martes, 30 de marzo de 2021

29 marzo 2021 Diario Vasco (opinión)

29 marzo 2021

 


«¿Quién atendía a las víctimas de ETA cuando no conciliaban el sueño por sus pesadillas?»

Cuenta la historia de Jose Mari y Víctor Pino, cuyos padres y hermana de siete años fueron asesinados en 1987 en el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza

Jose Mari y Víctor Pino sufrieron el mayor zarpazo del terrorismo etarra. Con tan solo 13 y 11 años, la banda les arrebató a sus padres y su hermana de siete años cuando, en 1987, voló el edificio de la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza donde residía la familia. La periodista Pepa Bueno se estrena como escritora de libros con ‘Vidas arrebatadas. Los huérfanos de ETA’. «El drama de dos vidas».

–¿Por qué decide escribir su primer libro sobre un tema relacionado con el terrorismo?

 –Es una historia que vino a mí. Ángeles Aguilera, editora de Planeta, me contó que había dos víctimas de ETA que querían contar su historia y que le habían hecho llegar los textos que el mayor de los hermanos Pino había escrito como parte de su terapia. Y cuando leí aquello me pareció muy impresionante. Les conocí y ya no pude soltar la historia.

–¿Y es necesario este ejercicio de relato o es que está de moda el tema, a la vista de la proliferación de libros, series, películas...?

–Yo también he reflexionado sobre ello. ETA ya no está e igual empezamos a tener la distancia suficiente para que emerjan historias y evaluar las consecuencias. En mi caso, la historia me vino y me parecía que había una parte de tragedia íntima, de lo que pasa cuando los periodistas y las autoridades se van del lugar de un atentado, del funeral o del acto institucional. ¿Qué pasa cuando tienes problemas para conciliar el sueño porque temes a las pesadillas y cuando te despiertas compruebas que la pesadilla era realidad? Es lo que le pasa a Jose Mari Pino. O cuando ese trauma no resuelto interfiere en todos los órdenes de tu vida, en tus relaciones, en tu trabajo, cuando tu vida está tan determinada 30 años después por lo que te ocurrió cuando eras un niño. Me daba la impresión de que eso estaba menos contado.

–¿Cómo recuerda el atentado?

–Apenas tengo recuerdos personales de aquel día y me da mucha rabia... Me resultó muy revelador de hasta qué punto estábamos habituados a que el horror nos conmocionara el día del atentado y luego pasáramos a otra cosa.

–¿Escribir esta historia le ha servido entonces también para hacer su propia reflexión sobre cómo actuaba ante estos hechos?

–Claro. La reflexión de lo que hacíamos como periodistas, como sociedad. ¿Qué hacíamos que no nos deteníamos en qué pasaba con la vida de unos niños a los que de repente les había desaparecido todo? Les habían matado al padre, la madre, la hermana, habían perdido su casa, sus recuerdos, su ciudad... La familia les lleva a Talavera de la Reina y luego los ingresan en un orfanato. Y me pregunto, qué hacíamos nosotros…

–¿Qué es lo que más le ha impactado de su relato?

–Su desamparo absoluto durante tanto tiempo. Ellos tuvieron una pérdida terrible, el desencadenante de toda su tragedia, y han crecido muy solos. Me sorprendía tanto que dos niños de 11 y 13 años no tuvieran un seguimiento institucional reglado de su evolución, que pudieran crecer con esa perplejidad que conservan hoy...

–¿Y en qué consiguen apoyarse los dos hermanos para resurgir?

–La vida, que tiene mucha fuerza. Cada uno ha transformado su energía como ha podido para sobrevivir. Jose Mari, en medio de una hoguera emocional, porque él ha tenido tentaciones de suicidio en varios momentos de su vida. Y Víctor, haciendo como que aquello no había existido. Aún dice ‘eso que nos ocurrió’. Le cuesta decir las palabras que definen su tragedia. Y ahora intentan agarrarse a lo que se agarran los seres humanos. Jose Mari, a una relación muy estable con su pareja. Y Víctor tiene un hijo, que es la continuidad de la vida. Los dos han ido dando tumbos buscando un núcleo de afecto que les desapareció cuando eran muy jovencitos.

–¿Cree que haberle contado a usted su historia les ha ayudado?

–Ellos han soportado, soportan y van a soportar el resto de su vida una mochila muy pesada, y confío en que la memoria compartida les alivie un poco esa carga.

 

Opinión:

Qué gran pregunta cuando Pepa Bueno dice que “¿Qué hacíamos que no nos deteníamos en qué pasaba con la vida de unos niños a los que de repente les había desaparecido todo?”

Puedo contestar por conocer las vivencias de centenares de familias con víctimas mortales en sus familias: NADA. Nadie hacia nada y menos todavía quien tenía la obligación legal y también moral: las administraciones competentes en la materia.

El problema, aunque parezca extraño, todavía continúa. Pepa, ¿hablamos de la asistencia que reciben las víctimas de los atentados de agosto de 2017?

 

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