10 julio 2021
Las conexiones de la Iglesia con el jefe de ETA
La Iglesia y el jefe de ETA ‘Josu Ternera’ ha acabado acogido en el que fue el último bastión de un arzobispo ultra en París
Cuando José Antonio Urrutikoetxea todavía no se había transformado en ‘Josu Ternera’, en enero de 1972, estuvo a punto de ser capturado por la Policía en Bermeo porque llevaba ya algo más de tres años en las filas de ETA. Logró escapar, según los diarios de la época, gracias a la ayuda de un sacerdote. Cincuenta años después, tras toda una vida en la organización terrorista, ha vuelto a ser arropado por una orden religiosa, la Congregación del Espíritu Santo y el Inmaculado Corazón de María, que le ha acogido en su histórica sede de París, mientras comparece ante los tribunales galos antes de ser extraditado a España. La misión de los espiritanos es «anunciar el Evangelio a los pobres y oprimidos», según su regla de vida.
El que fuera uno de los jefes más influyentes de ETA hasta su disolución no es muy creyente, pero siempre ha contado con el apoyo de hombres relacionados con la Iglesia en Francia, una institución que arrastra una larga tradición de acogida a refugiados, tanto durante la Segunda Guerra Mundial como con motivo de la contienda civil española.
En esos primeros años setenta, durante el inicio de su actividad en ETA, Urrutikoetxea buscó refugio en San Juan de Luz, en la sede de Anai Artea, mientras trabajaba a las órdenes de Eustakio Mendizabal ‘Txikia’, el exmonje benedictino que lideró la ofensiva en esa época de la organización terrorista, una vez que salió reforzada del Proceso de Burgos, celebrado en diciembre de 1970.
Anai Artea fue fundada por el sacerdote Piarres Larzabal, que se ganó el apelativo de ‘capellán de ETA’ por su labor de acogida a los activistas que pasaban a Francia tras su actuación delictiva en España. El cura de Askain había luchado en la Resistencia contra los nazis y de ayudar a los judíos perseguidos pasó a acoger a los ‘refugiados’ vascos fugitivos. Siempre justificó la lucha armada.
En la fundación de Anai Artea contó con la ayuda de otro sacerdote, Juan María Arregi, que salió de Euskadi con la Policía en los talones. Arregi había ayudado a pasar la frontera a Mikel Etxeberria ‘Mekagüen’, que mató a balazos al taxista Fermín Monasterio cuando huía, herido, de una redada policial en el Casco Viejo de Bilbao, el 9 de abril de 1969. El etarra fue atendido por una red de curas y religiosos, que le curaron y le cobijaron antes de organizar su fuga.
El padre Larzabal, por su parte, cogió notoriedad cuando actuó de intermediario entre ETA y la familia del cónsul alemán Eugene Beilh, secuestrado en San Sebastián por un comando dirigido por ‘Txikia’. El rapto se produjo durante el consejo de guerra que juzgó en Burgos a 16 miembros y colaboradores de ETA para conseguir resonancia internacional con el juicio sumarísimo. El diplomático permaneció retenido en una habitación abuhardillada de la casa parroquial de Montory, en Zuberoa, pegada a la iglesia. Algunos medios implicaron en su día al sacerdote de la localidad labortana, Pierre Legarto, pero nunca se pudo demostrar.
José Antonio Urrutikoetxea se encuadró pronto en el frente militar de ETA V Asamblea y la Policía le acusó de participar en el asalto a un polvorín en Hernani, cuya dinamita se utilizó en el atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco, según recogió en una biografía sobre el dirigente (‘Josu Ternera’. Una vida en ETA’) el periodista Florencio Domínguez en 2006. Luego fue el responsable del aparato militar en la costa guipuzcoana y tras la muerte de ‘Txikia’ fue asumiendo más funciones, entre ellas la de reorganizar los comandos, hasta entrar en la dirección etarra como máximo dirigente del aparato político.
‘Santuario’ de ETA
Tras el asesinato del senador socialista Enrique Casas, el 23 de febrero de 1984, el Gobierno intensificó su ofensiva diplomática en Francia para desmantelar el ‘santuario’ de ETA en su retaguardia. Los activistas se sintieron acorralados. La organización puso en marcha la campaña Errefuxiatu bat, etxe bat (Un refugiado, una casa) para que ciudadanos franceses se comprometieran a alojar en sus domicilios a miembros de la banda. La cara pública de aquella iniciativa fue la del sacerdote Frantxoa Garat, un cura de Hasparren formado en la Universidad Gregoriana de Roma, capellán de los Cristianos del Mundo Rural y, años después, de la comunidad vasca en París.
