lunes, 19 de agosto de 2019

18 agosto 2019 La Razón

18 agosto 2019 




17-A: Ripoll, zona cero para el pequeño Iván tras sobrevivir al atentado

Logró esquivar la furgoneta del terrorista de Las Ramblas gracias a un tirón de su madre en el último segundo. Dos años después, es incapaz de pisar Barcelona.

Los atentados de Barcelona dejaron 15 muertos, más de 120 heridos y un reguero de víctimas presenciales, muchas de las cuales han quedado desamparadas. Una de ellas es Iván, junto a su madre (Iolanda), su abuela y su hermana, que sortearon la tragedia pero no han logrado evitar las consecuencias psicológicas. Los cuatro se dieron de bruces con el paso de la furgoneta cuando salían del mercado de la Boquería (a escasos metros de donde se detuvo) y los reflejos de Iolanda libraron a Iván del atropello, ya que se encontraba un paso por delante y en la trayectoria de la furgoneta. «En el momento que lo cogí de la camiseta, pasó la furgoneta», recuerda la madre.
Los cuatro corrieron la suerte de salir ilesos y fueron a refugiarse a un pequeño comercio, donde estuvieron confinados e incomunicados durante más de cuatro horas. Al salir de allí, la estampa era dantesca: todavía yacían los cadáveres en el suelo, un recuerdo imborrable para Iván, que tenía 10 años.
Toda la vivencia ha causado estrés postraumático en Iván, según el diagnóstico médico –también en su madre y su abuela, que están recibiendo asistencia psicológica–, y toda una odisea para Iolanda, que ha tenido que lidiar en soledad desde el primer momento con toda la adversidad sobrevenida. El Estado se desentendió y no encontraron cobijo externo hasta que apareció Roberto Manrique –Unidad de Atención y Valoración a Afectados por Terrorismo (Uavat)–, que logró localizar a la familia meses después y ofreció toda la atención de la asociación. «Te sientes muy solo. No sabía cómo ayudar a mi hijo, y te desesperas. Una situación que no la has buscado y que ni siquiera te ofrezcan apoyo psicológico. Lo encuentro vergonzoso y más con niños», recrimina Iolanda, que además se lamenta al comparar su situación con la de las familias de los terroristas, que sí recibieron ayuda estatal inmediata.
Tan solo cuatro días después de los atentados, Iván ya requirió de ayuda psicológica, que sigue recibiendo aún ahora, y medicación. Si bien, tampoco fueron nada fáciles los primeros pasos ya que en la zona en la que viven no hay psicólogos especializados en terrorismo. El Estado no apareció ni a iniciativa propia ni tras solicitarlo la familia. La petición de ayuda ha sido denegada: «No nos reconocen como víctima ni la ayuda porque consideran que no hay nexo causal entre el tratamiento que recibimos y el atentado».
La soledad sufrida se ha unido a otro infortunio: viven en Camp- devànol, un pequeño municipio cercano a Ripoll, lugar donde vivían los terroristas y donde siguen residiendo las familias, una circunstancia que agrava la inquietud de Iván, y también de la madre y de la abuela. Desde los atentados, apenas ha sido capaz de pisar Ripoll, donde también viven sus abuelos. Tampoco Barcelona, donde toda la familia solía desplazarse a menudo. «Nuestro problema es que vivimos aquí, estamos muy cerca de todos los focos. Para nosotros ir a Ripoll es muy difícil porque nos encontramos todo lo que nos recuerda a terrorismo», afirma Iolanda. «Nos daba mucha ansiedad ir a Ripoll, no nos sentíamos bien», agrega, y se muestra esperanzada en que esa intranqulidad se vaya disipando.
Sobre todo porque a partir de septiembre Iván no tiene más remedio que ir diariamente al instituto a Ripoll. Es el único centro de secundaria que hay en la zona –hay otro, pero es privado– y tiene la plaza asignada automáticamente. Además del impacto que le genera pisar Ripoll, también tiene el temor de coincidir con los familiares y hermanos de los terroristas. «Iván tiene mucho miedo y está muy espantado de ir al instituto por el tema del yihadismo», asegura Iolanda, que también reconoce y aplaude el trabajo que se está haciendo desde la administración pública. «Se está haciendo un trabajo desde las direcciones de las escuelas para que no coincidan en la clase y que la entrada sea igual de buena para todos. Al final, los hermanos no han hecho nada», agrega.
La madre, en todo caso, ha ofrecido otras opciones a su hijo, como matricularse en una escuela de otros municipios, pero sus amigos están en Ripoll y es donde quiere ir. «Desde el Instituto no nos dirán nunca si irán familiares por la protección de datos, pero estarán atentos. Los primeros días estaremos más alerta, porque va con miedo, espantado y con inseguridad. Pero estoy segura de que se gestionará bien desde el centro. Ya se lo han querido enseñar para que no se encuentre un ambiente tan desconocido», apunta. Y es que el temor de Iolanda es que Iván retroceda, ahora que ya se encuentra «encaminado», tras una dura travesía. Durante las primeras semanas, su madre recuerda las noches en las que Iván se levantaba de madrugada con ataques de ansiedad.
El desamparo en el que se ha encontrado toda la familia, según denuncia Manrique, menudean. Manrique critica la despreocupación y la acritud del Estado en el trato a las víctimas. En muchos casos, asegura a este diario, el Gobierno da una atención burocrática, sin ninguna empatía. En este sentido, una de sus principales pugnas con el Estado es lograr que amplíe las prestaciones a las víctimas presenciales, que, pese a no sufrir perjuicios físicos, también pueden desarrollar secuelas psicológicas.












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