jueves, 10 de noviembre de 2022

10 noviembre 2022 La Vanguardia

10 noviembre 2022 


 

Barrionuevo, la autoficción

Francesc Marc-Alvaro

Pocas veces puede uno asistir al espectáculo del desdoblamiento del ser sin que el pánico oculte los detalles. Pocas veces tenemos el privilegio de contemplar como la máscara se ha comido completamente la calavera sin que ello afecte la diferencia entre la vida y la muerte, invisible. El personaje, macerado en un material que podría ser cinismo, pero es otra cosa, resiste incólume como ese lagarto que reposa en la botella del licor de arroz chino. José Barrionuevo, el ministro socialista del Interior condenado por el Supremo por la guerra sucia contra ETA, ha concedido una entrevista a El País sobre sus hazañas como jefe de una banda criminal al servicio­ del Gobierno. El periodista Miguel González le pregunta si secuestrar a un etarra era guerra sucia o no. La respuesta del jubilado Barrionuevo es clara: “Eso es”. En presente histórico. Eso fue, pero sigue siendo. ¿Aviso a navegantes o nostalgia del guerrero?

Lo fáctico como única medida. Eso es. Ni legalidad, ni legitimidad, ni moralidad. Lo fáctico despojado de todo lo demás. Un mundo sin brújula moral, un universo sin respon­sabilidad política. Sin amparo legal alguno, al margen de toda norma del Estado al que dice servir. Eso (crímenes variopintos ordenados desde despachos guber­namentales) era. Y cuando eso se descubrió y dio lugar a un juicio tampoco pasó nada. Barrionuevo fue condenado a diez años de cárcel, pero solo pasó tres meses entre rejas, porque fue indultado por el primer gobierno del popular Aznar. Eso es, eso fue.

La razón de Estado, el crimen de Estado, la razón del crimen, refulgente. ¿Por qué? Porque no pasa ni pasará nada. es, eso debía ser así, lo dicen muchos, cual coro griego del protagonista. Acariciado por el sol almeriense, querido por sus vecinos, Barrionuevo reescribe la historia como el salvador de Segundo Marey, pobre ciudadano francés al que los pos Antiterroristas de Liberación secuestraron por error. El entonces nistro ordenó que lo soltaran. La alternativa era que le pegasen un tiro, pero Barrionuevo tenía un principio y se lo comunicó a sus colaboradores, también a sicarios: "Cometemos errores, pero no podemos causar más desorden, con el causado hay más que suficiente".

La practicidad y el concepto de orden -elevado a termómetro ético- evitan que Marey se convierta en un cadáver como Lasa y bala. Barrionuevo admite que eso fue "un delito", pero añade que no puede actuar "contra los que están disparando mi trinchera aunque hagan algún disparo equivocado". Lo cuenta como si explicara un plan de salud laboral para una Barrionuevo comparece ante nosotros como un autor de autoficción, un género de moda. No goza del glamur del literato noruego Karl Ove Knausgárd, pero tampoco le hace falta. Como los escritores que se mueven en esta hibridación, el que fue ministro de González nos regala detalles, a veces banales, que elevan a pública la intimidad del que ejerció el poder, con una mezcla de naturalidad y mecánica exorable que fascina tanto como repugna. "¡Pero era un tipo tan grande que no cabía en el maletero del coche!", confiesa sobre un secuestro fallido de los GAL en Francia.

Detalles y más detalles.

En la autoficción, el personaje narrador puede vertir una migraña, una defecación o una EFE visita al supermercado en una aventura. Como teoriza el profesor Xavier Pla en su estimulante libro El soldat de Baltimore (Lleonard Muntaner), "lo que es propio de la autoficción es que la narración ponga al lector en alerta, en estado de sospecha y de duda permanente". Según su tesis, esta literatura "debe contener la dosis imprescindible de simulacro irónico".

Ahí estamos. Barrionuevo nos ofrece un Barrionuevo estilizado y ambiguo, un tipo que no se arrepiente, pero tampoco asume culpabilidades. El exministro es -desdoblado calculadamente- su gran obra de arte: "Había una cierta autonomía, había muchas cosas que te enteras cuando los acontecimientos van ocurriendo". El gobernante en manos de las circunstancias y las fuerzas ocultas. Un poco de pintura romántica de bote. Y la ponsabilidad política evaporada de vo, nunca tendremos al señor X.

Hemos sido engañados sin necesidad de mentiras. Hans Magnus Enzensberger nos avisó: "En el secreto de Estado se objetiviza una vez más, de modo palpable e inmaterial a la vez, el antiguo maná de los jefes de la tribu y de los reyes sacerdotes: es el secreto del Poder por excelencia".» El exministro nos regala detalles que elevan a pública la intimidad del que ejerció el poder

 

 

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