29 julio 2013
En la mente del terrorista
Rico o pobre, inculto o licenciado, marginado o integrado... Los psicólogos quieren descubrir cómo se hace –o nace– un terrorista.
Los terroristas son comunicadores que se alzan sobre una tarima de sangre y se sirven de las sombras chinescas que proyectan sus atentados para extender el terror. Su finalidad no es preferentemente, por tanto, segar la vida de un gran número de personas, sino que se sirven del asesinato y la amenaza para extorsionar. Pretenden, en definitiva, que las víctimas sean interpretadas y veamos símbolos allí donde yacen los muertos. Lo que distingue este fenómeno de otros tipos de violencia –como la impulsiva o pasional– es que el asesino no tiene nada personal contra sus víctimas, hayan caído por azar o sean objetivos previamente identificados. Así lo define en una entrevista para MUY el psicólogo social Luis de la Corte , experto en asuntos de seguridad y defensa: “Consiste en una forma de violencia instrumental, es decir, para lograr un fin ajeno a ella misma”. Se plantean pues numerosas cuestiones en torno a quienes la practican: ¿cualquiera puede acabar convirtiéndose en terrorista? ¿Es un enfermo mental o un fanático? ¿De dónde proviene el odio extremo hacia el otro que guía sus actos? La aleatoriedad de un atentado puede apreciarse con toda su crudeza al recordar dos de los sucesos más impactantes que ha sufrido España en las últimas décadas. Los 191 muertos y más de 2.000 heridos que dejó tras de sí el 11-M en 2004 eran principalmente trabajadores que cogían el tren a primera hora de la mañana. O las 21 víctimas mortales –mientras estaban haciendo la compra– que provocó el coche bomba de ETA en el Hipercor de Barcelona, en 1987. Los grandes acontecimientos deportivos pueden ser escenarios ideales para realizar el ritual de sangre, como el atentado de la maratón de Boston en abril de 2013. Artefactos explosivos fabricados con ollas a presión causaron centenares de heridos y la muerte de tres asistentes; entre ellos, Martin Richard, un niño de ocho años que esperaba en la línea de meta la llegada de su padre. También ha conmocionando a la opinión pública la decapitación del joven militar Lee Rigby en Londres. Dos ciudadanos británicos de origen nigeriano cometieron la atrocidad al grito de “Alá es grande”: la persona atacada es un medio para lanzar su reivindicación y amenaza, no un ciudadano de carne y hueso. Parte de su fracaso se medirá en que la sociedad preste más atención a las víctimas y a la acción criminal que al autor y su reivindicación.
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