jueves, 19 de agosto de 2021

18 agosto 2021 ABC

18 agosto 2021 

 


Las víctimas y los supervivientes de los atentados de La Rambla recordaron ayer en Barcelona la arremetida yihadista.

Algunos todavía arrastran secuelas

«Sigo con miedo, si entro a un sitio, espalda cubierta»

La tarde del 17 de agosto de 2017 Maria Dolors, una anciana vecina del céntrico barrio del Raval de Barcelona, salía de la farmacia empujando su carrito de la compra. Eran las cinco menos diez de la tarde cuando cruzaba el paso de cebra que hay justo al lado del teatro del Liceo, en el corazón de La Rambla. Tenía prisa porque había dejado a su hijo, enfermo de cáncer, solo en casa, así que decidió cruzar en rojo aprovechando que no había tráfico. Antes de echarse andar, la anciana escuchó barullo en lo alto de la avenida, pero pensó que sería algún grupo de jóvenes o uno de los espectáculos que amenizan esta arteria barcelonesa siempre llena de turistas que suben y bajan entre kioscos, paradas de flores, caricaturistas y estatuas humanas.

«Haciendo esa imprudencia de cruzar en rojo tuve la suerte de salvar mi vida. Yo escuchaba ruido, pero no sabía lo que venía por arriba. Aún no había llegado a la otra acera, que ya estaba la furgoneta aquí, donde acabó su recorrido. Quienes estaban detrás de mí y se quedaron esperando en el paso de viandantes murieron atropellados», explicaba ayer emocionada a ABC en el mismo lugar donde acabó su sádico trayecto el vehículo que en 2017 se llevó por delante la vida de 14 personas.

Este emplazamiento se ha convertido en los últimos cuatro años en el lugar que víctimas, familiares de los fallecidos y autoridades ocupan cada verano para recordar el atentado, el primer y único ataque yihadista que ha golpeado Cataluña. Hasta allí se desplazaron también ayer, donde protagonizaron un sobrio homenaje de apenas quince minutos de duración y que, a diferencia del año pasado, acabó pacíficamente sin que se impusiera la bronca y la conspiración atizada por ciertos sectores sociales y políticos en anteriores ocasiones. Al lugar se desplazaron autoridades (la presidenta del Congreso, Meritxell Batet; el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès; o la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau), así como familiares, víctimas y agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que sirvieron en Barcelona ese día.

La muerte, un año después

Tras la ofrenda oficial, personajes anónimos como Dolors se acercaron también al lugar para dejar flores y rememorar su relación con ese fatídico jueves de verano. La mujer, mudada para la ocasión, contaba que tras el atropello masivo se escondió en un portal junto a otras personas que estaban en La Rambla. Abandonó su refugio antes de que llegaran los agentes que desalojaron la zona. «La gente estaba muy asustada, pero yo no podía dejar a mi hijo solo. Salí y caminé hasta la plaza San Agustín, donde yo vivía», relata. Mientras ella se dirigía a su casa, por esas mismas calles de Barcelona corría Younes Abouyaaqoub, conductor de la furgoneta que causó el caos en La Rambla, y que luego mataría a un hombre para robarle el coche y huir. Los terroristas acabarían con la vida de otra persona en Cambrils.

Aunque Maria Dolors podría presumir de su victoria sobre la muerte en esa jornada, para ella la fecha del 17-A está marcada igualmente en negro. «Al cabo de un año, justamente el 17 de agosto, tuve que llamar a los bomberos para que sacaran a mi hijo de casa. Murió el mismo día a la misma hora del atentado. Para mí es un día muy fuerte. Hoy he puesto tres flores, para él y para las víctimas», contaba mientras refugiaba su mirada en el mosaico que el artista Joan Miró regaló a La Rambla y que llena de color un lugar oscuro para ella. «Miró dijo que su obra resistiría las pisadas de la gente, y en eso estamos, resistiendo», rememora.

Otros supervivientes de La Rambla, como Miguel López, también recordaban ayer con dolor tanto el ataque, como el camino superado después. Él es uno de los afectados por el atentado que han tenido que batallar para que se les reconozca como víctimas del terrorismo. «El trato de las instituciones ha sido bastante nefasto, el Ayuntamiento de Barcelona ha hecho todo lo que ha podido, pero los demás solo se acuerdan de nosotros para las fotos. Aquí hay mucha gente que se quedó y hay gente que sigue sufriendo», resumía el hombre, que escapó de la furgoneta a pesar de ir en silla de ruedas. «Con el tiempo aprendes un poco a gestionar el tema, pero no a superarlo. En mi día a día me doy cuenta de que no reacciono como antes del atentado. Sigo teniendo miedo y manías. Si entro en cualquier sitio necesito tener la espalda cubierta».

 

 

 

 

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