21 noviembre 2024
La
memoria de un terrorismo nacionalista hecha por nacionalistas
Centrarse
en la persona de las víctimas, sin mencionar la ideología de sus victimarios,
ofrece un recuerdo funcional para la sociedad del ‘aquí se vive bien’
La
memoria histórica no es sino la hermanastra de la verdadera historia, se ha
dicho. Y es así porque no es historia, sino un recuerdo social y políticamente
construido hoy mismo acerca del pasado, y por ello sujeto a los intereses y
conveniencias de quienes lo construyen. «No del pasado auténtico, sino del
pasado que les gustaría haber tenido», decía Nietzsche. Entre nosotros la
memoria colectiva no la construye la sociedad misma, que prefiere casi
unánimemente no recordar ni traer al presente un asunto lleno de picos y
garras. La construyen las instituciones políticas, hegemonizadas por el
nacionalismo vasco tanto en su Gobierno como en su oposición. Igual que en su
momento el terrorismo de ETA se distinguió acusadamente de otros europeos por
ser «un terrorismo nacionalista en una sociedad nacionalista» (Castells y
Rivera), también su memoria estará peculiarmente forjada porque son
nacionalistas vascos los que describen de manera estilizada la actuación pasada
de otros nacionalistas vascos.
Ernest
Renan hacía una observación sobre «los recuerdos compartidos que componen una
nación» que es atinente traer a cuento: la memoria comunitaria compartida por
los nacionales se compone tanto de recuerdos como de olvidos (el pasado
glorioso y el pasado vergonzoso), por lo que puede también definirse una nación
como «un conjunto de olvidos compartidos». Es un punto que no conviene perder
de vista al leer este comentario. En la memoria nacional tanto pesa
simbólicamente lo que se pone como lo que se omite.
El
comentario versa, en concreto, sobre el artículo del lekendakari Pradales
acerca de la que él llama «memoria democrática» del pasado vasco, una memoria
que con toda buena intención considera prioritario construir «para la
convivencia». Del texto de su artículo se deducen implícitamente los ejes de la
memoria que el nacionalismo vasco edifica (lleva ya años haciéndolo), así como
los de lo que se va a olvidar.
Primero:
el 99% del texto está compuesto por una colección completísima (¿excesiva?) de
las palabras políticamente bonitas que definirán esa memoria, faltaba más: no
revanchista, crítica, integradora, comprometida con los derechos humanos,
inclusiva, ética, con verdad, justa, libre, plural, empática, pedagógica,
dialogada y así unos cuantos más. Perfecto, pero ¿qué es lo que se va a
recordar?; es decir, no la forma sino la sustancia de la memoria.
Pues
fundamentalmente -de nuevo el texto es prolijo- se trata de tomar a las
víctimas y su sufrimiento injusto como nodo del relato. Todas las víctimas de
vulneraciones de derechos humanos por toda violencia de motivación política. Y
aquí se apunta ya una elección subliminal sobre el contenido de la memoria:
centrarse en la persona de las víctimas, en sus iguales lágrimas, en su
psicología dañada, pero sin mencionar apenas su contexto, su etiología, la
causa de su victimación, la ideología de sus victimarios, su identidad. Este
contenido está mencionado una sola vez en el texto, una sola vez, y de una
forma tan genérica, abstracta, insípida y estilizada como la siguiente:
«décadas de terrorismo y de violencia de motivación política». Eso es todo: el
1%.
Dejemos
de lado ahora el tropo típico de la igualación de violencias, la terrorista y
la reactiva al terrorismo, la idea acariciada siempre por el nacionalismo vasco
de que hubo dos bandos. Porque como decía Joseba Arregi, violencia pudo haber
variada, pero terror, lo que se dice terror, solo fue el de ETA.
Y
vayamos a la sustancia, al «largo terrorismo» que cita Pradales. ¿Cuál
terrorismo, de quién, por qué, para qué…?, se preguntaría un marciano al
leerle. La memoria del terrorismo pasado, para que el relato sea inteligible,
clama por su concreción histórica y esta, a su vez, por poner por delante que
se trataba de un terrorismo nacionalista vasco, inspirado en las ideas más
nucleares del fundador de ese movimiento y que perseguía unos fines políticos
coincidentes con los de este. Ideas y fines que nunca han sido revisadas por el
PNV, que juega con el pragmatismo del péndulo patriótico para no hacer su Bad
Godesberg. Incluirlo sí sería una memoria «autocrítica», lehendakari. Hacerlo
evanescente es una memoria complaciente.
Pero
esta parte es la que parece que se ha optado por olvidar o soslayar como forma
de contribuir a una memoria común cómoda («sanadora») para una sociedad que
tampoco quiere recordar cómo se comportó cuando de verdad le tocó mostrar todos
esos «valores modélicos» de que hoy alardea. Es la memoria funcional y
utilitaria para la sociedad del ‘aquí se vive bien’. Pero le falta la verdad.
Por mucho que a los que piensan así se les califique de «revanchistas».
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