22 julio 2021
La memoria y la omisión
El Memorial devuelve el protagonismo a las víctimas. Pero la historia del terrorismo de ETA no puede escribirse sin las inhibiciones del PNV y el viraje de Lizarra
Antonio Elorza
Hay un mérito indiscutible en el Memorial inaugurado el 1 de junio en Vitoria: devolver el protagonismo a las víctimas de ETA (aun cuando en la exposición se hable también de otros terrorismos). Constituye esto un servicio impagable, prestado a la memoria colectiva, al documentar los sucesos presentados y ofrecer los videos que dan cuenta del sufrimiento individual que de otro modo solo queda registrado en las frías crónicas de prensa o en un instante de los informativos en las cadenas de televisión. Es también una excelente idea presentar el zulo donde estuvo en-cerrado Ortega Lara a lo largo de más de quinientos días, emblema de la carga de deshumanización que acompaña a la historia de ETA.
Una vez dicho esto, incluso en esta sección central de la muestra cabe apreciar su principal insuficiencia: la acumulación de casos, incluso con alguno tan triste y honroso como el del practicante de ‘skate’, se constituye en cortina de humo si no nos adentramos en la lógica del terror. Su trayectoria no consiste en un goteo, sino en una combinatoria, que llama a resaltar las tácticas de terrorismo selectivo de ETA, con el magnicidio de Fernando Buesa, por supuesto acompañado del asesinato de su escolta, o la ejecución del periodista López de Lacalle, y las respuestas políticas y sociales de inhibición que siguieron a los atentados. Las muertes no tuvieron lugar en el vacío, sino en una sociedad sobre la cual ETA y sus cómplices ejercieron una verdadera dictadura durante los años de plomo. En la exposición es evocado ¡Basta ya!: falta la brutal descalificación de que fue objeto por el nacionalismo democrático. No se menciona otro atentado emblemático, el asalto a la librería ‘Lagun’ en San Sebastián, sobre el cual el PNV, aunque lo borre un documental reciente de ese título, con Ardanza de lehendakari y Arzalluz al frente, se lució de nuevo cargando contra las víctimas y olvidando a los ‘borrokalaris’. Porque un asalto, seguido de destrucción, como aquel es también un acto terrorista.
La memoria no debiera ser creada a partir de conveniencias políticas del presente, sino atendiendo a la realidad, en la medida que esta resulta del análisis histórico. El último libro del Centro, prólogo a su inauguración oficial, es la ‘Historia y memoria del terrorismo’, dirigida por José Antonio Pérez, y se presenta como un análisis exhaustivo de todas las fuentes disponibles. Sin embargo, carece de la perspectiva amplia que en cambio caracterizó a su predecesor, ‘Vidas rotas’, de Rogelio Alonso y Florencio Domínguez, de objetivos más limitados. Como ya apunté en otro lugar, hay en la historia oficial omisiones inexplicables dada la minuciosidad de la investigación realizada, citando yo el atentado contra el azkoitiarra Baglietto, que en dicha historia omite la movilización social a favor de los etarras ya liberados, con el alcalde nacionalista al frente. Un episodio no se cierra a voluntad del narrador.
Todos sabemos que el PNV no fue terrorista, pero la historia del terrorismo etarra no puede ser escrita sin sus inhibiciones, rebotes políticos en las condenas «de la violencia» contra el constitucionalismo, ni sin el viraje que supuso la alianza de Lizarra, lo que he llamado alguna vez «el pacto infame». Ni siquiera aquí los textos de la exposición optan por la franqueza. Habría sido un acuerdo entre «las fuerzas abertzales», una vez más con el PNV reducido a innombrable. Para completar la elipsis, una imagen brillante y un texto elocuente ilustran la «gran movilización social contra ETA» tras el secuestro y el asesinato inhumanos de Miguel Ángel Blanco. De cómo esa movilización fue desmontada, y del papel en la misma del PNV con el viraje a Lizarra, ni palabra. Quien lea los textos explicativos no entenderá nada.
En consecuencia, lejos de los historia-dores incorporados al Memorial toda explicación intranacionalista del terror de ETA. Los tablones informativos se limitan a decir que ETA se inscribe en la ter-cera ola del terrorismo contemporáneo, señalada por Rapoport. Explicación endógena: cero. Y negación, claro, de todo papel asignable a la doctrina xenófoba de Sabino Arana, centrada en el odio antiespañol, trazando el hilo negro que materializa ETA. No tengo que leer documentos para afirmarlo. Es el mismo odio que observé en el grupo de estudiantes vascos en Madrid, dirigidos por ETA (Txomin Ziluaga), al que pertenecí de 1965 a 1968. Los textos publicados por Corcuera sobre el asalto al Centro maketófilo de la calle Jardines o en el curso de la Sanrocada contra quien exhibe la bandera española, al grito de ‘¡Muera España!’, bastan para invalidar la absolución pronunciada para el Sabino violento por La Granja y por Soldevilla, que el segundo recoge en su último libro. ‘Violencia y odio’. Consecuencia máxima: ETA. Mínima: la exclusión de lo español, que practica hoy cuidadosamente la TV vasca, hasta para hablar de fútbol y de la prehistoria. En definitiva, si omitimos datos esenciales de una historia, ¿qué clase de memoria estamos construyendo?
(Apéndice sobre el 11-M, piso primero de la muestra. Fotos de estaciones vacías, pudiera tratarse de una huelga ferroviaria. Imágenes ausentes de la tragedia. Información ideológica mínima. Mejor volver al segundo piso).
Opinión:
Con todo el trabajo de asesoramiento a mas de 200 víctimas de los atentados de agosto 2017 en Catalunya aún no he tenido tiempo de visitar el Memorial y las opiniones que me llegan de algunos visitantes son contradictorias.
Aunque después de los contactos con los organizadores para aportar información y detalles sobre el atentado en “Hipercor”, espero que el mismo aparezca en el Memorial. Lo digo porque al señor Elorza se le ha escapado ese detalle…
Como en la inmensa mayoría de ocasiones, el terrorismo causado por la banda terrorista ETA parece circunscribirse solamente al daño causado en Euskadi… o al menos me lo parece.
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