21 junio 2016
La mujer de negro
La mujer de negro se va o mejor dicho se aparta. Aun
trémula, la suya fue la voz más verdadera que surgió del 11-M, de sus hierros
retorcidos, de sus muertos y heridos, de su horror infinito. A esta mujer de
negro, que no de luto, el PP le quiso quitar la palabra porque no era una
víctima como Dios manda, porque no se limitó a llorar por Daniel, su hijo, el
primero de su barrio en colgar una pancarta con el “No a la guerra”, porque las
víctimas no pueden tener ideología, ni ser sindicalistas ni de izquierdas y
menos aún pueden decir esto: “A mi hijo no le ha matado una raza ni una
religión. A mi hijo le ha matado el odio asesino que han sido capaces de
inculcar en corazones mesiánicos Aznar, el trío de las Azores… ese odio ha
matado a mi hijo y a 190 trabajadores que son nuestra clase, no lo olvidéis,
los nuestros”.
Contra Pilar Manjón se desató la persecución más miserable,
una campaña de descrédito que ha continuado hasta hoy mismo. Decían que estaba
politizada porque en poco más de una hora, ante unos diputados que jamás habían
escuchado un caudal de dignidad semejante, desmontó la farsa del 11-M que
algunos se empeñaban en representar y exigió disculpas y responsabilidades a
los que, de brazos cruzados, permitieron que unos asesinos sembraran de bombas
los trenes de Atocha, de Santa Eugenia y del Pozo del Tío Raimundo.
Lo que hizo esta politizada mujer fue buscar su hijo,
primero entre los vivos y luego entre muertos, del hospital Gregorio Marañón de
Madrid, al Doce de Octubre, y a continuación en la Estación del Pozo, y más
tarde en la Paz y
en el Niño Jesús y después otra vez en el Marañón. Y tras pasar una noche
entera en esa gran morgue que fue el pabellón del Ifema cotejaron su ADN con
uno de los cuerpos, el de Daniel, al que pudo recoger cinco días después para
velarlo e incinerarlo al día siguiente.
Fue después cuando alumbró la Asociación 11-M
Afectados del Terrorismo en busca de justicia y reparación, las que durante
años les negó la Comunidad
de Madrid de Esperanza Aguirre, excluyéndoles de todo tipo de subvenciones.
Politizada como su fundadora, la
Asociación se limitó siempre a hacer tres preguntas a quienes
llamaban a su puerta: en qué tren ibas, cómo estás y qué necesitas.
Pilar resistió los insultos y las humillaciones. Los
primeros, instigados por esos medios que, en sus propias palabras, “vendieron
su conciencia para aumentar audiencias” y que durante años se forraron con sus
malditos agujeros negros hasta hacer, en algunos casos, de la teoría de la
conspiración su remunerado modo de vida. Hubo de pasar una década para que la Audiencia Nacional
investigara como humillación a las víctimas del terrorismo que unos malnacidos
la llamaran “golfa”, “puta prototerrorista” o que dijeran que “le tocó la
lotería cuando mataron a su hijo”. Por cierto, aquella causa, de la que nunca
más se supo, fue instruida por el juez Ismael Moreno, el mismo que mandó a la
cárcel a unos titiriteros por mostrar en una representación la pancarta del
“Gora Alka ETA”.
Humillante ha sido el abandono del monumento levantado en
la estación de Atocha, que se ha caído cuatro veces, o que en su interior
alguna víctima se topara con una fregona en el lugar donde estaban escritos los
nombres de quienes allí perdieron la vida. Humillante fue que se tratara de
escamotear la placa de recuerdo que había sido colocada en Parla o que se
rompieran las vidrieras de otro monumento, el de la Estación del Pozo. Y más
humillante aún ha sido la consideración de víctimas de segunda que han tenido
que soportar en este tiempo.
Manjón deja la presidencia de la Asociación pero nadie
debería olvidar su voz. La misma voz con la que consoló al joven saharaui
musulmán al que apadrinaba cuando éste le llamó al enterarse de los atentados y
al que tuvo que quitarle de la cabeza la idea de abandonar su religión con el
argumento de que los asesinos no se distinguen por su credo. La misma voz que
nos hizo llorar el 15 de diciembre de 2004 en el Congreso mientras Eduardo
Zaplana sin levantar la vista leía distraídamente unos folios.
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