27 julio 2016 (24.07.16)
El miércoles se
cumplieron 20 años del suceso y aún no se ha capturado a los autores
“Es injusto el olvido
del atentado de 1996 en el aeropuerto de Reus”
Las víctimas. Una bomba
de ETA causó más de 40 heridos. Entre ellos, la niña Irene Guinart, su madre y
su abuela. “Una cosa así te destroza la vida”, dice hoy Irene.
Juan José Mateos,
otro de los afectados, necesitó ayuda psicológica.
‘Te destroza la
vida’, dice Irene Guinart, la niña herida en el aeropuerto por una bomba en
1996 junto a su madre y su abuela. Juan José Mateos, guardia civil, se acaba de
retirar por las secuelas
Julio 1996. Sara Bosch, Robert Manrique, Isabel Montell e Irene Guinart en sala hospital |
Irene Guinart Montell ha sido madre hace tres meses. Desde
Castellvell del Camp revive ahora sensaciones en su bebé, con el deseo de
protegerle y de evitarle aquel sufrimiento que trastornó su infancia y que dio
un vuelco de 180 grados a su vida. «Dicen que de esperanza se vive… Así que
pienso positivamente que mi pequeño y el resto de niños de la nueva generación
tengan esa paz y felicidad, ya que a muchos de nosotros nos fue arrebatada», confiesa
ella, que procura rememorar lo mínimo, aunque esta semana haya sido inevitable
reparar en su recuerdo más doloroso: el miércoles, 20 de julio, se cumplieron
20 años del atentado de ETA en el aeropuerto de Reus.
Ella, que contaba apenas con nueve años, resultó herida
junto con dos miembros más de su familia, su madre, Maribel Montell Lorenzo, y
su abuela, María Lorenzo Mielgo. Fueron tres de los más de 40 heridos que
provocó aquella bomba ubicada en una papelera, que vino a torpedear la campaña
de verano en el corazón turístico de la Costa Daurada.
A la pequeña Irene le estallaron los tímpanos. Trozos de
metralla se clavaron por su cuerpo. Las marcas aún jalonan sus brazos o sus
piernas, mientras ella, lentamente y a duras penas, ha podido salir adelante.
«Puedo decir que físicamente he quedado bastante bien después de todo lo que
pasé», confiesa. Aquellas heridas tardaron en curarse, pero lo hicieron. Más
costó restablecerse emocionalmente. «De la parte psicológica no puedo dejar de
pensar en cómo hubiera sido la vida sin haber sufrido ese atentado».
La familia Guinart Montell estuvo siempre marcada por
aquella barbarie de ETA. «La verdad es que me ha quedado esa nostalgia, de si
mi madre seguiría aquí con nosotros. Ella nunca levantó cabeza. Para la familia
ha sido muy duro», cuenta. Su madre, Maribel Montell, era trabajadora de la
limpieza en el aeropuerto. Sufrió heridas graves en las piernas pero pudo
recuperarse del percance, tras mucho tiempo de lucha. Falleció hace un par de
años, y lo hizo, como buena parte de los heridos, con la sensación de olvido.
María Lorenzo, la abuela, tiene 85 años y vive en Zamora.
‘No es justo este
olvido’
«No es para nada justo que un atentado con 40 heridos no
haya sido recordado. Aunque por fortuna no hubo ningún muerto, las víctimas
seguimos aquí en este mundo, y nos merecemos el mismo trato que el resto. No
debería quedar ninguna víctima en el olvido», reclama. Sólo el anuncio del cese
de la violencia por parte de la banda terrorista ETA, en octubre de 2011, ha aliviado algo el
espíritu. «Es difícil saber con exactitud si habrá o no nuevos atentados. Lo
único que puedo decir es que espero que no. No me gustaría que otras familias
pasaran por lo mismo que ha pasado mi familia. Es muy duro. Te destroza la vida
totalmente», asegura.
