lunes, 4 de marzo de 2024

03 marzo 2024 (4) catalunyaplural.cat

03 marzo 2024 

 


 

El 11-M, crónica (personal) de la peor vileza cometida en nombre del periodismo

Josep Carles Rius

Un grupo de supuestos periodistas organizaron una persistente campaña que contribuyó a incrementar el dolor de las víctimas del 11-M y a complicar el trabajo de policías, fiscales y jueces. El entonces director de El Mundo, Pedro J Ramírez, lideró la ignominia, pero hubo clamorosos silencios en la profesión. Silencios que hicieron aún más meritorio el coraje de quienes plantaron cara.

La hemeroteca puede resultar severa con los periódicos. En el ejercicio del periodismo diario todos cometemos errores. Sobre el papel pueden corregirse en el plazo de 24 horas, en el soporte digital tan pronto como se descubren. Pero en la historia reciente de la prensa española existe el caso de un periódico que cometió un error en el año 2004 y lo mantuvo durante años, sin reconocerlo abiertamente, sin pedir perdón a las víctimas de la contumaz manipulación.

Podríamos decir que sufrimos un descomunal ejercicio de orgullo y prepotencia de un director de periódico, a quien no le gustó la realidad y fabricó la suya propia. Y pese a descubrir muy pronto que los hechos le daban la espalda, persistió en la manipulación de los indicios y los interrogantes para hacer verosímil el disparate. Cruzó todas las líneas rojas de la ética del periodismo y escribió el capítulo más vergonzoso de la prensa española en democracia. Un capítulo que demuestra hasta qué punto pueden orillarse los escrúpulos y la moral para vender periódicos, para tener ‘razón’ a toda costa.

Pedro J. Ramírez, el director de El Mundo hasta enero del 2014, construyó la mentira sobre el 11-M, el peor atentado terrorista sufrido en España, en el que murieron 191 personas y 1.858 resultaron heridas. Con su persistente campaña de cientos de páginas y decenas de portadas contribuyó a incrementar el dolor de las víctimas. A hacer aún más difícil el trabajo de policías, fiscales y jueces que habían realizado una investigación y un proceso penal ejemplar.

Pedro J. Ramírez no estuvo solo en su delirio. Federico Jiménez Losantos, el entonces locutor estrella de la emisora propiedad de la Conferencia Episcopal Española; un medio público como Telemadrid, y el diario digital de la extrema derecha (Libertad digital) fueron los cómplices necesarios para alimentar una corriente de opinión crédula con la mentira. Pero hubo un compañero de viaje aún más poderoso, un sector del Partido Popular que intentaba reescribir la historia, borrar la pésima gestión de las horas que siguieron al 11-M.

Juntos crearon un auténtico grupo de presión que actuó de forma despiadada contra todos aquellos a los que consideraban obstáculos para sus propósitos, ya fueran víctimas, jueces o periodistas. Sólo tres ejemplos: la presidenta de la Asociación 11-M afectados del terrorismo, Pilar Manjón, sumó a la pérdida de un hijo un constante acoso; el juez instructor Juan del Olmo se enfrentó a duros intentos de descrédito profesional y el periodista José Antonio Zarzalejos, entonces director de ABC, padeció una operación de derribo por no sumarse a la ‘teoría de la conspiración’.

Dos veces víctimas

Pilar Manjón aún recibía amenazas años después del día más triste de su vida. En una entrevista concedida en el undécimo aniversario del atentado pedía que “a nadie se le olvide que la teoría de la conspiración lleva en sus espaldas el suicidio de la mujer del comisario de Vallecas, Rodolfo Ruiz. Que no se olviden de que muchos de los nuestros se han ido quedando por el camino, con ictus, infartos… Y eso proviene de la doble y triple victimización que en este país se ha hecho con las víctimas del 11-M”. (1)

José Antonio Zarzalejos, en una entrevista a la revista Capçalera (2008) recordaba que, como director de ABC, decidió “no secundar una gran mentira como era la de la conspiración del 11-M ni el secuestro de la derecha por parte de una serie de medios de comunicación”.

