miércoles, 30 de marzo de 2022

26 marzo 2022 La Razón

26 marzo 2022 

 


“800 metros” de culpa, dolor y periodismo

Elías León Siminiani vuelve a Netflix tras «El caso Alcásser» para intentar arrojar luz sobre los atentados de Barcelona y Cambrils del verano de 2017

Nacho Carretero (A Coruña, 1981) se ha granjeado a pura letra la fama del periodista riguroso, de raza. Elías León Siminiani (Santander, 1971), una de las mentes más brillantes del panorama documental español, es la reflexión y el proceso, un alfarero audiovisual. Sentados, uno al lado del otro en el marco del Festival de Málaga, periodista y director se encuentran, quizá, en un diagrama de Venn que habla de los contadores de historias. La que han puesto en común, con pulso de novela frenética y didáctica de cine grande, se estrena este fin de semana en Netflix y nos lleva hasta uno de los episodios más negros de la historia de España: «800 metros» es una serie documental, de tres episodios que rondan la hora de duración, sobre los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils que tuvieron lugar el 17 de agosto de 2017.

Gracias a la depurada técnica narrativa de León Siminiani, que consigue construir una cronología didáctica pero no paternalista sobre el fatídico recorrido de la furgoneta por Las Ramblas, «800 metros» se convierte en contexto, pero también en una sucesión ordenada de rostros y hechos clave. La serie documental, además, es una especie de mirada tras bambalinas de lo que significa una investigación de este calibre desde lo estrictamente documental, convirtiendo el todo en un interesante discurso sobre el estado de la nación periodística. En entrevista con LA RAZÓN, Carretero y León Siminiani se abren a la explicación de su proyecto.

E.L.S.: Es una idea de Nacho Carretero que planteó a Ramón Campos, productor ejecutivo de Bambú y a mí. Él había cubierto las tres primeras semanas del atentado, en Barcelona, Ripoll y Cambrils, y nos había hablado de la herida que ello había supuesto en las comunidades. De cómo había dañado el tejido sociológico que allí había. Y también mi interés viene por la singularidad que había en esos terroristas respecto a otros hechos parecidos en Europa. De alguna manera, los miembros de esta célula rompen el estereotipo del terrorista como alguien marginal, alguien excluido… Estamos ante una comunidad pequeña, aparentemente idílica, con jóvenes catalanoparlantes que tenían trabajo desde hace tiempo, con un futuro por delante. Me interesaba que no se pudiera dar la explicación rápida y la más perezosa, la de que eran miembros aislados que nunca se llegaron a integrar. Y luego había otro factor clave en la contextualización, y es que dos meses después del atentado es el 1-O. Eso hizo que cambiara de inmediato el foco mediático, casi eclipsando la tragedia. La inminencia del juicio fue lo que nos decidió ya del todo.

-Vamos a ver el documental con las declaraciones de Villarejo, situando al CNI como teoría esperpéntica de la conspiración, en el centro del relato...

E.L.S.: Nuestro final de montaje fue bastante anterior. Villarejo hizo sus declaraciones hace casi tres meses y nosotros en agosto del año pasado ya teníamos todo cerrado. Llega bastante después y no influye, no hay vinculación.

N.C.: No era la primera vez, eso sí, que hacía ese tipo de declaraciones. Y no nos cansaremos de repetirlo. Siempre que ocurre un evento traumático en la sociedad, las teorías de la conspiración comienzan a brotar y esto no fue una excepción. Las conocíamos cuando investigamos y cuando rodamos. Nosotros nos limitamos a responder a través de las pruebas, del proceso judicial y de lo que tenemos constancia pública. Y, claro, a través de los investigadores que más conocen el caso. A partir de ahí, hay un montón de teorías y de versiones, más o menos interesadas, que siempre estarán contaminadas. Otra cosa es que sepamos ya todo del atentado. Esa respuesta es más complicada porque hay datos y documentos que se desclasificarán con los años, tal y como pasó con el 11-S o con el 11-M. Y como seguirá ocurriendo siempre. De hecho, gran parte del documental se cimenta sobre el libro de Anna Teixidor, “Los silencios del 17-A”, porque todavía sigue habiendo muchos silencios. Todo lo que sea trascender de eso y meternos en teorías locas, se nos escapa del rigor periodístico.

