05 agosto
2016
María Eugenia
R. Palop
Pili Zabala: víctimas, poder y
amarillismo mediático
Que los medios de
comunicación, siguiendo la estela de ciertos partidos políticos, hagan un uso
descarado del rol que las víctimas pueden cumplir en nuestra sociedad es algo
que a estas alturas ya nos ha dejado de sorprender
Hace unos días El Mundo publicó un artículo titulado El
doloroso secreto de Pili Zabala en el que se ofrecía un morboso repaso del
asesinato de Lasa y Zabala, y se presentaba a la candidata podemista a
lehendakari en su estricto papel de víctima, sin destacar nada apreciable de su
proyecto político, sino únicamente sus traumatizantes vivencias, su entereza y
sus virtudes personales. El artículo era el fruto de una mezcla preocupante de amarillismo,
condescendencia machista e instrumentalización, y venía acompañado, además, de
una llamada del periódico a la investigación reveladora del caso, que, aprovechando
la ocasión, ponía el acento sobre los innegables aciertos de sus intrépidos y
heroicos periodistas, con fines claramente comerciales.
Que los medios de comunicación, siguiendo la estela de
ciertos partidos políticos, hagan un uso descarado del rol que las víctimas
pueden cumplir en nuestra sociedad, es algo que a estas alturas ya nos ha
dejado de sorprender, pero a muchos nos parece todavía lamentable y
contraproducente, independientemente del éxito que pueda cosecharse con
semejante maniobra.
Por supuesto, está claro que la narración de las víctimas
es esencial para garantizar el derecho a la verdad y a la memoria que a todos
nos asiste; el derecho a la verdad y a la memoria se orienta al
(re)conocimiento colectivo del mal sufrido y no puede pensarse siquiera sin la
voz activa de las víctimas. De hecho, la historiografía, esa especie de “verdad
oficial” que elude los elementos emocionales y evaluativos, ha sido el fruto,
muchas veces, de una mentira institucionalizada, un silencio general, o un
olvido forzado, como ha sucedido en España, sin ir más lejos, con los crímenes
del franquismo. En España, de hecho, el intento de olvidar o de “no recordar”,
la pertinaz negación, la confusión, y la amnesia social han sido estrategias de
(des)memoria artificiosamente estimuladas cuyos efectos padecemos todavía. “Es
hora de contar los pormenores de esta conmoción nacional antes de que lleguen
los historiadores”, decía García Márquez, con sorna, en Los funerales de la Mamá Grande.
Sin embargo, tan peligroso es reducirse a un análisis
histórico construido desde el poder, como recurrir continuamente al desnudo
testimonio de las víctimas con fines electorales o con objetivos comerciales.
Esta ha sido, precisamente, la trayectoria que ha seguido el Partido Popular
que, mientras acogía entre sus filas a víctimas de ETA, como María del Mar
Blanco, se dedicaba a dividir, confrontar y jerarquizar el relato de unas
víctimas y el relato de las otras. El PP ha ninguneado primero y maltratado
después a las víctimas del 11M, entre otras cosas, dudando de la verdad
judicial sobre el caso, con una obcecación enfermiza; ha dedicado cero euros a
la aplicación de la ley de la memoria histórica; ha protegido sistemáticamente
el mausoleo franquista, y ha obstaculizado por todos los medios que los cuerpos
enterrados en el Valle de los Caídos sean por fin exhumados, más allá del
sufrimiento permanente que esto ha ocasionado a los familiares. Y lo ha hecho,
obviando, además, tanto el informe que al respecto redactó el relator de las Naciones Unidas, como
las diversas sentencias judiciales que ya existen en contrario.
Evidentemente,
hay víctimas que han conseguido superar el descentramiento, abriéndose a una
relectura profunda y autoreflexiva de la experiencia propia, resistiendo la
proclividad del poder a su rentabilización, y favoreciendo los procesos
reconstructivos en una sociedad rota. Pero lo cierto es que este es un esfuerzo
y un acto de generosidad que no se les puede exigir, y cuando se recurre al
amarillismo o se las utiliza de forma electoralista lo que se hace es
ralentizar y entorpecer estos procesos, sustituyéndolos por la manipulación
revictimizante de un dolor particularizado. Algo que en realidad lo revuelve
todo para dejar las cosas en el mismo sitio.