Zarzalejos revelaba en aquella entrevista (2) que “medios como la Cope y El Mundo marcaban la agenda y convirtieron al Partido Popular en un instrumento de marketing a su favor. Yo me rebelo contra esta situación y por eso me destituyen (…) Yo dije ‘por aquí no paso’ y estoy muy orgulloso de ello. Si tuviera que volver a tomar la decisión que tomé entre 2005 y 2008, lo volvería a hacer, aun sabiendo que comportaría mi destitución”.

Hubo millones de ciudadanos que querían leer, oír o ver fabulaciones interesadas antes que conocer la verdad. Sin ellos, el periódico, la radio y la televisión implicados no habrían tenido el combustible necesario para la ignominia. Y hubo clamorosos silencios en la profesión en general y en las redacciones afectadas en particular. Silencios que hicieron aún más meritorio el coraje de quienes plantaron cara.

Veinte años después del 11-M, los principales instigadores de la ‘teoría de la conspiración’ son una sombra de lo que fueron. Pero todo el dolor añadido de las víctimas y algunas de las páginas más negras de la historia del periodismo permanecerán para siempre.

Todos los ciudadanos recordamos dónde estábamos, qué hacíamos, en el momento en que estallaron las bombas en los trenes de Madrid. Los periodistas, además, debemos saber dónde hemos estado durante los años en los que se perpetró la peor ignominia en nombre del periodismo. Es la hora de hacer memoria. Yo compartiré un breve fragmento de la mía.

El 21 de septiembre del año 2006, cuando la teoría de la conspiración estaba en su momento más álgido, la Junta del Col·legi de Periodistes de Catalunya, de la que yo era decano, fue una de las pocas voces que plantó cara. El Col·legi aprobó un documento en el que se afirmaba: “Tenemos el deber de pronunciarnos sobre prácticas que afectan gravemente a las instituciones del sistema democrático, ponen en peligro la convivencia, erosionan el conjunto de la profesión y tienen como primeras víctimas a muchos de los periodistas que trabajan en los medios que los protagonizan. Este es el caso de las campañas que, con motivo del sumario del trágico atentado del 11-M, han puesto en marcha las direcciones del diario El Mundo, la cadena Cope y Libertad Digital, con tal de conseguir fines políticos y económicos que nada tienen que ver con el periodismo”.

Dos días después, el periódico en el que entonces yo trabajaba, publicó un editorial en el que se leía: “No vamos a entrar en consideraciones gremiales. Que cada pluma aguante su vela. Con responsabilidad o sin ella, la prensa nunca escapa al escrutinio social. En este sentido, poco aportan cruzadas moralistas como la emprendida esta semana por el Col·legi de Periodistes de Catalunya contra quienes se sienten seducidos por las teorías conspirativas”.

En el Col·legi de Periodistes de Catalunya recibimos insultos por parte de los promotores de la ‘teoría de la conspiración’. Era lo esperado. Ya lo habían hecho con las propias víctimas, los policías y los jueces. Pero fueron las actitudes como la que refleja el editorial citado las que hicieron posible la impunidad de quienes fracturaron la sociedad española y escribieron unas de las páginas más miserables de nuestra historia reciente. Algunos periodistas, como el autor del editorial, se sintieron fascinados por la retorcida perversidad de Pedro J. Ramírez y fueron los cómplices necesarios. Lo que estaba en juego entonces, y ahora, no es una cuestión gremial ni moralista, es la democracia, la libertad, la convivencia y la ética. Por eso es tan importante hacer memoria.

El periodista Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos, ha escrito el libro Voces del 11-M. Víctimas de la mentira (Planeta, 2024) en el que denuncia que siga viva la teoría de la conspiración “a pesar de las dos sentencias –una de ellas del Tribunal Supremo– que ya en su día enterraron estos bulos. (…) y si se cuestiona permanentemente la identidad del asesino de tu ser querido, es imposible realizar un duelo, cerrar heridas, descansar en paz” (3).

El periodista de Infolibre le pregunta: “¿Cómo calificaría el papel jugado por las propias asociaciones de la prensa ante la teoría de la conspiración que alentaron determinados periodistas desde determinados medios de comunicación?”. Víctor Sanpedro responde: “Inexistente. Con la única excepción del Col·legi de Periodistes de Catalunya, que sacó un especial después de los atentados en el que criticaban las tesis conspiranoicas, el resto de asociaciones de la prensa jamás han respaldado a los periodistas que fueron represaliados por defender la verdad. Más bien al contrario, han blindado y han seguido homenajeando a aquellos que manejaron las teorías de la conspiración”.

