18 julio 2012
Diario Marítimo
Pablo-Ignacio de Dalmases
Más allá del puerto
Atardecer de verano en el Hotel Internacional
El atardecer es un momento grato en la vida de una ciudad como Barcelona. El sol camina inexorablemente hacia su ocaso y su fuerza se atempera progresivamente, mientras la brisa del Mediterráneo refresca el ambiente de las calles y las terrazas se llenan de gente dispuesta a disfrutar de la noche que se avecina. Hay rincones recoletos desde los que se domina una hermosa vista de la urbe mientras se encienden las luces de las farolas y la gente sale a pasear sin temor a los rigores de la canícula.
Debo a Joan Estrada el descubrimiento de uno de esos rincones privilegiados, que es la terraza del Hotel Husa Internacional, un veterano establecimiento situado en las Ramblas, frente al Liceo. El trasiego callejero no se advierte más que lejanamente y la vista se pierde hacia el Tibidabo, donde luce la espléndida iluminación de su templo expiatorio. En este ambiente sosegado se reúnen los componentes de la peña «Un dels nostres», grupo de gente culta, sociable y hospitalaria que no ha perdido el saludable hábito de la tertulia en torno a una buena mesa como la del Internacional.
La peña, que entre otras cosas ha instituido los prestigiosos premios Christa Leem, pone sobre el tapete en sus encuentros temas de actualidad en los que cada uno aporta su experiencia y esa noche hubo quien acaparó por derecho propio la atención de todos. Fue Roberto Manrique, uno de los supervivientes del criminal atentado de ETA en Hipercor, que acaba de encontrarse en la prisión provincial de Álava con Rafael Caride Simón, condenado por su implicación en aquella masacre.
El relato de Manrique es pormenorizado y recuerda fechas, situaciones y personas que permanecen indeleblemente grabadas en su memoria. Manrique, quien sufrió las consecuencias del atentado mientras trabajaba en Hipercor como carnicero sustituyendo a un compañero, consultó previamente con su mujer y sus hijos la conveniencia de aceptar el ruego de Caride para este encuentro y tuvo muy presente durante el mismo lo que pudieran pensar otras víctimas de ETA. Por eso no quiso darle la mano y sí, en cambio, mirarle a los ojos. Se interesó también sobre muchos aspectos técnicos de la preparación del atentado y encontró respuestas a muchas preguntas y confirmación de otros puntos.
En todo caso, hubo dos conclusiones positivas:
Caride le confirmó que el alto el fuego de ETA no tendría vuelta atrás y, sobre todo, le dio la sensación de que su arrepentimiento era sincero. «Aunque nunca pronunció la palabra perdón, se lo noté en sus ojos y en la forma en que reaccionaba cuando hablamos de las víctimas»
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