lunes, 12 de abril de 2021

11 abril 2021 (2) El País

11 abril 2021

 


ETA no sobrevivió a sus fundadores

El fallecido Julen Madariaga pasó al partido ‘abertzale’ Aralar, pero otros miembros se alejaron de la política

Con motivo del fallecimiento de Julen Madariaga, personaje clave en la fundación de ETA y en su apuesta por la violencia, Patxi Zabaleta, creador de Aralar ―el partido abertzale escindido de Batasuna tras la ruptura de la tregua etarra de 1998-99― ha recordado que Aralar, nacido en 2001, acogió a los fundadores de ETA. Sucedió con Madariaga y José Luis Álvarez Emparanza, Txillardegi. Los restantes o habían muerto o estaban inhabilitados. Aralar, partido crítico con el terrorismo, recogió parte del voto de la izquierda independentista durante la ilegalización de Batasuna. Tras el final del terrorismo y la legalización de la antigua Batasuna en 2011, reconvertida en Sortu, Aralar confluyó con ella y Eusko Alkartasuna para fundar Bildu. Zabaleta concluye que Aralar y hoy Bildu, al acoger a Madariaga y Txillardegi cierran el ciclo que en 1959 iniciaron los fundadores de ETA.

La tesis de Zabaleta es válida para los fundadores de ETA. Pero no puede generalizarse a todos los veteranos de la organización terrorista pues antes de que Franco muriera, los fundadores de ETA fueron desplazados por nuevas generaciones encadenadas. Numerosos veteranos se alejaron de ETA a medida que la democracia y el autogobierno vasco se consolidaban y la organización terrorista iba decayendo. Chirriaba la práctica terrorista en una democracia. Pero unos se alejaron antes que otros. La excepción más conocida es Josu Urrutikoetxea, Ternera, que entró en ETA inmediatamente después que Madariaga, a fines de los sesenta; estuvo décadas en su dirección y proclamó su disolución en 2018. 

Madariaga jugó un papel clave en la fundación de ETA en 1959 y en impulsar la violencia en su Quinta Asamblea de 1966-67. Una decisión que acarreó sus primeras víctimas en 1968: el guardia civil José Jardines y el dirigente etarra Xabi Etxebarrieta. Continuó con el jefe de la Brigada político-social de San Sebastián, Melitñon Manzanas, y el proceso de Burgos de 1970 que juzgó a aquella ETA, pero no a Madariaga que se exilió.

Madariaga no tuvo protagonismo en el juicio militar de Burgos de 1970 que popularizó ETA a escala internacional. Lo tuvieron los 16 juzgados, especialmente los seis a quienes la dictadura franquista pidió la pena de muerte. Madariaga, veterano nacionalista radical, tuvo, además, discrepancias ideológicas con los juzgados, la mayoría jóvenes influidos por mayo del 68.

Sus diferencias quedaron más claras tras la muerte de Franco, la irrupción de la democracia y la amnistía. Sólo tres de los dieciséis procesados en Burgos apostaron por Herri Batasuna y uno regresó a ETA político-militar. El resto apoyaron a Euskadiko Ezkerra, a partidos de izquierda estatales o se retiraron. Dos de los etarras condenados a muerte en Burgos, Mario Onaindia y Eduardo Uriarte, fueron decisivos, desde Euskadiko Ezkerra, en lograr que ETA político-militar se disolviera en 1982. Era la expresión de que la democracia y la autonomía vasca empezaban a calar en Euskadi.

Madariaga y Txillardegi, fundadores de ETA, optaron por Herri Batasuna, pero no jugaron un papel relevante. Tampoco en ETA militar, la rama etarra que mantuvo el terrorismo en democracia que lideraron José Miguel Beñarán Argala, Txomin Iturbe ―fallecidos en 1978 y 1987― y Josu Ternera. Madariaga ha reconocido que los atentados con coches-bomba, que generaron matanzas, como el de Hipercor de Barcelona y el cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en 1987, le alejaron de ETA.

Dichas matanzas y el fracaso de las conversaciones de Argel entre el Gobierno de Felipe González y ETA en 1989 originaron graves discrepancias en ETA y su entorno. Joseba Urrusolo, veterano dirigente de ETA posterior a Madariaga, fija la decadencia etarra en ese momento. Como militante percibió que sus apoyos mermaban. Pronto abandonó ETA. Por causas similares, Herri Batasuna sufrió una grave crisis con la expulsión del veterano Txomin Ziluaga y sus seguidores. Antes, en 1986, decenas de exmilitantes de ETA durante el franquismo, criticaron públicamente a la dirección etarra por el asesinato de la ex dirigente disidente Dolores González Yoyes.

El siguiente hito que alejó a veteranos de ETA se produjo con la estrategia de socialización del sufrimiento, la generalización del terrorismo contra políticos y disidentes del abertzalismo, tras la detención de la cúpula etarra en Bidart en 1992. Los asesinatos de los concejales del PP, Gregorio Ordóñez y Miguel Angel Blanco, motivaron que un dirigente de ETA de la etapa de los coches-bomba, José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, abandonara ETA y condenara la violencia con argumentos éticos. Otro, Francisco Múgica, Pakito, fue expulsado por criticar su estrategia por errónea. Madariaga abandonó Herri Batasuna por no condenar los atentados. Aralar surgió de esa crisis y contó con Madariaga.

El último hito fue la disidencia de la cúpula de Batasuna, dirigida por Arnaldo Otegi, con una ETA debilitada y dividida tras la ruptura de la tregua etarra de 2006. Le exigió a ETA el final del terrorismo. Tardó cinco años en lograrlo. Mientras, tres decenas de veteranos disidentes, algunos relevantes ―Urrusolo, Carmen Guisasola, Iñaki Pikabea...― organizaron desde la cárcel la vía Nanclares, con autocrítica ética por su participación en ETA.

Madariaga respaldó, desde fuera, la decisión unilateral de ETA de abandonar el terrorismo en la que coincidió con Josu Ternera, que lideró, desde dentro, su final, y con quien había confrontado en los años ochenta. Josu Ternera fue el dirigente veterano de ETA más importante que, a diferencia de la mayoría que fueron desvinculándose, defendió la vigencia del terrorismo hasta la negociación con el Gobierno de Zapatero en 2005-06. Proclamó el final del terrorismo en 2011 y la disolución de ETA en 2018.

Otros muchos lo hicieron antes. Algunos, tras morir Franco, como Onaindia. Otros, en los años ochenta, como Madariaga, o en los noventa, como Urrusolo y Txelis. Algunos, como Onaindia y los de Nanclares, concluyeron que la violencia política es injustificable. Una conclusión, la del abandono de la lucha armada, a la que había llegado en 1956 el PCE, el principal opositor a la dictadura franquista.

 

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