Cuando, en el 2007, publicamos esta investigación, un magnífico trabajo del periodista Jordi Rovira, volvieron los insultos y los silencios. El dossier especial de la revista Capçalera lleva por título Historia de una conspiración, y sigue siendo una referencia para entender el momento más vergonzoso del periodismo en España.

La manipulación imposible

Si hacemos memoria veremos que el 11-M cambió la comunicación en España. Ya nada volvió a ser igual después de aquella inmensa atrocidad y de la reacción del poder, de los medios de comunicación y de los ciudadanos. El poder político, el Gobierno de Aznar, pensó que podía manipular la realidad. Que podía engañar a la opinión pública para ganar unas horas y evitar la derrota del PP en las urnas. Por eso llamó a los directores de los grandes periódicos españoles y les dijo que había sido ETA. Y la mayoría se creyó el engaño y encabezó sus ediciones especiales con la autoría de ETA. Pero los tiempos habían cambiado y los periódicos ya no tenían el monopolio de la opinión pública. Ya no se podía fabricar la realidad con llamadas a los directores. Los ciudadanos se movilizaron y exigieron la verdad antes de votar.

El profesor José Luis Orihuela recordaba que desde el 11-M, “la red se convirtió en una gran plataforma social en la que múltiples voces, sin la clásica intermediación editorial, comenzaron a llegar al espacio público y a competir con los medios en el intento de captar la atención y el interés de los usuarios”. (4) En otras palabras, los ciudadanos se emanciparon de los medios. La barbarie del atentado y la reacción del Gobierno hicieron que los ciudadanos descubrieran, de pronto, que tenían la posibilidad de movilizarse a través de los móviles. El tráfico en las redes de telefonía se disparó como nunca hasta entonces (el día de la jornada de reflexión, el tráfico de SMS aumentó un 20% respecto del tráfico habitual, y el domingo, un 40%, un récord absoluto para este tipo de mensajes).

La mañana del 13 de marzo de 2004, alguien lanzó este mensaje desde su teléfono móvil:

“¿Aznar de rositas? ¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdaci trabajando? Hoy 13M, a las 18h. Sede PP, C/ Génova 13. Sin partidos. Silencio por la verdad. ¡Pásalo!”

Aquel mensaje pasó a los foros de Internet y se convirtió en el desencadenante de protestas espontáneas la noche del 13-M ante las sedes del Partido Popular de toda España. Los manifestantes se preguntaban “¿Quién ha sido?”. Aquel día los ciudadanos comprendieron que podían organizarse, crear redes de información y plantar cara al poder con un teléfono móvil y su determinación.

Y la historia del periodismo en España quedó marcada para siempre. José Antonio Zarzalejos concluye que “la ‘teoría de la conspiración’ es uno de los hitos más profundamente negativos de la historia reciente del periodismo español. No surge de una duda razonable sino de una estrategia política y comercial”.

Poco a poco se configuraban dos mundos que eclosionaron el 11-M del año 2004, con los terribles atentados yihadistas de Madrid. Fue el gran momento de la ‘revolución de los móviles’ que abría la era de las redes sociales, una era que alcanzó cotas exponenciales con la irrupción en España de Facebook (2007) y Twitter (2009). Mientras, estallaba la gran depresión en el año 2008, agravada en España por la burbuja inmobiliaria. Era la suma de todas las crisis que provocó en el año 2011 la movilización del 15-M y, como reacción, la mayoría absoluta del Partido Popular.

Los dos mundos se hicieron visibles de golpe. El que reaccionaba frente a la crisis y que basaba su capacidad movilizadora en la indignación y en el poder de las redes sociales. Y el que pretendía mantener el estatus quo, que todo siguiera igual. Y el primero de los mundos tuvo la percepción que la mayoría de los medios de comunicación pertenecía al segundo. Que buena parte de la prensa, la radio y la televisión había optado por el silencio frente a una realidad que resultaba incómoda.

