lunes, 20 de junio de 2022

19 junio 2022 (7) El Mundo del Siglo XXI (entrevista)

19 junio 2022 


 

“Las llamas salieron por donde estábamos”

EL MUNDO recorre con una víctima 35 años después el lugar del atentado más mortífero de ETA.

Los asesinos están libres y sólo uno se arrepintió

Aproximadamente una hora y media antes del atentado (serían las 14.30) comenzó a llover. Roberto Manrique, empleado de la carnicería del Hipercor de Barcelona, entraba en el turno de las 15.00 horas. Caminaba por la calle Dublín hacía la puerta principal, por donde solía acceder. El aguacero le hizo cambiar la rutina: «Bajo por el parking, acorto y no me mojo». Entró a pie irregularmente, por la rampa destinada a la salida de los coches del aparcamiento, el mismo recorrido que hacemos ahora, tres días antes del 35º aniversario del atentado más mortífero de ETA: 21 fallecidos y 45 heridos, 19 de junio de1987, Hipercor de Barcelona.

Bajando hacia el parking, Roberto reparó en un coche que entraba por el carril de la derecha. «¡Ostras, qué carro! Era un Ford Sierra, que entonces era una pasada», cuenta. Se fijó también en la suspensión del vehículo, en su exagerado vaivén hacia arriba y abajo. Luego caería en la cuenta de que el movimiento se debía al peso de los explosivos: 25 kilos de amonal y 200litros de líquido inflamable. Conducía el terrorista Rafael Caride Simón. El día antes de nuestra visitase han cumplido 10 años del cara a cara que mantuvo con él en la cárcel alavesa de Zaballa, dentro del programa de encuentros restaurativos entre víctimas y etarras auspiciado por el Ministerio del Interior.

Caride condujo el Ford Sierra en línea recta hasta casi el final del parking, giró a la izquierda y aparcó entre dos columnas, muy cerca de la pared del fondo. Justo encima estaba la carnicería donde en el momento de la explosión (16.08 horas) Manrique le servía 12 filetes de lomo a Mari Carmen Candilejas. «La bomba hizo un agujero ahí», dice señalando al techo del garaje, «y la onda expansiva y las llamaradas salieron por donde estábamos nosotros».

«Y ahí», apunta ahora hacia la izquierda, «creo que estaba el coche donde murieron Silvia y Jordi». Se refiere a los hermanos de 13 y 9 años que pasaban la tarde de compras con su tía Mercedes, también fallecida, y con cuyos padres nos veremos en unas horas. Las 21 víctimas mortales de Hipercor se encontraban todas en el parking. Perecieron asfixiadas por el humo que generó la explosión. Entre los pocos que lograron salir está Juan Francisco, el chico de la limpieza, a quien se le ocurrió orinar en la camisa, taparse la boca con ella y reptar hacia afuera.

Además de Silvia y Jordi murieron otros dos niños: las hermanas Sonia y Susana Cabrerizo, de 15 y 13 años, a quienes acompañaba su madre, también en la lista de víctimas mortales. El padre, Álvaro Cabrerizo, perdió a toda su familia en un instante. Roberto Manrique tiene bien presente el día que lo conoció. Lo vio agachado, llorando en un rincón de la Audiencia Nacional, en 1989, al acabar el juicio contra Domingo Troitiño y Josefa Ernaga, quienes habían sido detenidos dos meses después de lo de Hipercor. En 2003 se juzgaría a los otros dos autores del atentado: Rafael Caride, miembro del comando Barcelona como los anteriores, y Santiago Arróspide, Santi Potros, el cerebro de la masacre. ETA nunca había actuado tan indiscriminadamente contra la población civil. Se dijo que el atentado causó tanto malestar dentro de la propia organización que las detenciones fueron posibles gracias a chivatazos.

Manrique se acercó a aquel hombre derrumbado.

– ¿Está usted bien?

– ¿Cómo voy a estar bien, si esos hijos de puta mataron a mis tres mujeres?

«Y Álvaro Cabrerizo no fue llamado a declarar en ese juicio», cuenta Manrique ahora. «Se eligieron dos víctimas por sorteo, según me dijo el juez. Una era una filipina que medio no sabía español y ni se presentó, y el otro el que, según la sentencia, es el herido más leve»

Durante mucho tiempo Álvaro Cabrerizo durmió en una tienda de campaña que instaló en el salón porque no quería entrar en las habitaciones de la casa. Adoptó después una niña colombiana y falleció en 2010 víctima de un cáncer.

