19 junio 2016
La batalla por la
memoria
El relato de 40 años
de violencia terrorista está en construcción. La desmemoria de las nuevas
generaciones y el intento de blanquear el pasado por parte de la izquierda
abertzale preocupa a las víctimas
En el campus de San Sebastián de la Universidad de Deusto,
Laura, Ane, Nerea y Silvia charlan después de una prueba. Están en primero de
carrera. ETA les suena tan remoto que algunas dudan de si es una banda
terrorista —“porque ya no actúa”, dice una—. Saben “por los telediarios y las
clases de historia” que fue una época “dura, mala”, comentan. “Lo veo lejano
porque en mi familia no hay nadie a favor de ETA ni víctimas”, explica otra.
Lamentan que cuando salen de Euskadi se les asocie, dicen, con la violencia
solo por ser vascas. Nacieron el año en que asesinaron a Miguel Ángel Blanco,
en 1997. Ninguna sabe quién era. “Me suena de historia pero no sé qué hacía”.
“¿No es el que iba a misa en Madrid y le pusieron una bomba?”. “No, ese es
Carrero Blanco”, contesta otra. Cuando averiguan que era un concejal del PP a
quien ETA secuestró para chantajear al Estado y que tras su asesinato brotó una
enorme oleada de rechazo del terrorismo, a dos les suena
Han pasado casi cinco años desde que tres encapuchados anunciaron el “cese definitivo
de la actividad armada” de ETA. Para la generación que acaba de llegar a
la Universidad,
las bombas, la extorsión, el secuestro y el disparo en la nuca flotan en un
pasado nebuloso y distante. Saben que ocurrió, pero a pocos les han hablado de
ello en casa y tienen lagunas. Están educados en el respeto a los derechos
humanos, pero no está tan claro qué evaluación ética hacen de lo que ha pasado.
“Era un tema silenciado por el que era mejor no preguntar. Los padres y los
profesores podían tener visiones diferentes, y eso generaba tensión”, explica
Iker Usón, uno de los profesores que ha participado en una experiencia piloto
para abordar el tema en la
Universidad, que se hizo con 280 alumnos de entre 18 y 23
años y que se divulgó en abril. “Mi
duda, y eso es lo que hay que investigar, es cómo ponderan lo sucedido. Ver si
es algo epidérmico, si decir que estuvo mal es solo lo políticamente correcto”.
El temor a
una generación amnésica asoma en un momento en el que el relato más o menos
compartido de qué ocurrió y cómo fue el terrorismo en el País Vasco está en
construcción. La salida de prisión del líder de la izquierda abertzale, Arnaldo
Otegi, —encarcelado por intentar
reconstruir la ilegalizada Batasuna a las órdenes de ETA—, presentándose como
un hombre de paz que mira al futuro, ha reactivado una batalla por la memoria
en la que se dirime qué historia se contará a estos chicos, o a otros más
jóvenes, cuando pregunten por ello.
Marta Buesa
ha respondido muchas veces. Respondió a su hijo cuando un día, a los cuatro
años, le dijo: “¿Y al abuelo Fernando qué le pasó?”. Le contó la verdad. Que
Fernando Buesa, un destacado dirigente socialista que había sido
vicelehendakari, fue asesinado a los 53 años con
un coche bomba al lado de su casa en Vitoria en 2000. Su escolta, el ertzaina
de 26 años Jorge Díez, también murió en el atentado. Responde, también, a los
adolescentes que la escuchan contar su experiencia en los institutos dentro del
programa Adi-Adian, en el que también participan otras víctimas del terrorismo
(ETA, GAL) y de violencia policial. “Les impacta cuando les digo que yo no
sentí odio. Preguntan mucho dónde están los asesinos, si sé quién son, qué
pasaría si me encontrara con ellos...”, cuenta en una terraza de un parque en
Vitoria.
Esa labor
de hacer memoria, de explicar a los alumnos cómo lo ha superado y qué ha
aprendido es muy exigente. “Desvelas parte de tu intimidad, te expones. Se
trata de transmitir un mensaje de deslegitimación de la violencia”. Lo que
cuenta esta abogada de 44 años contrasta con el relato de la izquierda
abertzale. “Hay una intención directa de diluir la responsabilidad del
terrorismo de ETA. Pero ahí está el trabajo de los demás para no consentirlo.