Del 11-M al “que te vote Txapote”

En cualquier democracia avanzada, los estragos de ETA, el terrorismo yihadista, las crisis globales, o, en el año 2020, la pandemia, serían ‘cuestión de Estado’, una tragedia compartida, un motivo de unidad. Nunca un instrumento para avivar la confrontación y el odio entre ciudadanos y multiplicar el dolor de las víctimas. España en esto es una triste excepción. (En cualquier otro país, también serían impensables los homenajes públicos que se organizaban en Euskadi cada vez que un terrorista condenado regresaba a su pueblo de origen tras cumplir la condena).

De alguna forma, los partidos de derecha, con la complicidad de los medios de comunicación afines, reprodujeron con la pandemia la misma estrategia que siguió a los atentados del 11-M. Entonces, la operación se basó en generar dudas y lanzar teorías de la conspiración. Si bien existen diferencias sustanciales entre ambos contextos, también se da una clara coincidencia: en el Gobierno, como entonces, estaba la izquierda (desde las elecciones del 2019). Un Gobierno al que la derecha consideró ‘ilegítimo’ porque partía de una moción de censura que contó con el apoyo de los que considera ‘enemigos de España’.

En aquella ocasión se trataba de deslegitimar al Gobierno del PSOE, que había ganado las elecciones del 14 de marzo del 2004. Dieciséis años después, en 2020, el objetivo era minar el primer gobierno de coalición, formado por PSOE y Podemos. Se trataba de una pandemia global, pero la oposición y sus apoyos mediáticos señalaron desde un primer momento al Gobierno como responsable de la expansión de los contagios. Y habíamos pasado de los mensajes de móvil del 2004, a la apoteosis de las redes sociales. Especialmente WhatsApp, una plataforma que la ultraderecha domina para viralizar sus bulos y para avivar la indignación contra el Gobierno.

En el año 2004, Pedro J. Ramírez, el director de El Mundo hasta el 3 de febrero de 2014, construyó la mentira sobre el 11-M, el peor atentado terrorista sufrido en España. Tras ser despedido de El Mundo, Pedro J. Ramírez fundó un periódico, El Español. Aparece en platós de televisión y, cuando organiza un evento, muchos políticos y empresarios acuden. En los países democráticos de nuestro entorno, un periodista que hubiese cometido un acto parecido, estaría condenado al ostracismo.

Una vez convocadas las elecciones del 2023, primero locales y autonómicas (28 de mayo) y después generales (23 de julio), era la hora de volver a apostar por ETA. Apareció el “Que te vote Txapote”, en referencia al apoyo que había recibido el Gobierno en diversas leyes por parte de Bildu, la izquierda independentista vasca. Txapote es Francisco Javier García Gaztelu, condenado a 152 años por los asesinatos de Fernando Múgica, Gregorio Ordóñez y Miguel Ángel Blanco. Este último crimen, cometido el 13 de julio de 1997, había movilizado como nunca a la sociedad española, y marcó el punto de inflexión hacia el fin de ETA, que la democracia logró derrotar definitivamente en 2011.

Alberto Núñez Feijóo utilizó la figura de Miguel Ángel Blanco en el cara a cara que mantuvo con Pedro Sánchez. Muñoz Molina lo recuerda (5): “Hace falta —escribe— mucha vileza para convertir la memoria de aquel hombre tan joven en un sórdido navajazo político, como hizo la otra noche Núñez Feijóo. Este verano de la nueva era son sus fieles enfervorecidos los que repiten festivamente a coro, esa rima infame (“Qué te vote Txapote”) que ensucia los oídos de cualquiera, pero sobre todo la boca que la dice. Estoy seguro de que sus residuos van a seguir durando mucho tiempo, infectándolo todo”.

“¿Qué saben sobre Txapote todos los que han repetido hasta la saciedad el lema que lleva su nombre?”, se pregunta Beatriz Gallardo Paúls, catedrática de Lingüística en la Universidad de Valencia (6). Nada y no importa. Porque, «en realidad, todos estos elementos funcionan como interjecciones. Son gritos de guerra cuya única función comunicativa es transmitir un estado emocional negativo; solo hay ofensas, descalificaciones y desprecios, porque la ira y la rabia fagocitan cualquier racionalidad. La falta de contenido argumentativo subyacente se da también en las voces que fomentan esos mensajes desde los medios”.

 

 

 

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