11 junio 2022
Víctimas del ‘síndrome del norte’ causado por ETA piden que sea considerado enfermedad laboral
«Aquella noche cuando mi marido llegó a casa entró en el dormitorio y fue directo a coger su arma que la tenía guardada en el armario. Yo le pregunté si pasaba algo. ‘No, no pasa nada’, me dijo. Fue a la cocina y se pegó un tiro. El niño de siete años se despertó y vio cómo a su padre le salía sangre de la boca. Horroroso. Fue horroroso... ETA no le puso una bomba pero se pegó un tiro por el maltrato psicológico y el aislamiento social que sufrió por ser policía». Eva Pato describ easí, entre lágrimas, el trágico final de su marido, José Santos Picó, el 14 de enero de 1994 en su casa en Pasaia. Era policía nacional destinado en San Sebastián y víctima del llamado ‘síndrome del norte’, enfermedad psíquica que según sindicatos policiales ha afectado a lo largo de la historia de ETA a cerca de 17.000 agentesde los cuerpos y fuerzas de seguridad y militares.
El Centro Memorial de la sVíctimas del Terrorismo de Vitoria dedicó ayer a estos afectados una jornada de estudio en la que intervino la propia Eva Pato y el expolicía nacional Francisco Zaragoza, presidente de la Asociación de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de lEstado Víctimas del Terrorismo (Acfsevt) que piden que el ‘síndrome del norte’ sea considerado «enfermedad laboral». En su caso sufrió tresa tentados, el último con un coche bomba en Eibar, en 1988. La explosión mató a José Barrad Recio y él resultó herido grave.
«Hay una categoría de víctimas que no se ven», afirmó Florencio Domínguez, en referencia a los policías, guardias civiles y militares destinados en el País Vasco y en Navarra, que vivieron con la presión añadida de que cada día podía ser el último. Julio Rivero, presidente de la asociación de ertzainas Mila Esker, también intervino en la jornada y explicó que además de ser sometidos a una presión constante por el riesgo de sufrir atentados y de ser asesinados «vilmente», sufrieron también «una desestabilización de sus vidas en todos los ámbitos por el hecho simplemente de escoger la profesión de policía».
No existe ningún listado de afectados, explica Zaragoza, que recuerda que hay muchos compañeros que siguen ingresados en centros psiquiátricos, «algunos incluso llevan 30 años recluidos». Muchos cayeron en adiciones al alcohol, a las drogas, incluso se llegó al suicidio en más de quince casos. «Todo eso venía derivado primero del estrés provocado por la presión de ETA, después por los escraches que hacían los simpatizantes de la banda y por la tensión permanente del posible riesgo de poder ser tú el siguiente muerto. Era muy normal haber estado con un compañero dos horas antes y tener que recoger su cadáver en la calle», rememora. Y añade «el acoso social hacia la familia, las agresiones verbales y los desprecios hasta para comprar en las tiendas de alimentación de entonces».
Opinión:
Este tema ha sido recurrente durante las últimas décadas, especialmente desde que se descubrió la existencia de algunos (por suerte, muy pocos) personajes que por llevar un uniforme creían tener todos los derechos.
Nada que discutir en relación a muchas personas que han sufrido los embates del terrorismo por llevar el uniforme que llevaban. Nada, en absoluto. Mew han explicado personalmente vivencias que son una muerte en vida y me solidarizo con todos y cada uno de ellos.
Pero dicha y reconocida esta obviedad, presento una reflexión: ¿qué pasa entonces con los familiares de víctimas mortales que deben recibir tratamiento psicológico y/o psiquiátrico desde el momento en el que un atentado alcanzó a su familiar? ¿Qué ocurre con aquellas personas a las que el atentado alcanzó a un familiar que sobrevivió a las graves heridas recibidas y, también, llevan décadas en tratamiento médico?
Por si alguien no lo sabe, si no se está presente en el lugar de los hechos en el momento en que acontecen, las secuelas psicológicas o psiquiátricas (o ambas en muchos casos) NO SON RECONOCIDAS POR LA ADMINISTRACION COMPETENTE como derivadas del atentado sufrido por el familiar.
Por ello, con todo respeto y cariño pregunto: el llamado “síndrome del norte” (sin resultado de suicidio evidentemente) ¿es lo mismo que sufrir la muerte de un familiar o a ver como un familiar sufre las consecuencias y las secuelas de un atentado para toda la vida?
Sinceramente, hay casos que llevan casi 40 años esperando respuesta a esas preguntas y llevar un uniforme no debería ser motivo de trato diferente.
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