-Contexto, contexto, contexto, pero también testimonios, rostros de la tragedia. Y contradicciones reconocidas por esos mismos rostros...

N.C.: El duelo ilegítimo, del que se habla. Periodísticamente, fue de lo más interesante para mí. Desde el punto de vista moral del documental, las víctimas son el centro de la narración, pero desde lo periodístico y lo narrativo, acercarnos al entorno de los periodistas fue muy interesante. Ahí aparecieron los miedos, las contradicciones y todo eso que cuesta entender porque es muy complicado de procesar. El duelo ilegítimo, de nuevo, esa tristeza por alguien que era tu amigo, tu vecino, tu amigo, pero también era un terrorista que acabó con la vida de muchos inocentes. Se sentían doblemente mal. ¿Se puede evitar estar triste? ¿Se tiene que evitar?

E.L.S.: Y a ello se suma la culpa, en cierto sentido, por no haber detectado nada.

N.C.: Y la culpa que proyectan sobre ellos el resto, ¿por qué estás triste por un terrorista? Y ahí entra el comportamiento humano, donde no cabe un juicio por nuestra parte. Es lógico estar triste, es lógico estar enfadado, y es lógico estar cabreado precisamente por estar triste. Ojalá fuera más sencillo y el terrorista fuera un descarriado, un excluido y una especie del hombre del saco sobre el que volcar todo. Desgraciadamente es mucho más complejo. Es muy importante interiorizar eso, también como mecanismo de prevención.

-E.L.S.: Nuestro acercamiento a los supervivientes, a las víctimas, también trata de ofrecer un foco distinto al habitual que tiene que ver con estar en el momento del impacto, de la relevancia informativa. Nosotros vamos a ellos para que compartan ese relato, pero también para que nos cuenten qué sucede cuando los focos se van, cuando tienen que vivir con el trauma, con la baja indefinida o con la familia destrozada tres o cuatro años después. En ese sentido, el documental lo recoge cuando hablamos de la sentencia del 17-A. Es histórica, porque amplía de 108 a 345 el número de víctimas y les da amparo. Les da derecho a compensaciones al contemplar por primera vez las secuelas psicológicas. Ahí también está el trabajo de UAVAT (Unidad de Atención y Valoración a Afectados por Terrorismo), claro. Igual que en el documental hablamos de luto prohibido o luto ilegítimo, también existe la noción de segunda herida. Primero la del atentado y luego la del Estado, la del reconocimiento de su trauma y sus heridas en una especie de proceso kafkiano. Todos ellos forman parte de un victimario.

-El documental adopta una formalidad didáctica, frenética por momentos. Y hay en ello también una fuerte presencia de la bambalina, del periodismo para llegar ahí.

E.L.S.: Vengo de hacer un cine donde la narrativa meta es parte importante del relato y del contenido. Cuando empecé a hacer las series, quise que fueran los periodistas los que dieran cuenta de ese proceso, los que fueran equivalentes al cineasta en lo documental. De ahí la necesidad de poner a los periodistas en primer término en un momento en el que el periodismo, especialmente el de investigación, está en fase mutación muy interesante por su contacto con otras disciplinas, pero también en plena precarización porque no se financia con el tiempo y dinero suficientes. Esto entraba en combinación con una cronología de hechos verdaderamente endiablada, en la que tenemos dos hechos aparentemente inconexos sucediendo de manera simultánea, en dos sitios distintos, pero a su vez remitiendo a un tercer hecho del que todavía no teníamos noticias ni vínculo. Era como una película. Me di cuenta de que nos pasamos mucho tiempo componiendo entre nosotros el relato, dándole forma cronológica y también dramática. Y ahí caí. Qué mejor manera de hacer explícito lo cronológico que dejar que el espectador también sea parte de ese proceso, de cómo los investigadores hablan entre ellos y aclaran qué pasó antes de qué. Y así el todo se convirtió en la búsqueda, en el camino, que es lo que ya hizo Orson Welles…