Garat, párroco de Espelette (el pueblo del cardenal Rogert Etchegaray), fue cofundador del colectivo Herriarekin, integrado por un grupo de sacerdotes que se comprometió con la situación del País Vasco. En 1992 ingresó en prisión por alojar a miembros de ETA en la rectoría de la parroquia, entre ellos a Iñaki Rekarte, acusado de asesinar a un joven toxicómano y colocar un coche bomba en Santander que provocó tres muertos. Rekarte salió de prisión tras renegar de ETA gracias a la mediación de otros sacerdotes. En la causa contra Garat, intervino a su favor el entonces obispo de Baiona Pierre Moleres. «Cuando les acoge, no lo hace para animar ni de cerca ni de lejos a la violencia ni a no sé qué organización. Por encima de su conciencia política está su actividad pastoral», argumentó el prelado, que definió al procesado como un hombre «honorable y con unas raíces vascas profundas».
Las cárceles han sido un ámbito en el que hombres y mujeres de la Iglesia francesa han realizado su apostolado en favor de presos y familiares sin pedirles el carné de identidad. Una tradición que se remonta hasta el siglo XII, cuando la Iglesia tenía sus propias prisiones, que luego se ha materializado en un cuerpo de capellanes con la misión de impulsar la reinserción y reparación sin ejercer un papel espiritual para no violar el principio de laicidad.
Junto a las cárceles florecieron casas de acogida. Es el caso de la prisión de Clairvaux, levantada en la abadía fundada por la Fraternidad de Saint-Bernard de Clairvaux en la región de Champaña-Ardenas, en cuyas celdas han purgado sus penas varios miembros de ETA. Entre ellos Xabier García Gaztelu ‘Txapote’. También Filipe Bidart, un antiguo seminarista, fundador y lí- der histórico de Iparetarrak (Los del norte), grupo terrorista francés que desapareció en 2000.
Lo primero que hizo Bidart cuando salió de la prisión, el 17 de febrero de 2007, fue pasar a despedirse de las monjas de las Hermanan de Trés-Saint-Sauveur, que atienden una casa de gruesas piedras donde alojan a familiares de los internos. Ellas no tienen contacto con los presos, pero existen otras mujeres conocidas como la ‘visitadoras católicas’, que realizan visitas semanales a reclusos con cadenas perpetuas y sin familia para que tengan alguna referencia. Clairvaux, la prisión más vieja de Francia, está a punto de cerrar sus puertas. El último inquilino de ETA fue Aitzol Etxaburu, acercado a Mont-de-Marsan en noviembre de 2020.
Un capellán emblemático ha sido el padre André Clavier, que permaneció durante más de 30 años en la prisión parisina de La Santé, a la que se acercaba cada día en una motocicleta desde un modesto apartamento que compartía con inmigrantes. Clavier, cuya familia procedía de Dax, acompañó durante un buen tiempo a José Luis Álvarez Santacristina ‘Txelis’, que pasó a ese centro penitenciario tras una estancia en Fleury-Meregois. El exdirigente de ETA, detenido en la famosa operación de Bidart en marzo de 1992, inició un proceso de alejamiento de la organización terrorista y de reinserción, que comenzó en La Santé con Clavier.
Guía espiritual para ‘Txelis’
La familia de ‘Txelis’ buscó ayuda en la Iglesia y pidió un guía espiritual para el preso. La dió- cesis de Bilbao trató el tema y sugirió el nombre del sacerdote y teólogo Jesús Martínez Gordo, que se convirtió en tutor de los estudios del mítico jefe de ETA. ‘Txelis’ siempre ha tenido a un sacerdote en su camino de reconversión. Otra figura clave fue el padre Josu Zabaleta, misionero claretiano, que fue director del colegio Askartza Claret de Leioa, que le acompañó durante años en la ‘vía Nanclares’.
En el lenguaje cristiano tienen mucha importancia conceptos como perdón y arrepentimiento. Alvarez Santacristina se arrepintió de su pasado y pidió perdón a las víctimas. Urrutikoetxea nunca lo ha hecho, al igual que monseñor Marcel Lefebvre, que fue general de la orden que le acoge en París, gestionada ahora por el irlandés John Fogarty. El arzobispo tradicionalista inició su rebeldía en el pontificado de Pablo VI, pero fue Juan Pablo II quien le excomulgó en 1988 tras provocar un cisma en la Iglesia. Abandonó la ortodoxia romana y nunca se arrepintió. La Congregación del Espíritu Santo fue su último bastión. Fue superior general de los misioneros espiritanos hasta 1968, justo el año en el que ‘Josu Ternera’ comenzó sus primeros escarceos con ETA.
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