Con los mensajes de ‘aquí todos hemos sufrido’ se pretende englobar a todas las
víctimas en una mezcla confusa donde no hay una atribución de responsabilidad
concreta. Otegi pidió disculpas por si había añadido sufrimiento a las víctimas
de ETA con algo que el hubiera dicho o hecho. Esa
es una frase vacía, un perdón genérico que no tiene ningún valor. Es un
fraude”, afirma con su voz bajita y firme. Buesa cree que lo que no se afronta,
acaba volviendo al presente. Por eso le parece que va a ser un proceso
necesariamente largo. “Las víctimas somos incómodas porque somos la cara
visible de algo que no queremos mirar. Esa ignorancia premeditada todavía
está”.
Cerca del
campus de Deusto en San Sebastián, al otro lado del río Urumea, trabaja Pili
Zabala. Es odontóloga, tiene 48 años y da clase en un instituto. Es hermana del
presunto etarra José Ignacio Zabala. El GAL lo secuestró, torturó y asesinó
junto a José Antonio Lasa en 1983, y cubrió de cal viva sus cadáveres para que
no se les identificara. “Temo que se quiera ocultar lo que tanto tiempo se ha
ocultado”, dice enérgica en un aula vacía. “Los intentos de investigación de
otras violaciones de derechos humanos siempre se han encontrado con muchísimos
impedimentos”, afirma. “En la batalla por la memoria, ¿se va a hablar de
terrorismo de Estado? Reconocer esto sería muy inteligente, demuestra una
humanidad muy sabia, pero no interesa”, dice. “Unas vulneraciones de derechos
humanos no restan otras: suman. Cada una requiere su análisis específico”,
argumenta, y deja clara su independencia: “Jamás he justificado un asesinato.
Cuando oía en una manifestación gora ETA
[viva ETA] se me revolvían las tripas. No soy de la izquierda abertzale ni
estoy afiliada a ningún partido. He visto mucha manipulación y no me gusta.
Quiero ser libre para contar lo que he vivido”.
Buesa
conoció a Zabala en las charlas con adolescentes, y junto a otras 13 víctimas
más, participaron el año pasado en una iniciativa de la que surgió un grupo que
busca romper la indiferencia de parte de la sociedad vasca. Se llama Eraikiz
(construyendo, en euskera), y lo integran víctimas de ETA, del GAL, de
violencia policial. No quieren que se les utilice con fines políticos y quieren que todos los políticos
digan con claridad “que el recurso a la violencia está mal hoy y también estuvo
mal ayer”. Parece simple, pero aún no ha ocurrido.
A pocos
metros del lugar donde asesinaron a Buesa, en la Universidad del País
Vasco (UPV), daba clase de Historia Contemporánea Txema Portillo. Se tuvo que
marchar de Euskadi en 2000 por la persecución que sufría. En esa época ETA mataba a periodistas,
profesores, concejales, a los que pensaban diferente y lo decían. Socialización
del sufrimiento lo llamaron. Portillo, de 54 años, fue uno de los fundadores
del foro de Ermua y luego del movimiento cívico Basta Ya. La kale borroka atentó dos veces contra su coche
dentro del campus: un día se lo quemaron y otro le colocaron un explosivo.
Estuvo en EE UU, en Colombia, en México. En 2013 volvió “a un país distinto”,
cuenta mientras empuja su bici por el centro de Vitoria. “Puedo ir donde
quiera, tengo libertad. Lo que más me impresiona es que esta facultad es ya
como cualquier otra. Y eso es bueno, es como tiene que ser”, dice.
Son los
últimos días de exámenes antes del verano. Es mediodía y el centro de Vitoria
es verde, silencioso, peatonal. La gente va en bici por su carril. Preguntar
por décadas de terrorismo o por ETA aquí parece fuera de lugar, como acabarse
una bebida y tirar la lata al suelo. “No es algo a lo que le dé muchas vueltas.
