viernes, 22 de octubre de 2021

17 octubre 2021 (6) El Correo

17 octubre 2021 


 

Kepa Aulestia

Que queda (y no queda) de ETA

Cabía suponer que sus herederos compensarían el desarme y su propia orfandad radicalizando posturas. Pero se impuso la necesidad del blanqueamiento. ETA hubiese podido cesar en su actividad terrorista hace diez años, sin disolverse después. Hubiese podido escenificar la entrega de armas manteniéndose en su papel fiscalizador de lo que ocurriera en Euskal Herria y de lo que hiciese o dejase de hacer la Izquierda Abertzale.

Pero la banda armada no tuvo más remedio que desaparecer anunciando «el final de su trayectoria y su actividad política», porque no podía más. Ni siquiera la certificación en Aiete del «fin del último conflicto armado de Europa», según Kofi Anann, le sirvió para mucho. Aunque fuesen palabras que honraban el terrorismo al presuponer la existencia de dos bandos equiparables. Lo que queda de ETA es la herida que sigue supurando en las víctimas. Y la sangrante lista de más de 300 asesinatos sin resolver –el 44% de los cometidos por ETA– formando parte de una ‘omertá’ que si acaso se irá quebrando a base de confesiones sin valor judicial.

Siguen también ahí los antiguos activistas, que se angustian al descubrir de pronto que su trayectoria personal fue absurda. Les pesa más eso que verse emplazados a pedir perdón por el daño injustamente causado. Muchos de los etarras pecaron por omisión, más que por acción. Y la mayoría de ellos –aquellos cuyas fotos no han sido retiradas de las Herriko Tabernas– se sienten obligados a atender los requerimientos de quienes idolatraron su ejecutoria.

Elocuente la liviana carga sumarial a la que tuvo que enfrentarse David Plá, el último jefe de ETA que compareció encapuchado para anunciar su final. ETA se disolvió porque ni contaba con un corpus teórico que le permitiese responder a los problemas a los que debe enfrentarse la Izquierda Abertzale, ni podía atar en corto a ésta desde una estructura reducida a media docena de huidos desconectados de la realidad. Cabía suponer que sus herederos compensarían el desarme y su propia orfandad radicalizando posturas. Pero se impuso la necesidad del blanqueamiento. En el Parlamento de Navarra, en el Congreso de los Diputados y hasta en la Cámara de Vitoria, en la que EH Bildu se acaba de apuntar a «construir consensos estructurales de largo alcance» con el Gobierno PNVPSE.

La pasada semana, a lo largo de cuatro días, más de 1.500 jóvenes se dieron cita en Alsasua convocados por Gazte Koordinadora Sozialista e Ikasle Abertzaleak, con el propósito de construir ‘el partido comunista’ frente a la ‘dominación de clase’. Una organización leninista de veinteañeros, que parece inspirada en los delirios de Enver Halil Hoxha al frente de la Albania de entre 1944 y 1985, se propone encuadrar a los jóvenes de Euskal Herria desamparados tras la disolución de ETA.

Al mismo tiempo, ELA reclama la unilateralidad soberanista para cuando sea posible, mientras mantiene un pulso con LAB para ver quién responde al envite de otra huelga general. Todo lo cual sitúa a los herederos de ETA en una suerte de centralidad alineada con Pedro Sánchez. Excepto cuando reivindican la autodeterminación y se niegan a condenar retrospectivamente la violencia ejercida en su nombre. Una Izquierda Abertzale debilitada orgánicamente al no contar con el dictado mítico y fáctico de ETA, y verse en dificultades para democratizarse bajo control. Lo que queda de ETA es la herida que sigue supurando en las víctimas y la lista sangrante de más de 300 asesinatos sin resolver.

 

 

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