domingo, 18 de agosto de 2019

17 agosto 2019 (10) La Vanguardia

17 agost 2019 



17-A: mirar la herida
Sergi Pámies

Conmemorar una matanza como la del 17 de agosto del 2017 debería servir para ­exorcizar el dolor, reafirmarse en el esclarecimiento de las causas y en el ajusticiamiento de los responsables y, además, amplificar un mensaje de cohesión que nos propulsara hacia el progreso y no hacia la regresión. En el momento de escribir esta columna intuyo que nada de eso ha pasado. Durante dos años, y a la sombra de in­cógnitas, secretismos e incompetencias, se han exacerbado las teorías de la conspiración. También se ha dejado en segundo término a las víctimas y sus familiares, que sólo han aparecido cuando convenía subrayar oportunismos políticos o sensacionalismos mediáticos. Los días posteriores al atentado ya propiciaron abusos de propaganda que ­desembocaron en la triste manifestación del 26 de agosto y en la inercia de una consternación de peluche y de ­cirios que se imponía como la cataplasma espiritualmente ­correcta a una terrible hemorragia. Quizá porque la mayoría de las víctimas eran extranjeras, se dio por sobreentendido que la manera más coherente de recordarlos debía tener la pátina sentimental de un souvenir.
Hoy las cosas no han mejorado demasiado. De las autoridades políticas y policiales del momento, como Mariano Rajoy, Carles Puigdemont, Joaquim Forn o Josep Lluís Trapero, no se puede hablar sin pensar en una secuencia política traumática que quizá empezó el día en el que, a las cuatro de la tarde, la furgoneta de los terroristas irrumpió en la Rambla. Para los que tenemos el privilegio de poder opinar públicamente tampoco es un día cómodo. Deberíamos procurar no caer en el sentimentalismo tópico y huir de la tentación sermoneadora (aunque decirlo ya es una forma de sermón). Tampoco podemos actuar como en un día normal, porque eso supondría ignorar la carga pedagógica de toda conmemoración, esa corriente colectiva de homenaje a las víctimas y de condena a las causas y a los culpables.

Hoy escribir una columna sobre el frescor de un gazpacho sería percibido como una frivolidad. Pero quizá sería más honesto que fingir tener una opinión que, en realidad, es la misma de los primeros momentos, de los días siguientes y de todos los meses que nos han llevado hasta la envenenada consternación de hoy. Como muestra de impotencia, pues, recupero unas líneas del admirado David Trueba, que cinco días después de la matanza, escribió un artículo titulado “ en el que decía: “Nuestro error está en olvidarnos tan rápido, en superar tan de inmediato el estupor, en cerrar la herida antes de mirar la herida. Si fuéramos capaces de entender que ya no nos une una raíz, sino una superficie, un equilibrio casi volátil, que la red no se teje en internet ­sino en las calles, entonces recono­ceríamos lo que Barcelona lleva décadas contándonos”.

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