martes, 1 de diciembre de 2020

01 diciembre 2020 ABC

01 diciembre 2020

 


El cerebro del 17-A quería volar un supermercado de Castellón

Adbelbaki Es-Satty fue el cerebro de la masacre del verano de 2017 en Cataluña, pero hacía años que sugería esas intenciones criminales sin que nadie alzase la voz para denunciarlo. El imán de Ripoll murió la noche del 16 de agosto de 2017 en la explosión del chalé de Alcanar en el que habían montado su laboratorio los yihadistas. El accidente dio al traste con los planes de la célula de Ripoll, que estudiaba volar la Sagrada Familia, la Torre Eiffel o atentar en el Camp Nou. Con el cabecilla fuera de escena, los pupilos a los que había adoctrinado improvisaron al día siguiente los atropellos de Las Ramblas y Cambrils. La sesión de ayer del juicio basculó sobre la figura del imán, que mucho antes de recalar en Ripoll ya dejaba entrever sus intenciones criminales.

La jornada no sirvió para responder a los grandes interrogantes que tampoco habían despejado los miles de folios del sumario —¿contaba Es-Satty con apoyo internacional?— pero sí confirmar, como la periodista Anna Teixidor ya apuntaba en su libro «Los silencios del 17-A», que los pasos del imán -y sus pupilos- no siempre fueron discretos. Hubo un aluvión de señales que nadie quiso o fue capaz de ver. Muestra de ello, las declaraciones de ayer de dos españoles conversos ante el tribunal de la Audiencia Nacional que juzga a los tres únicos implicados en el 17-A que siguen vivos. «Me dijo que entrara en un supermercado y arrasara con todo». Coincidieron con Es-Satty en Castellón en 2014 —antes de que el imán se mudase a Ripoll— donde el religioso había acabado por una condena por tráfico de drogas.

Los pupilos de Castellón

En la línea de lo que luego haría con sus pupilos del municipio gerundense, Es-Satty tejió en Castellón una relación de «profesor-alumno» con estos jóvenes, a los que quiso persuadir. «Para él, cualquier persona que no fuera musulmana merecía morir», relató uno de ellos, en unas testificales por momentos confusas y contradictorias. Uno de los dos rompió lazos con el imán: «Paulativamente me fue poniendo en su ordenador vídeos de Daesh y me los traducía hasta que vi que eso no era normal y dejé de ir». ¿Por qué no denunció? «No creía que fuera capaz de hacer lo que hizo». El otro joven, en una declaración plagada de monosílabos, reconoció que continuó en contacto con el imán e incluso con algunos de los jóvenes de Ripoll que acabarían atentando el 17-A cuando coincidieron «trabajando en la naranja». Ayer aseguró que les llegó a alertar de que tuvieran cuidado con el imán. Pero él tampoco lo denunció.

Algunas señales de radicalización se ignoraron -también en el entorno de los jóvenes de Ripoll, cuyo cambio de actitud fue notable los meses previos al 17-A- y otras veces no se tomaron precauciones para que no enraizaran. Es-Satty recayó en Ripoll -donde acabaría adoctrinando a los jóvenes yihadistas- para hacerse cargo de una mezquita del municipio. Sus responsables no le exigieron más documentación que el DNI, según admitieron ayer en el juicio

En Ripoll contrataron a Es-Satty sin pedirle sus antecedentes penales. Lo conocían de otro oratorio, y eso a los responsables del centro del culto les pareció suficiente. Fue todo lo contrario de lo que poco antes Es-Satty se había encontrado en su intento de dirigir las oraciones en una mezquita de Diegem (Bélgica). Fue en 2016. Tras un periodo de prueba, le exigieron un certificado de antecedentes penales para poder contratarle. No pudo conseguirlo. Y es que en su historial figuraría la condena de cuatro años de prisión por tráfico de drogas que en 2014 le había llevado a Castellón

No contribuyeron las declaraciones de ayer a aclarar si Es-Satty -más allá de lo que él decía- contaban con apoyo yihadista internacional para preparar los atentados de Cataluña, ni tampoco para esclarecer si había vínculos entre el imán y el CNI. Quien ejercía de presidente de la mezquita belga cuando Es-Satty pretendía que le contratasen aseguró que el imán decía que el CNI hablaba con él para controlarle. «Me dijo que hablaba con agentes de los servicios secretos españoles que querían saber dónde había estado y encontré que no era normal». Si tenía o no contactos internacionales sigue siendo una incógnita.

 

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