En teoría ya ha parado”, dice M., una chica de 17 años tras recoger las notas.
“Nunca me ha interesado mucho y los adultos tampoco te saben contar. Mi madre
nunca da opiniones políticas”. Su amiga Leire, de 18, apunta: “Hemos escuchando
cosas de ellos, pero no nos hemos informado mucho”. Las dos dicen que rechazan
la violencia. “Depende de qué profesor sí que te cuenta”, explica M. “Yo sé que
todo empezó contra el franquismo”. Leire desarrolla la idea: “Hay muchos que
acataron [la dictadura] hasta que unos se rebelaron [ETA]”.
Portillo da
clase de la historia reciente del País Vasco. Le preocupa la desmemoria: “No
digo que haya que dar la tabarra todo el día con esto a los chavales, pero es
importante que tengan conciencia de que su país vivió así, no en el Pleistoceno
ni en la Guerra Civil,
sino al borde de su nacimiento”. También, la distorsión de los hechos: “ETA no
ha conseguido ninguno de sus objetivos, pero puede servirles de mucho que su
discurso gane en esta fase”. “De hecho”, ironiza, “según ellos técnicamente no
hubo ni terrorismo: esto ha sido una larga guerra, un conflicto”.
El historiador José Antonio Pérez, investigador del
Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, asociado a la UPV, explica que cuando la
izquierda abertzale “es consciente de que ETA está derrotada, comienza un viraje
discursivo para tratar de crear un relato que justifique la violencia”, dice.
“La idea es que esto ha sido un conflicto político que se recrudece en la Guerra Civil hasta
que en los sesenta llega una nueva generación de gudaris. Se pretende decir que
ETA era inevitable y fruto de la represión franquista. Luego, que la violencia
se retroalimenta por la represión, las torturas, los grupos ultraderechistas...
En esa línea de blanqueamiento del pasado, se omite que matar fue voluntario,
el apoyo social que tuvo ETA y la historia de cada violencia”.
ETA cometió el 95% de sus asesinatos tras la muerte de
Franco. Entre el primero y el último pasaron cuatro décadas. El 92% de todas
las muertes por atentado, 914, las causó esa banda y grupos afines (845), y el
resto grupos terroristas parapoliciales y de extrema derecha, sobre todo el GAL
y el Batallón Vasco Español. Un grupo de historiadores, entre los que figura
Pérez, colocó esos datos en el llamado Informe Foronda, publicado el año pasado a petición del
Gobierno vasco.
Las cifras caen a plomo en un debate lleno de subjetividad,
de dolor, de partidismo. Jonan Fernández, de 53 años, es muy consciente de lo
delicado del material que trata de modelar. Dirige la Secretaría de Paz y
Convivencia del Gobierno vasco, del PNV, encargada de diseñar la política
pública de memoria, entre otros cometidos. En su despacho de la sede de
Lehendakaritza, de la que depende, despliega sus “modernas” nociones sobre el
asunto: “La responsabilidad de la administración es integrar todas las memorias
y ponerlas en diálogo para resignificarlas en el contexto actual. Por ejemplo,
en el homenaje a las víctimas del franquismo era inevitable recordar, cuando
hablábamos de quienes tuvieron que marcharse por la represión, lo que pasa hoy
con los refugiados”, afirma.
Fernández viene de Elkari –luego Lokarri-, un movimiento próximo al independentismo que
abogaba por una “solución dialogada” al “conflicto vasco” y la idea de “proceso
de paz” pese a que ETA seguía matando. Esa organización, ahora extinta, se
desmarcó de la violencia de ETA y preparó el camino para crear un grupo
internacional de mediadores que relacionaban Euskadi con Irlanda del Norte o
Suráfrica. Antes, entre 1987 y 1991, Fernández fue concejal de Herri Batasuna
en Tolosa. Ahora gestiona ese relato central sobre el pasado en las
instituciones.
Su oficina ha impulsado varios estudios que llama “de
clarificación del pasado”. Un ejemplo es el trabajo sobre torturas que encargó
dirigir al profesor de Medicina Forense de la UPV Francisco
Etxeberria, del que se conocerá un avance este mes. Han recopilado unas 5.000
denuncias documentadas de torturas y maltrato policial entre 1960 y 2013. En
ese censo “hay muchas situaciones que no se han podido acreditar
judicialmente”, afirma Etxeberria. De ellas, 200 se someterán a un protocolo
psicológico de la ONU
para evaluar su veracidad. Los sindicatos mayoritarios de la Policía y de la Guardia Civil
criticaron ya el año pasado que se incluyan miles de casos sin valorar su
veracidad.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos acaba de condenar a
España por octava vez por no investigar suficientemente una denuncia de
torturas. Alrededor de zonas oscuras como esta gravitan parte de las
interpretaciones que interesan a cada relato sobre lo ocurrido. Etxeberria está
seguro, dice, de que habrá un uso político del informe, “tanto por parte de los
que consideran pertinente la investigación como de los que no”. Otegi se
refirió al trabajo el 27 de mayo: “… un informe en el que se habla de miles de
torturados en el país, aquí hubo guerra sucia, aquí han matado las Fuerzas de
Seguridad del Estado y aquí han matado los servicios de inteligencia”, dijo en
San Sebastián.
A finales de 2015, echó a andar el Instituto de la Memoria, Gogora, del
Gobierno vasco. Su trabajo más visible es la Plaza de la memoria, una exposición itinerante
que recoge testimonios de víctimas. Unos cilindros con pantallas muestran
vídeos de víctimas hablando. A la entrada, los de ETA. Más allá, los del GAL.
Los de la represión franquista, los abusos policiales. En el suelo hay etiquetas
que clasifican a los que causaron el daño. “La conclusión es que todos hemos
sufrido mucho”, analiza el historiador Pérez. “No existe un relato histórico
para que se comprenda qué ocurrió. El testimonio es tan contundente que lo
borra todo. El no relato también es un relato, y es muy sutil”.
La ampliación, en 2013, del programa Adi-Adian para que,
además de las víctimas del terrorismo, a los alumnos de Secundaria les den
charlas las de violencia policial generó críticas sobre si eso puede suponer una
amalgama que equipare a las víctimas. Fernández asegura que se opone “a ese
juego macabro”. “Tratamos de hablar de una sola cosa a la vez, algo que tiene
que ser compatible con no minimizar u ocultar ninguna vulneración de derechos
humanos”, afirma. Fernández cree que ese no es un problema real, y sí lo es
recordar “el abandono que tuvieron las víctimas de ETA de los setenta y
ochenta”. “Visto desde hoy”, dice, “es incomprensible, pero ocurrió. Eso
requiere autocrítica por parte de todos”, afirma.
Iñaki Arteta lleva años hablando de esas víctimas y del
terrorismo de ETA en varias películas. La última es 1980, el año en el que la banda asesinó a una persona cada tres días.“Al echar la vista atrás, es mejor no
pensar que decirse: ‘Bueno, ¿y yo qué hice? ¿Cómo es posible que no hiciera
nada?’ Que ETA no mate es un alivio para los perseguidos, pero sobre todo para
la gente que ha tenido esas dudas”, plantea el director de cine. Está
trabajando en una película sobre los 300 atentados de ETA que hay sin resolver porque
no se sabe quién fue el autor material. Se titula Contra la impunidad.
Arteta cree que hay una especie de desapego respecto al pasado. “Es deliberado,
como un mecanismo de defensa que te permite no tener que valorar lo que has
hecho ante un tema tan grave”, dice en Madrid, adonde ha acudido a grabar.
Olaya y Maite tienen 18 años. Estudian en el campus de la UPV en Leioa, al lado de
Bilbao. Misma pregunta abierta sobre el terrorismo, sobre las décadas de
violencia. “Yo no he vivido esto”, dice la primera, “pero creo que en España no
se entiende que pedir que los presos de ETA vuelvan al País Vasco no significa
que se apoye a ETA”. Ambas coinciden en que es un tema del que se prefiere no
hablar. Maite añade: “Pero no es por miedo. Es un tema pasado, al final cansa,
y se piensa que por ser vasco se es etarra”.
