domingo, 30 de mayo de 2021

29 mayo 2021 (7) El Mundo del Siglo XXI (opinión)

29 mayo 2021 

 


Cristina, víctima que perdió a su hermana: «Nos vieron jugando y nos mataron»

El 29 de mayo de 1991 ETA mató a 10 personas, cinco de ellas menores, en la casa cuartel de Vic.

Nunca hubo una manifestación contra el terrorismo en la ciudad y se tardó 18 años en poner una pequeña placa

 

Un barullo de niños juega en el patio, una U rodeada de paredes excepto en una parte, esa abertura por donde vendrá la muerte. Son las siete de la tarde y la casa cuartel es un experimento de vida cotidiana, adultos en los pisos o charlando abajo, adolescentes a su bola y niños voceando fútbol y rayuelas o cuchicheando la aventura de la infancia. El patio es un recreo.

Unas horas antes, a mediodía, tres tipos se han acercado al lugar. Tienen un R-11 con 216 kilos de amonal. Quieren deslizar el coche por una rampa que lo llevará al patio. Pero a mediodía la puerta está cerrada. Llevan días vigilando este edificio donde viven 14 familias con 22 niños y saben que algunas tardes el portón está abierto.

Y entonces deciden volver. A las siete de la tarde.

A las 19.05 horas, Cristina está jugando con Isabel pero se hace pis y se aleja del patio para subir a casa de su amiga. Aún no sabe que no le dará tiempo. Un coche, sin conductor, está entrando en el patio y una madre grita a todos los niños que se aparten. «¡Un coche, fuera, fuera!».

Es la muerte bajando lenta para matar rápido.

«Se oyó un estruendo. Había humo y polvo. Fui a buscar a mis hermanos pequeños y me cayó encima una cornisa o un ladrillo. Un señor nos sacó pero Vanesa no venía... Lo recuerdo como si fuera hoy. Me acuerdo de que hasta se me cortó el pis».

Cristina Ruiz Lara tenía 7 años y es la niña desconcertada del fondo de la foto más icónica del atentado de Vic. Cristina Ruiz Lara es hoy es una adulta de 37 años con un duelo de niñez detenida desde aquel día.

Aquel 29 de mayo de 1991.

Hoy se cumplen 30 años del ataque a los habitantes de la casa cuartel de la Guardia Civil de Vic (Barcelona), uno de los viles vómitos de ETA, empeñada en socializar el terror.

Jon Félix Erezuma, Joan Carles Monteagudo y Juan José Zubieta prepararon un coche-bomba, lo deslizaron hasta la casa cuartel y accionaron un detonador. La explosión destrozó a varias víctimas y derribó el inmueble, una montonera de escombros, vigas, hierros, muebles y tuberías que aplastó a otras tantas.

El parte de aquel atentado fue el del crimen contra una humanidad: 10 muertos y 44 heridos. ETA mató a Juan Salas (guardia civil, 48 años), Baudilia Duque (su suegra, 78), Juan Chincoa (guardia civil, 30 años), Nuria Ribó (trabajadora textil y mujer de Chincoa, 21), Francisco Cipriano (estudiante, 17 años), Rosa María Rosas (14), Vanesa Ruiz Lara (11), Ana Cristina Porras (10) y Pilar Quesada (8). Y a Ramón Mayo, un guardia civil atropellado por una ambulancia mientras ayudaba en el rescate.

Eso podría haberle pasado a Joaquim, el cuñado de Juan Chincoa y de Nuria Ribó, que trepó por los escombros en cuanto llegó al infierno. «Sabía dónde vivían ‘Chinqui’, Nuria y la niña, aunque su piso ya no existía. Subí por los escombros mientras me gritaban que era peligroso».

-¿Y por qué hiciste eso?

- Porque quería rescatarlos y oí un llanto. Vi un armario y allí estaba mi sobrina, ilesa. Los padres no tuvieron tiempo de meterla, fue ella, que voló hacia adentro del armario porque pesaba menos que ellos, que cayeron con el edificio. La niña estaba con el chupete puesto. La cogí, bajé por los escombros y me la llevé al hospital.

Y allí Joaquim fue poniéndole dignidad a los cadáveres que iban llegando. «Fui arreglando los cuerpos para que los familiares los vieran. Sigo trabajando en la funeraria y vivo la muerte a diario, pero aquella era diferente. Aquella era arrebatada y duele. Con el tiempo pierdes la ira, pero aún duele ver que se es capaz de asesinar por nada y creer que se hace un bien».

Joaquim Berrocal sigue casado con la hermana de Nuria, Ángels Ribó, una sanitaria de UCI que también conoce la muerte. Ángels y Joaquim tenían dos hijos pero desde aquel día son tres: Anna, la niña del chupete.

- Ángels, ¿cómo ha sido tu vida?