Dejamos el parking donde asesinaron a su mujer y sus dos hijas y subimos al hipermercado pasando por lo que eran los vestuarios del personal. Manrique se detiene frente a las escaleras: «Este recorrido lo hicieron los terroristas muchas veces desde meses antes, desde febrero. Seles encontraron tickets de compras, de la carnicería, de la panadería...».

Ya arriba señala a la zona del servicio de atención al cliente. «Aquí estaba la agencia de viajes. Xavier Valls estaba contratando un viaje sorpresa para su familia, pero se le había olvidado el DNI y tuvo que ir al coche a por él. Ya no regresó». Manrique maneja nombres y detalles con solvencia porque tras recuperarse de sus heridas se volcó en la atención a las víctimas. Fue durante años delegado de la AVT en Cataluña y ahora es asesor de UAVAT (Unidad de Atención y Valoración a Afectados por Terrorismo).

Cuando nos acercamos al mostrador de la carnicería de Hipercor están despachando un costillar. Hay cuatro clientes, el mismo número que tenía él. La mencionada MariCarmen, a la que atendía, la madre de ésta, Agustina, y otras dos amas de casa: Beatriz y Gloria . Agustina lo estaba apremiando porque tenía a su marido ingresado en el hospital. Había sufrido un atropello, cree Roberto. En la radio sonaba Mediterráneo. Lo recuerda perfectamente porque su compañero Pitu Comellas, que estaba en la trastienda, era fan de Serrat y la estab acantando. Con la puerta cerrada y todo lo escuchaba.

El boquete que provocó la bomba se abrió un par de metros detrás de las clientas. Lo que no pudieron evitar es que les alcanzaran las llamas. Manrique corrió hacia la pescadería.  «Iba a buscar hielo para la cara, pero me encontré aquí al jefe: ‘Ni hielo ni hostias, al carrer pitant’». Tiene luego una laguna de unos 30 segundos. Una vecina del edificio de enfrente, asomada a la ventana, le contó cómo fue su salida. «Me dijo que iba cargando con alguien y con los zapatos haciendo así. [Mueve las palmas del as manos arriba y abajo]. Las suelas se me quedaron pegadas en el suelo y me quedé sólo con la parte de arriba». Mástarde, posando fuera para las fotografías, señalará al edificio desde el que lo vio esa vecina: «Ahí viven dos víctimas; en ese bloque, cuatro, otras dos allí... Hasta el 11-M siempre he dicho que esa era la zona con más víctimas de España».

Lo trasladaron al hospital en un taxi. En el camino fue pensando qué podía haber sucedido: «Seguro que ha explotado la cámara frigorífica de la carnicería, qué putada». En esa creencia estuvo hasta que cuatro días después lo llevaron a quirófano. «Iba todo vendado en la camilla, no veía ni nada, pero podía oír. Una voz de hombre, un médico o un enfermero, dijo: ‘Pero qué hijos de puta, ¿cómo ponen una bomba en Hipercor?’. Me hizo un chasquido en el cerebro, un clic. ¡Un atentado!».

Había estado hasta entonces ingresado en la UVI de quemados. Inicialmente lo registraron erróneamente con su nombre y profesión: Roberto Carnicero. Así que su mujer lo estuvo buscando entre los cadáveres. Tenía entonces 24 años, un hijo de tres años y otro de 10 meses. Los primeros días, aislado, se comunicaba con su esposa por un interfono.

–Hay aquí un chico que vino el sábado [el día después del atentado] y no se mueve de aquí, pasa las noches y todo –le decía ella.

– Pregúntale cómo se llama –contestó él balbuceando.

Era José María, el compañero que debía estar atendiendo la carnicería en el momento de la explosión en lugar de él, porque Roberto, que siempre trabajaba de mañana, le había hecho el favor de cambiarle el turno. José María hacía guardia en la sala de espera de la UVI pero nunca entraba a visitarlo. «No me quería ver, no se veía con fuerzas. Hasta que mucho después me lo encontré en el aeropuerto. ‘¿Qué pasa, José María?’. ‘Es que no sabía cómo hablar de esto contigo...’».