Una patinadora con mallas de licra adelanta a varias bicis
en el muelle de Getxo, el lugar en el que, durante décadas, han vivido
poderosas familias de banqueros e
industriales. Resulta difícil imaginar que volaran la cafetería de ese hotel
con una bomba. Que en esta ciudad de 80.000 personas hayan habido 19 asesinatos
de ETA. Que sobre una pared de
dos kilómetros de larga, Joseba Markaida, antiguo concejal socialista,
encontrara dianas rojas con su nombre dentro. Que, como va contando el
historiador José Antonio Pérez, en Euskadi haya habido “un plan de exterminio
del oponente político llevado a cabo por ETA y justificado por el entorno
abertzale”. “Por un lado, me alegro de que los jóvenes vivan ya sin la
presencia constante de esa violencia, pero es un peligro que no tengan
conciencia de que se intentó imponer por las armas un proyecto nacionalista
totalitario”. Se mire a la playa o a las mansiones sobre el acantilado, es
difícil de imaginar. “Ahora parece que fue en otro país, en otro lugar. Mi
temor es que, en poco tiempo, esto solo importe a las víctimas del terrorismo y
a los historiadores”, dice.
El exconcejal Markaida sufre estrés postraumático después
de llevar escolta de 2001 a
2011, después del hostigamiento de la kale borroka contra
toda la familia y de figurar en listas de amenazados. “Lo que no quede en la
memoria y en la historia es como si no hubiese existido”, dice. “Ahora, nadie
quiere saber nada ni acordarse del pasado. Y en parte es lógico; incluso yo a
veces también quiero eso, pero veo que si no aprendemos la lección, ¿para qué
ha servido esto?”.
Opinión:
Para no entrar en la complejidad ideológica que se extrae del reportaje, solo me
dedicaré a hablar del titular. En su primera parte dice: “la desmemoria de las nuevas generaciones” . Es cierto que las nuevas generaciones
pueden no recordar mucho del sufrimiento que se ha padecido a causa del
terrorismo de ETA (del de GRAPO, Terra Llilure, extrema derecha y otra 20 mas
ya ni hablamos). Pero esa desmemoria se torna en conocimiento cuando muchos de
ellos deben hacer, por motu propio o por consejo del profesor de turno, algún
trabajo de investigación sobre el tema. El pasado año 2015 tuve que colaborar
en más de 50 diferentes trabajos, desde el alumno que venía solo hasta grupos
de máximo ocho estudiantes. La desmemoria se realiza cuando no se invita a
nadie a recordar pero también cuando se intenta manipular el relato con propósito
ideológico, es decir, manipularlo en beneficio de unas u otras siglas. Y eso,
aunque duela, lo hacen algunas siglas con representación parlamentaria.
En cuanto al “intento de blanquear el pasado por parte de
la izquierda abertzale” a mi no me
preocupa lo más mínimo, por diversas razones. Para empezar, porque no permito a
nadie que manipule MI relato, porque está basado en hechos reales, porque no me
invento ni heridas ni secuelas ni miento para explicar milongas, porque no me
apropio de heridas que no sean las MIAS, porque no milito en partido político
alguno con lo que nadie podrá decir que impongo mi criterio al de otros, porque
tengo la experiencia de 28 años tratando personalmente con cientos de víctimas
y conozco sus realidades….
Por eso que la izquierda abertzale venda lo que le venga en
gana, no entraré jamás en el enfrentamiento político ni mucho menos partidista.
No insultaré jamás a ningún político (aunque ganas y pruebas me sobran para
hacerlo). Pero tampoco permitiré que nadie hable en MI nombre con MI relato
inventándose heridas que no son las suyas sino las MIAS.
Quien hace eso solamente merece desprecio.
Y por último, para reflexionar: ya tiene narices que salgan
tantos especialistas a hablar AHORA, cuando la banda terrorista ETA está
vencida y ya no mata ni secuestra ni le destroza la vida a nadie. Muchos de
estos especialistas ¿dónde estaban hace poco más de cinco años?