viernes, 25 de octubre de 2013

25 octubre 2013 El Pais

25 octubre 2013

El perdón de un crimen imperdonable
Luis Carrasco, el asesino del exgobernador Juan María Jáuregui, narra por primera vez su encuentro con la viuda de una víctima directa de ETA





 
“Aquella mañana me disponía a pedir perdón por un crimen imperdonable”.
Luis María Carrasco Asenguinolaza trató de matar a Juan María Jáuregi, ex gobernador civil socialista de Gipuzkoa, en un bar de Tolosa, pero no pudo hacerlo porque había unos conocidos cerca de la víctima elegida. No conocía a su víctima. No tenía que conocerla. Su cometido como miembro de ETA era ejecutar órdenes; en este caso, ejecutar personas. Volvió a localizar a su víctima unos días después, en la cafetería del frontón de Tolosa. Esta vez no había obstáculos. Jáuregui recibió dos disparos por la espalda mientras su mujer, Maixabel Lasa, le esperaba en casa para comer. Aquel 29 de julio del año 2000 Carrasco se convirtió en asesino y Maixabel Lasa en viuda. Carrasco y Maixabel se vieron las caras casi 11 años después.

Carrasco fue condenado a 39 años de cárcel por la Audiencia Nacional en el año 2004, junto a los otros dos asesinos que acabaron con la vida de Jáuregui. Años después participó en el programa piloto de “encuentros restaurativos” entre víctimas y presos de ETA que puso en marcha el Gobierno vasco en 2010, presidido entonces por el socialista Patxi López. En aquel momento, Maixabel Lasa ya era la directora general de la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo. El destino quiso que uno de los primeros presos que solicitó conocer a su víctima fuera uno de los asesinos de su marido. Maixabel aceptó el encuentro. Fue la primera cita entre un terrorista y su víctima.

Luis Carrasco ha escrito ahora sus razones para acudir a ese envite. Lo ha hecho en el libro Los ojos del otro, que ha publicado estos días la editorial Salterrae, firmado por Esther Pascual Rodríguez, la coordinadora de los 14 encuentros realizados hasta que el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy paró ese programa.

Carrasco justifica su participación en que ya había iniciado su trayectoria de “depuración ética”. Y razona: “Para mí era vital escucharla. Poder estar con el familiar de la víctima del atentado en el que yo participé directamente (…), tener ocasión de escuchar sus impresiones y sus testimonios me permitió reevaluar racionalmente numerosas cuestiones de carácter ético y emocional y acercarme a una realidad largamente eludida, que siempre estuvo ahí, de la que durante tanto tiempo logré escapar e igualmente me esforcé por no ver (…) el encuentro con esas personas fue aleccionador y decisivo en mi particular proceso de transformación personal; representó un hito, un antes y un después”.

El encuentro tuvo lugar un jueves, 26 de mayo de 2011, en una pequeña sala de la cárcel de Nanclares de Oca (Álava), pionera en estas medidas. La mediadora profesional les presentó. Se dieron la mano y se miraron a los ojos. “Me fijaba mucho en sus gestos, en la cara”, recordó en mayo pasado Maixabel Lasa a EL PAÍS. “Él parecía estar mucho más nervioso que yo. Creo que es lógico porque yo no había hecho nada malo. Yo iba a ver a la persona que más daño me había hecho en la vida, pero estaba tranquila”.

El etarra escribió que su “necio delirio” solo sembró “odio y dolor”

Carrasco lo rememora de otra manera: “La persona que iba a conducir el encuentro me confirmó la disposición del familiar para reunirse conmigo. Se despejaba el temor que me había embargado hasta ese momento, que ella finalmente no quisiera, una decisión sin duda frustrante para mí, pero que si se hubiera producido yo la habría entendido (…) El encuentro, finalmente, se produjo y fue (he de admitirlo) muy complicado emocionalmente (…) Lo afronté con miedo y dudas: no estaba seguro de cómo conseguiría enfrentarme a aquella situación”.

La viuda del exgobernador confesó más tarde que había ido a la cita “porque sabía que era una persona que había hecho autocrítica, que desaprobaba lo que había hecho y que lo condenaba. Sabía que no iba a tener beneficios penitenciarios; que no iba a conseguir nada material”.

Carrasco lo explica a su modo: “Acudí con un solo objetivo: pedirle a ella y a todos los que tanto habían sufrido por mi culpa, perdón. Perdón por ser el causante de una gran injusticia, por ser el culpable del asesinato de su marido, el culpable de su sufrimiento, el culpable de haber destruido su proyecto de vida en común y sus sueños compartidos, el culpable de haber impedido que disfrutaran juntos de todos los momentos felices que les tenía reservado el futuro, el culpable de haberles despojado de miles de posibilidades que jamás se habrían de concretar, el culpable de haber acabado con todo lo que hubiera podido ser su vida y ya nunca sería”.

La viuda no conocía al asesino de su marido. No había podido ver su cara durante el juicio. No tenía una imagen de su aspecto físico. No quiso ver su foto. La víctima reflexionó sobre sus inquietudes ante el encuentro: “Le pregunté si conocía a Juan Mari, si sabía quién era y por qué lo había matado. Me dijo que no le conocía, que le había llegado una orden y la había ejecutado. No sabía nada sobre él ni sobre su trayectoria. No sabía que había estado en la cárcel, ni que había formado parte de ETA, ni que había sido miembro del Partido Comunista, ni que había declarado contra el general Galindo en el caso Lasa y Zabala. Ni que teníamos una hija. Realmente, no sabía nada de nada. Ni personal ni profesional”.

Lasa acudió a la cita porque sabía que el preso “condenaba lo que había hecho”

El terrorista la esperaba de otra manera: “En pocos minutos, ella aparecería, se sentaría frente a mí. Y yo habría de afrontar su presencia desde mi vergüenza y mi arrepentimiento, y consciente de la trágica posición en que me había situado el devenir de mi propia trayectoria personal, empeñada muchos años atrás en un desatinado transitar hacia ninguna parte, consagrada al servicio de un terco y necio delirio de sinsentidos que, mientras duró, solo consiguió sembrar odio y dolor”.

Un detalle impresionó a Maixabel Lasa: “El preso me dijo que no sentía nada bueno en él”.
Esa declaración formó parte del proceso de maduración del terrorista: “Años de reflexión y de introspección hasta convertirme en la persona que ahora soy. Hasta redefinirme y abandonar la lógica fanática y sectaria en la que una vez me hallé ciegamente inmerso y abominar de todo aquello que quería dejar de ser y que deseaba no haber sido nunca. Años ásperos, duros, de discontinua pero tenaz evolución hasta depurar e instalar en mi fuero interno el sentimiento de culpa, de arrepentimiento, la necesidad de pedir perdón”.

Y el preso le pidió perdón por un crimen imperdonable. Y la viuda se lo agradeció, le dio un abrazo y le dijo que no le importaría volver a verlo.

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