Lo primero que hizo Manrique cuando le dieron el alta tras más de un mes y medio ingresado fue regresar a Hipercor. «Antes de ir a ver a mis hijos ni nada, porque pensé que si no lo hacía entonces luego no iba a poder». Enrique Vicente y Nuria Manzanares, los padres de Silvia y Jordi, sin embargo, nunca han vuelto a poner un pie dentro. La entrevista con ellos se desarrollará en el despacho de UAVAT.

El taxista que nos lleva hacia allí reconoce a Manrique y, tras cobrar la carrera, le dice: «Me venía preguntando yo, ¿qué pensará este señor de lo que está haciendo el Gobierno con Bildu?». «Pues quizá no coincida mi opinión con la suya. Habría que discutirlo», le responde. Durante la comida, en el club en el que juega al tenis, nos aclara el comentario: «Sólo se habla de las víctimas para meternos en el terreno de la política. Señor taxista, ¿por qué no me pregunta cómo están las víctimas?».

Hay unos 150 metros de bajada desde el club de tenis a su despacho. «Vas a hacer el camino que hice yo como 15 veces con la carta en la mano el día que me confirmaron el encuentro con Caride». La reunión se produjo el 15 de junio de 2012. Años después, Manrique relató sus impresiones generales a este diario, pero no quiso ahondar en la conversación que mantuvieron. Tampoco ahora. Se negó a estrecharle la mano, pero aceptó su arrepentimiento. Rafael Caride –condenado a 790años y medio por Hipercor– es el único de los cuatro autores del atentado que se ha mostrado arrepentido y Manrique, la única víctima con la que se ha visto. Quedó en libertad en agosto de 2019. Sus compañeros de comando, Domingo Troitiño y Josefa Ernaga–condenados a 794 años–, salieron antes: en noviembre de 2013 y diciembre de 2014, respectivamente. Santi Potros –790 años y medio– está en la calle desde agosto de 2018.

– ¿Sabes qué están haciendo?

– ¿Qué van a estar haciendo? Sus vidas.

A Nuria Manzanares su hermana Mercedes le dijo que se llevaba a los niños de compras, pero no adónde. Silvia (13 años) se marchaba de viaje de fin de curso a Mallorca y necesitaba un bañador. Faltaba poco para San Juan y Nuria tenía la peluquería a tope. Era un centro puntero para la época: sauna, esteticista, rayos uva, seis trabajadoras. Su marido, Enrique Vicente, tenía una empresa de electricidad con tres empleados. Esa tarde fue al carpintero a encargar maderas y allí lo escuchó en la radio. Acudió corriendo a la peluquería. «¿Los críos han ido a Hipercor?». «No lo sé». Se dirigió entonces al hipermercado y se colocó en la primera línea del cordón policial, junto a los bomberos. Escuchó a la Policía Municipal decir:

– Hemos encontrado una tal Mercedes Manzanares

– ¿Dónde la han enviado?

– No sé.

– ¿Iban con ella dos críos?

– No sé.

Recorrió varios hospitales hasta llegar al Clínico. Allí encontró a los tres, cadáveres, sobre las 19.00. «No pude llamar a Nuria porque estaban todas las líneas ocupadas», cuenta.

Nuria comenzó a ver revuelo en la peluquería, las chicas le dijeron que se vistiera, que tenía que ir al hospital, un accidente... Sus recuerdos son una nebulosa. Llegó al Clínico y Enrique le dijo: «¡Los tres están muertos!». Se abrazaron. «Sí me acuerdo del coche, de verlo todo lleno de polvo y los asientos de atrás limpios porque allí iban los niños».

Lo único bueno que vino después fue descubrir que esperaban otro hijo: Enric, 34 años hoy. El resto fue un declive físico y psicológico que achacan al atentado: Enrique ha tenido tres tumores cerebrales desde1992; Nuria ha encadenado una depresión tras otra. Pronto tuvieron que traspasar sus negocios. Con la ayuda de Manrique y de la abogada Montse Fortuny lograron una pensión de invalidez permanente por enfermedad común e iniciaron una batalla judicial para que se les reconociera como víctimas del terrorismo. Dos juzgados de lo social les dieron la razón, pero el Ministerio de Economía y Hacienda y el Instituto Nacional de la Seguridad Social recurrieron y el fallo se acabó revocando. No son víctimas porque no estaban en el lugar del atentado por muchas secuelas que tengan. «Quisiéramos abrir una campaña de debate para promover una modificación legislativa que reconozca como víctimas a los familiares», dice su abogada.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario