23 julio 2016
El
complejo pulso entre la libertad y la seguridad
El objetivo del atentado, la
ciudad, y la hora y el día escogidos, parecen indicar una planificación
cuidadosa del atentado de Múnich
"Varios muertos" en un tiroteo en el centro comercial Olympia de Munich
Alemania había sufrido numerosos ataques terroristas, pero
ninguno comparable a los que han sembrado el caos en París, Bruselas o Niza en
el último año y medio. El de este viernes nada tiene que ver con los 34
asesinatos que en los años 60 y 70 cometió el Ejército Rojo (Baader-Meinhof),
un grupo de extrema izquierda, ni con la matanza de 11 atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de 1972 por
terroristas palestinos.
El objetivo (Olympia, uno de los principales centros
comerciales de Alemania, con unas 150 tiendas), la ciudad (Múnich, una de las
más tranquilas desde los Juegos Olímpicos de 1972, con millón y medio de
habitantes), la hora y el día con más movimiento (las seis de la tarde de un
viernes) parecen indicar una planificación cuidadosa.
Anoche la Policía
descartaba la autoría del islamismo, dando crédito a testigos presenciales que
habían escuchado al terrorista proferir gritos contra los extranjeros.
Alemania
y la ciudad de Múnich tienen medios suficientes para responder al terrorismo,
pero la defensa de objetivos tan débiles o blandos como un festival al aire
libre o un centro comercial es muy difícil o imposible sin una
militarización de la sociedad
Siempre
en las listas de objetivos de AlQaeda y del Estado Islámico y bajo la amenaza de las reacciones de
una ultraderecha violenta, Alemania está acostumbrada a altos niveles de
alerta, a la anulación de partidos de fútbol por amenazas y a redadas
frecuentes de sospechosos, pero hasta ahora veía con reservas la emergencia
declarada por el Gobierno francés desde finales de 2015 y la presencia masiva
de soldados y policías, metralleta en mano, en calles, estaciones, aeropuertos
u otros lugares públicos. Probablemente esta actitud cambiará pronto.
Algunos
políticos y expertos en seguridad criticaron el viernes las escasas medidas
visibles de seguridad, a pesar de las matanzas en hoteles y centros comerciales
de Nairobi, Bombay o Túnez, y a ataques tan recientes en casa como el del joven
afgano de 17 años que el lunes hirió con un hacha y un cuchillo a cuatro
personas en un tren en Würzburg, en la misma región bávara. Este atacante, en
un vídeo que dejó grabado se declara seguidor del Estado Islámico, pero las
autoridades alemanas no dieron crédito a dicha atribución.
A
poco más de un año de elecciones generales, ataques o atentados como los del
viernes y el del lunes-aunque de distinto signo ideológico-profundizarán la creciente brecha entre los alemanes y el millón largo
de refugiados recibidos en el último año y medio en el país gracias a la
política de apertura de Merkel.
"Tendremos
que acostumbrarnos a medidas de seguridad más estrictas en grandes
aglomeraciones como los festivales de Carnaval, los partidos de fútbol, los
congresos eclesiásticos o el 'Oktoberfest' (la fiesta de la cerveza más
importante del mundo)", reconocía el ministro alemán del Interior, Thomas de Maiziére, en Der Spiegel pocas horas antes del
atentado del viernes.
"Serán
decisiones de las autoridades locales", añadía. "Pienso en controles más serios en las entradas o en
grandes barreras. En algunos casos esto provocará grandes colas en
acontecimientos masivos, pero las medidas tendrán que ser apropiadas y proporcionadas. Me resisto a cambios fundamentales que reduzcan nuestra libertad, sobre
todo en momentos de celebración".
Es un pulso entre libertad y seguridad de muy difícil solución, mientras
no se resuelvan las causas ideológicas, militares, políticas, económicas y
sociales que subyacen en estas nuevas formas de terrorismo. Algunos miembros
del sindicato de la policía alemana han pedido desplegar militares sin uniforme
en los trenes. Maiziére no lo ve claro: "Más de 40.000 trenes circulan
cada día por Alemania, sin contar los tranvías".
Habrá
que esperar las reacciones de los partidos políticos, que podrían capitalizar
el suceso de Múnich para desgastar al Gobierno y culparle por su incapacidad
para garantizar la seguridad.
Felipe Sahagún es profesor de Relaciones
Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del
Consejo Editorial de EL MUNDO
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