Juan José Mateos tenía 22 años y estaba en su primer
destino como guardia civil tras salir de la academia. Natural de Ciudad Rodrigo
(Salamanca), había elegido como destinación Tarragona, atraído por la costa.
«La verdad es que me acuerdo del atentado muy a menudo. Hasta hace un tiempo no
me gustaba hablar del tema. Me venía abajo. Si no te tratan psicológicamente,
las secuelas te pueden durar mucho tiempo», explica ahora, mientras digiere con
pesar su retirada obligada del cuerpo. «Te van aconsejando que te busques algo
más acorde a tu situación, hasta el punto de que estoy prácticamente jubilado.
Tengo una incapacidad total. Me ha costado mucho superarlo, porque yo estaba
aquí, en esta profesión, por pura vocación. He pasado por un psicólogo para que
me abriese la mente», asume.
Juan José reside ahora en el País Vasco, donde dos décadas
después intenta sobrellevar las consecuencias de aquella bomba que, según sus
palabras, «ha marcado para siempre mi vida».
Juan José, después dedicado de pleno a la lucha
antiterrorista, era apenas un chaval cuando le tocó afrontar la jornada más
difícil de su vida. «Era un día normal, cuando a partir de las seis de la tarde
recibimos una llamada de la central. Había una amenaza seria de bomba. Nunca te
lo acabas de creer del todo, aunque en aquellos años era bastante usual.
Supervisamos el vestíbulo del aeropuerto, con las nociones que podía tener yo,
un chaval de 20 años».
«No vimos nada –continúa– en esa revisión más superficial. Seguimos
explorando. Hablé con Isabel para supervisar el baño de señoras. Ella iba a
acceder primero para comprobar que no hubiera nadie, y luego entraría yo, para
no intimidar a nadie con el uniforme. Ya no dio tiempo a nada más. Cuando ella
entraba, explotó una papelera metálica que había en el hall, y que hizo de
cañón. Impactó en el techo, que se hundió».
Juan José quedó inconsciente, mientras Maribel yacía en el
suelo, herida en las piernas, en mitad de una gran nube de polvo. «Cuando
empiezas a ver algo, ves a mucha gente por el suelo, fue un caos total. Me
acabé incorporando, pero pensando que en cualquier momento me iba a desvanecer
y me podía morir», recuerda. Juan José sangraba por la boca y por los oídos.
Tenía algunos cortes leves en el cuello: «En realidad no sabes nunca bien lo
que te pasa, estás como en una nube».
Con los tímpanos reventados, no fue revisado a fondo hasta
varios días después. «Aquel mismo día fuimos al hospital, pero estaba tan
saturado por todos los heridos, que no nos quedamos, porque preferimos que se
diera prioridad a los civiles. Los siguientes días seguí trabajando hasta que
me obligaron a pasar un reconocimiento. Me acabaron operando tres veces»,
explica.
Como en el caso de Irene, las secuelas mentales fueron, en
ocasiones, más complicadas de encarar. «Recuerdo que un tiempo después volví al
trabajo, al mismo aeropuerto de Reus. No fue un trauma, eso viene después.
Necesité luego ayuda psicológica. No dormía, estaba muy alterado, tenía siempre
mal humor, sufría ansiedad. Estaba enfadado hasta conmigo mismo. En todas las
revisiones médicas que me hice nunca consideraban ese factor psicológico.
Siempre quieren darte de alta para que vuelvas a trabajar». Juan José Mateos
permaneció destinado en la provincia (en concreto, su puesto estaba en
Vila-seca y La Pineda )
hasta enero de 1998. «Quería entrar en el grupo antiterrorista y me mandaron a
Burgos», cuenta. Allí desarrolló su carrera, básicamente en la persecución y la
batalla contra la banda terrorista ETA. El atentado y las secuelas no le
amilanaron en las operaciones más crudas y delicadas contra los terroristas,
hasta que la pérdida de capacidades (básicamente, la audición) han provocado su
retirada prematura, a los 43 años, que asimila como puede mientras denuncia
olvido y dejadez: «Las instituciones te abandonan siempre. Las víctimas de las
fuerzas de seguridad somos de tercera o de cuarta categoría. Como sigues
trabajando, se creen que estás bien. El propio Ministerio pasó olímpicamente»,
cuenta.
