29 agosto 2016
El respeto debido a
los que acabaron con ETA
España vivió también
medio siglo de ignominia, y al final el Estado derrotó al terrorismo
El mundo entero celebra, con generosidad y justicia, la paz
que se abre paso en Colombia, tras la firma del acuerdo entre las FARC y el
Gobierno de Santos, zaherido por los que esperan tacharlo en el referéndum de
octubre. Pase lo que pase en ese momento histórico, fuerzas sociales y
políticas colombianas y del resto del universo ya se han felicitado por la
voluntad de diálogo que el Estado colombiano ha mostrado frente a la mayor
amenaza que para la libertad y la vida ha ocurrido nunca allí. Medio siglo de
pérdidas humanas, de desplazamientos, de extorsión, está detrás de ese acuerdo
que ha abierto el camino de la paz.
En otras
circunstancias, España vivió también medio siglo de ignominia terrorista, y al
final el Estado ganó la partida, derrotando a ETA y obligándola a cerrar esa
compuerta de sangre y de sufrimiento con la que decía defender la libertad del
pueblo al que sojuzgaba con el terror. Fue sobre todo el ejercicio democrático
de la política el que al fin puso a la organización terrorista cara a su propia
desvergüenza: enarbolaba la bandera de la libertad para su pueblo, pero iba
contra su pueblo. Quedan aún flecos del pasado de ETA, pero ya no existe sino
en la sugestión de quienes querrían menos democracia.
En este
tiempo en que se celebra, con justicia, el final del proceso colombiano, y que
se ensalza lo que ha hecho el Estado de ese país para recuperar la paz, hay que
llamar la atención sobre la poca consideración que se ha tenido en España por
aquellos que consiguieron al fin que aquí se acabara con ETA. Se ha silenciado
tanto ese mérito que parecería que esta anomalía antidemocrática de nuestra
historia desapareció como por ensalmo. Y fue el Gobierno de Zapatero, su
presidente y su ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, los que
emprendieron, en medio de la incomprensión y la ingratitud de los que habían
intentado lo mismo sin éxito, ese episodio final. Extraña, en este país tan
conmemorativo, que ni siquiera en los momentos en que esto resulta adecuado se
recuerde que, en efecto, fue el Estado, y fueron esos representantes elegidos
del Estado, los que hicieron posible que este país, Euskadi y toda España,
viviera en paz, con la libertad que garantiza la democracia.
Como decía
un título bien adecuado de Julio Cortázar, “no se culpe a nadie” de este
olvido, pero téngase en cuenta. A Rubalcaba —y a Zapatero— le culparon de todo
los que han tenido cuidado de pasar de puntillas por estos méritos. En
concreto, el que fue ministro del Interior, quizá el más insultado de los
políticos de la democracia, volvió a su puesto en la Universidad Complutense ,
sigue enseñando química orgánica y todavía no tiene ni un átomo del
reconocimiento que le alivie de los denuestos que le lanzaron. Es justo hacer
que esta memoria no sea tan solo el regocijo que Zapatero, Rubalcaba y su
equipo deben sentir, legítimamente, por el deber de servicio público cumplido.
Opinión:
Comparto absolutamente el fondo del artículo pero creo que
falta un “pequeño” detalle: para terminar con la banda terrorista ETA ha sido
necesaria e imprescindible la actitud de la infinita mayoría de víctimas de la
banda que hemos aprendido a vivir con nuestro dolor respetando escrupulosamente
la legislación, sin ánimos de venganza ni de devolver el daño recibido.
Y reitero, “la infinita mayoría de víctimas” porque,
desgraciadamente, también hay aquellas víctimas o “pseudovíctimas” que plantean
ideas y propuestas fuera de la legislación. Algunas lo han hecho incluso desde
el autoproclamado cargo de “representantes”…. Aunque parezca mentira, la
impresión es que les iba mejor estar “contra ETA” que “sin ETA”, excelente muestra
de su desinterés por el bien del resto de la sociedad. Y eso lo decían personajes
que ni siquiera aparecen en las sentencias correspondientes o que públicamente han
manifestado secuelas y heridas que jamás han sufrido.
Pero el tiempo está poniendo y pondrá a cada uno en su sitio.
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