La
memoria no puede ser individualizada, ni privatizada, con objetivos espurios,
ni por las instituciones, ni por los partidos, ni por los medios de
comunicación, porque el mayor valor de los casos individuales es el de subrayar
que el horror ha sido y es también una experiencia común, cuyo (re)conocimiento
y validación tiene que ser social, crítica y democrática. De manera que solo
podremos reconstruir la verdad, exigir responsabilidades, y articular un
consenso sobre lo intolerable, si conseguimos atender a la vivencia singular de
cada víctima dignificándola, y evitando las manipulaciones y las orientaciones
interesadas.
Si
no tenemos en cuenta todo esto, si no aprendemos a dudar de ciertas estrategias
mediáticas y partidistas, para someterlas a la vigilancia pública, examinarlas
y ponerlas en cuestión, estaremos tristemente condenados a repetir la misma
historia que queremos superar. Y de superarla es de lo que se trata cuando se
exige el deber de reconocer pública, social e institucionalmente el dolor de
las víctimas; reconocerlo para darle su lugar en un contexto público, no
exhibirlo ostentosa e impúdicamente con fines estrictamente privados.
Opinión:
Excelente
articulo el que publica eldiario.es y que apunta en una dirección que, hasta
hace muy poco, solo comentábamos algunas víctimas en petit comité. Ya cansa
tener que estar siempre desmarcándose de la etiqueta de “uso partidista” que
desde ciertos sectores se llevan a cabo con “las” víctimas del terrorismo.
El artículo
menciona a Mari Mar Blanco como uno de esos casos en los que la política ha
entrado por la puerta para que la pluralidad salte por la ventana. Cuando
alguien, desde el pedestal que le ofrece ir en las listas electorales de un
partido (el que sea) se autoproclama abanderado de un colectivo
ya empieza a cometer un grave error: el de creerse representante de “LAS”
cuando debería serlo, si acaso, de “ALGUNAS” (especialmente las que voten a esas
siglas concretas). ¿Cuántas iniciativas en beneficio de “LAS” víctimas se han
presentado desde el Parlamento? Acudir a actos que deberían se de homenaje y
que están claramente politizados para lanzar proclamas partidistas ya no vende,
hay mucha gente que le ha visto el plumero a los que se dedican a esta labor.
¿Qué iniciativas legales, sociales, asistenciales se han presentado por la
infinita mayoría de supuestos “representantes” de víctimas en el último año o
en los anteriores? ¿Cuánta gente se ha aprovechado de su status de víctima del
terrorismo (real o inventada que de todo hay) para trepar en las listas
electorales? “Tengo una excelente relación personal con [x político]”, “¿Has
visto el follón que hemos montado hoy en el Parlamento?”, “la alcaldesa [X] es
la [por respeto no reproduzco las opiniones]”, “[X] ha traicionado la memoria
de los muertos”, “deseo la muerte del etarra [x]”, “le hemos jodido el discurso
al gordo de mierda”.... son declaraciones de personajes que se autoproclaman
representantes de “LAS” víctimas y que, evidentemente, muchas víctimas no
compartimos.
Y hay que
decirlo bien alto y bien claro.
Pero son unos
tristes transmisores de las ideologías que profesan, sin importarles lo más
mínimo que habrá quien se crea que son opiniones consensuadas, consultadas y comentadas
con sus “representados” previamente.
Pero de eso
nada...
Sólo espero
que quienes se dedican a utilizar el dolor ajeno para obtener réditos
políticos, partidistas y personales vayan siendo descubiertos por gente con la
valentía suficiente para entender que investigar y denunciar los errores que
cometen no es, en absoluto, atacar a “LAS” víctimas... sobre todo cuando
algunas de las que se dedican a esta labor deberán enfrentarse algún día a las
fundadas sospechas de ser unos impostores (y algunos por partida doble).
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