defender su memoria y por que se les haga justicia».
Ahora, reflexiona, «estamos en uno de los momentos «más delicados». «Alguien dirá que como ETA no mata, tenemos que irnos a casa, pero no, mientras haya quien evite condenar el terrorismo y admitir su parte de responsabilidad en la historia criminal de la banda no habremos alcanzado la libertad», expone.
Teresa Díaz Bada fue la primera presidenta de Covite y hoy todavía recuerda el día que tuvo que ir acompañada de dos viudas, Rosa Rodero y Laura Martín, a entregar al entonces lehendakari Juan José Ibarretxe, uno de los primeros manifiestos que hizo público el colectivo. «Al cabo de uno días le llamó uno de sus asesores para decirle que con esas reivindicaciones que hacíamos se había quedado «muy triste el lehendakari». «¿Cómo pudo hacer semejante comentario? No pude más que responder que se podía imaginar cómo estábamos nosotros cuando no nos había hecho caso nadie en tantos años»,rememora. Díaz Bada reclama, además, el esclarecimiento de los más de 300 casos sin resolver, como el de su propio padre. Pide una investigación y un interés «real por parte de las instituciones, no esas palabritas de consuelo y palmaditas en la espalda, ñoñas, que no esconden más que la desidia».
Opinión:
Desde el más absoluto de los respetos a la labor realizada por quienes aparecen en la noticia, me gustaría recordar que con anterioridad a esa tregua de 1998 y a la creación de Covite, en el País Vasco ya había quien realizó esa labor con una carencia de medios y una dedicación que jamás decayó…
Tuve la prueba de ello a finales de 1989 cuando conocí a los que entonces conformaban la que denomino, con todo cariño, ANTIGUA Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), tanto a nivel directivo como a nivel de delegaciones. Me sorprendió enormemente conocer a dos viudas, a dos SEÑORAS en mayúsculas, que estaban dedicando su tiempo y esfuerzos a ayudar a muchas otras víctimas del terrorismo residentes en el País Vasco.
Una, Celia Bech, como delegada en Guipúzcoa y la otra, Leonor Regaño, como delegada en Vizcaya. Dos viudas (de un militar y de un policía nacional respectivamente), con las que en aquellos años de muerte y destrucción diaria tuve el enorme honor y el gran privilegio de empezar a colaborar, en mi caso como delegado en Catalunya. Trabajamos desde el anonimato, sin casi recursos, con el enorme apoyo de los compañeros de Madrid. Recuerdo las largas conversaciones con ellas intercambiando datos e información desde los teléfonos de nuestros propios domicilios… o las reuniones de delegados en Madrid para aprender todo lo necesario en la asistencia integral a víctimas del terrorismo… o intentando localizar a víctimas de atentados en el País Vasco para asesorarles lo mejor posible… todo ello, reitero, con una enorme escasez de medios y con un deseo enorme de ayudar a quien lo necesitara.
Por ello, desde estas líneas quiero dejar constancia de que todo lo que se haya hecho desde 1998 habrá estado muy bien y muy correcto, pero casi diez años antes ya habían SEÑORAS que lo estaban haciendo y vuelvo a recordar que, precisamente, en aquellos años en los que la banda terrorista ETA no solo NO estaba en tregua sino que estaba destrozando vidas día tras día…

Ah, Leonor sigue todavía en esa labor… desde el anonimato y el saber estar que siempre ha demostrado. Hay muchas víctimas del terrorismo en el País Vasco que atestiguarían lo mismo que acabo de escribir.

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