N.C.: Lo hizo Orson Welles y luego Elías…

E.L.S.: No quería decir eso (ríe). Lo hizo hace mucho tiempo y luego lo hemos ido repitiendo los de tercera regional. Esa idea de filmar al que trata de desbrozar una madeja narrativa me parecía interesante para el espectador.

N.C.: Viendo el documental se entiende lo pertinente que es, pero me costó entender en un principio la propuesta. Sobre todo porque, como periodista, puedes tener cierto rechazo a aparecer o a narrar en una primera persona que puede estropear el relato. En mi caso, como reportero y cronista, la primera persona entorpece. Pero si ayuda a clarificar lo que se está contando, puede ser muy beneficioso. Elías entendió desde el primer momento que, para que el relato fuera más claro y ameno, con una narrativa clara, estaba bien que apareciéramos nosotros como parte que suma.

E.L.S.: Te voy a dar la exclusiva, y es que Nacho me pidió un mes para ponerse a dieta (ríe).

-Como tragedia moderna, desde que se produjeron los atentados se comenzaron a suceder las imágenes. Siempre con una nueva más terrible que la anterior. ¿Cómo ha funcionado el proceso de criba?

E.L.S.: Era clave. Dentro del debate que se establece, respecto a qué utilizar y qué no, hay primero un asunto sobre el respeto a las víctimas y a su memoria. Además de la preservación de identidades, que es legal, pero también moral respecto a lo que queríamos contar. Y por otro lado está la realidad que el juicio pone en evidencia de cara a la opinión pública. Una de las responsabilidades que teníamos, u oportunidad también, era poner esas imágenes que se pueden encontrar en YouTube en un contexto que nos ayude a entender su peso sociológico, político o religioso. Cuando están preparando los objetivos, cantando los dogmas…. Todo eso tiene que ver con la voluntad de un retrato de resistencia sobre el peso que tienen las imágenes y qué suponen. Cuando llevas un capítulo entero viendo y conociendo qué hay detrás de ese proceso de radicalización los ves de otra manera.

N.C.: Incluso las imágenes del atropello. Si tú las ves sin el contexto que se aporta en el documental, las ves de una manera, con el lógico horror y espanto. Con el documental, el horror y el espanto siguen ahí, pero el matiz es distinto. Sabes que dentro va un chico, que era un chaval percibido como normal, que tenía amigos y hacía deporte. Le añade miedo, pero también la añade verdad sobre el impacto en esa comunidad. Cuando ves la imagen cruda, no te haces esa pregunta. Entiendes al terrorista como un paquete cerrado y ya está. Creo que el ejercicio de contextualizar, dar forma a quiénes son esos terroristas es duro pero es necesario. Hay mucho que aprender, y en ese aprendizaje hay mucha educación y prevención. No es justificar, es entender.

E.L.S.: Otra cosa importante es saber que vivimos en un mundo donde usamos constantemente las imágenes más duras, casi de un modo morboso. Eso no tiene que quitar que, si tú estás proponiendo una reflexión profunda y adulta a un espectador adulto tengas que ser condescendiente. No tienes que ocultarle cosas, sobre todo si tienen que ver con la condescendencia y con el dolor que se ha ejercido en esos hechos. Dentro de ese debate, que obviamente provoca la utilización de las imágenes, yo me sitúo en no hacer de padre del espectador. Hay exposiciones muy duras, pero muy reveladoras. Toda la literatura que habla de esto lo hace sobre el no querer ver, saber ni entender. Y es una forma de impunidad, claro. Supongo que la serie es dura, es intensa, pero sí que arroja una luz y trata de quitar un cierto velo al tema.

 

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