Ahora, con las incapacidades reconocidas, podrá recuperar
indemnizaciones y el desembolso en su recuperación. «Sólo el último audífono me
costó 6.000 euros», ejemplifica, siempre crítico: «Luego surgió gente que ni se
sabía que hubiera estado en el aeropuerto aquel día. Aparecieron en partes y
condecoraciones. A nosotros no nos dieron nada, ni las gracias, ni se
preocuparon, y fuimos los que nos comimos aquel atentado de lleno». Parte de
esos recuerdos y ese pensamiento lo desglosa Mateos en el libro Los verdugos
voluntarios, su crónica personal sobre la historia de ETA.
20 años de olvido
Robert Manrique (Delegado en Cataluña de la Asociación Víctimas
del Terrorismo 1990-2002)
Artículo firmado también por la Familia Guinart-Montell
y Juan José Mateos Sanjosé
Se cumplen 20 años de un atentado con más de 40 afectados.
¿Bombay? ¿Bruselas? ¿Londres? ¿Niza? ¿Lahore? ¿Damasco? ¿Homs? ¿Nueva York? No.
Fue en una ciudad que en 1996 contaba con más de 90.000 habitantes, capital del
Baix Camp. Hablamos de Reus.
En el aeropuerto ETA perpetró un atentado que afectó
directamente a 45 personas, entre ciudadanos británicos y españoles. De ellos,
cuatro turistas tuvieron que ser atendidos en centros hospitalarios, además de
las trabajadoras del aeropuerto y dos miembros de la Guardia Civil. La
noche de aquel sábado, el domingo y los días sucesivos estuve, como delegado en
Catalunya de la antigua AVT, en los hospitales junto a Sara Bosch, la primera
psicóloga que en Catalunya mostró el suficiente interés para dedicarse a
atender a víctimas del terrorismo. Y así estuvimos durante años.
Tres generaciones de la misma familia fueron heridas.
Irene, la hija de Maribel. Maribel, la hija de María. Y la propia María, por
tanto abuela de Irene. También los dos Juan José, Martínez y Mateos. Años de
discusiones y asesoramiento con las periciales médicas en Tarragona y
Barcelona, visitas a Joan XXIII y al Sant Joan, los trámites de las
indemnizaciones que correspondían por las secuelas deseando que las
investigaciones dieran fruto y los autores fueran detenidos, juzgados y a ser
posible condenados.
Pero han pasado 20 años y todavía no hay resultados porque
es uno de los numerosos atentados de la banda terrorista pendientes de captura
de los responsables. Y no queremos pensar que esto sea porque fue un atentado
en el que ‘solamente’ hubieron heridos. La casualidad fue la única responsable
de que no hubiera víctimas mortales. Pero una vez recordados tantos años de
sufrimiento, el tema es otro. Vemos actos y homenajes en los que el recuerdo es
para una sola víctima. Contemplamos atónitos cómo se destinan partidas de
40.000 euros para fundaciones a nombre de una víctima concreta... Nadie se
acuerda de aquellos que hemos sufrido atentados que para algunos no merecen ni
un triste recordatorio. En 2006 celebramos un acto de homenaje con la
asistencia de algunas personalidades reusenses. Ahora vemos que altos cargos
políticos se ofrecen a asistir a otros homenajes cuando el rédito es importante
y la foto es imprescindible.
De nosotros, 20 años después, nadie se ha acordado, nadie
ha pensado en un ramo de flores. Ninguna fundación, ni asociación, ni entidad,
ni administración. Tanto desde la comarca o de Andalucía y el País Vasco
habríamos acudido sin dudarlo porque también somos víctimas del terrorismo.
Isabel, “in memoriam”.