- Parece que haya pasado una película triste. Me quedé bloqueada y al cabo de un tiempo pensé: ‘Tuviste una hermana’. A Nuria le gustaba peinarme. Aquel día nos habíamos visto a las cinco. Le dije que viniera pero me dijo que se quedaba en la casa cuartel porque ‘Chinqui’ tenía fiesta. Llevaba unos tejanos y un jersey fucsia... Por eso los identificaron. Algo así te cambia la vida y el pensamiento. Puedes matar por ira, pero si planeas la muerte 100 veces, te lo puedes pensar 100 veces. ¿Por qué no murieron los etarras antes de matar a los niños?

Porque «prepararon de forma calculada, fría y persistente el brutal, sú- bito y fulgurante ataque sin riesgo para ellos y con total indefensión para las víctimas». Lo escribió Ángela Murillo, la jueza que condenó a 1.311 años a Zubieta, el único superviviente del comando, que habría de pasar 22 años en prisión (salió el 22 de noviembre de 2013) al beneficiarse de la abolición de la doctrina Parot. «Estaba altanero y chulesco. El atentado era parte de una estrategia de mala calaña de ETA: cuántas más víctimas, mejor. Por eso puse ahínco en relatar la escena y mostrar que había captado lo que pasó».

La sentencia, en 13 palabras: «Cuando en el patio del cuartel había varios niños distraídos en sus juegos...».

Al día siguiente del atentado, la Guardia Civil localizó a los tres etarras. Según la versión oficial, Erezuma y Monteagudo respondieron a los agentes y fueron tiroteados. Murieron luego en el hospital. Zubieta, oculto bajo una furgoneta, se entregó.

«Estaba cagado de miedo», dice José María Fuster, acusador popular en el juicio. «Los simpatizantes de ETA miraban con odio, ponían los dedos en forma de pistola y hacían gestos de tomar nota cuando decías algo».

En su alegato final, Zubieta dijo: «Los guardias civiles usan a los niños como escudos humanos».

- ¿A qué jugabais, Cristina?

- No me acuerdo, pero a Vanesa y a mí nos gustaba bailar la lambada. Cristina está en Lorca, a 707 kilómetros de distancia y un instante de tiempo de Vic. Porque Cristina Ruiz Lara hace 20 años que vive aquí pero 30 que sigue allí. «Aquel día, físicamente volví a nacer, pero interiormente me fui con mi hermana».

Vanesa Ruiz era la mayor de cuatro hermanos y tenía 11 años el día que ETA decidió que dejara de cumplir años. Cristina tenía 7, Oscar 5 y Sergio 4. No eran hijos de guardia civil, sino amigos de hijos de guardia civil. Por eso un día jugaban en el parque y otro en el cuartel. Vanesa Ruiz era amiga de Ana Porras y Cristina Ruiz era amiga de Isabel Porras. Dos hermanas amigas de dos hermanas. A las dos primeras las mató ETA. A las dos segundas... un poco también.

- Cristina, ¿por qué te salvaste?

- No lo sé. Me quitaron la mitad de mi vida. Yo siempre estaba con ella, pero en aquel momento...

–¿Hasta dónde vive Vanesa en ti?  

-Mi mente, cada día, está allí. Y si oigo un ruido fuerte me viene el atentado. Necesito poner los vídeos de Vanesa, ver que se mueve. Igual me tomas por loca, pero por las noches miro su foto y le pido que me ayude, que proteja a mis hijos, Rafael y Vanesa. Ella es mi Dios. Ella es todo.

– Uno de los culpables ya cumplió condena y está en libertad. Si la vida os cruzara, ¿qué pasaría?

- Igual se me iría la cabeza... Pero ¿qué lograría yo? No me devolvería a mi hermana. Tampoco me serviría perdonarlos. Ellos nos vieron jugar y nos mataron. Mataron por gusto.

- ¿Has vuelto a Vic?

– Sí. Al cementerio de mi hermana. Y al solar. Vic lo recuerda como algo trágico, pero tira para adelante.

-Y tú, ¿tiras para adelante?

- Sí, por mis hijos. Pero, mira, si ella pudiera volver y cuidarlos, yo me cambiaría por ella.

Opinión:

Ha sido un honor poner en contacto a Rafael con Cristina para hacer la entrevista y, muy especialmente, para seguir apreciando cómo aquellos niños y niñas que vieron su vida destrozada por culpa de los asesinos etarras, han crecido con unos valores y una dignidad que nada ni nadie podrá cambiar.

Haber iniciado la asistencia a tantas familias que son muestra de una enorme humanidad me hace ver que, pese a mínimas excepciones, en el colectivo de víctimas del terrorismo hay excelentes seres humanos que hemos aprendido a vivir con lo ocurrido y trabajar para que nadie más vuelva a sufrir como nosotros. O al menos, lo intentaremos mientras nos dejen.

 

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