lunes, 6 de septiembre de 2021

29 agosto 2021 (3) Diario de Navarra

29 agosto 2021 

 


“Los años 70 y 80 en Bilbao fueron muy duros, con manifestaciones”

José Manuel Azcona Pastor era un niño de 6 años cuando en 1968 llegó a Basauri, un municipio industrial a 5 kilómetros de Bilbao, junto a sus padres, Ramón y Concepción, y sus dos hermanos pequeños, Ramón y Rafael. En la localidad vizcaína nacerían después otras dos hermanas: Idoya y Mercedes. En aquellos años de comienzos de los setenta, estudió en el colegio público Calderón de la Barca y en el centro cooperativo de padres Basauri, “mucho más moderno”. Los días de colegio y deberes se alternaban con manifestaciones en las calles, huelgas y pasquines, atentados y miedo. Todo teñido de gris, como el cielo de esa zona muchos días de invierno.

¿Cómo recuerda aquellos años?

De manera terrible. Fueron muy duros. Había manifestaciones constantes y el ambiente en el colegio también era difícil. La década de los ochenta, que se conoce como ‘los años de plomo’, ya la viví en la universidad. Yo siempre estuve en contra de la violencia y, a veces, mantenía fuertes discusiones con compañeros que me insultaban. Muchos sufrían el ‘Síndrome de Estocolmo’ (estado psicológico, en el que los secuestrados o detenidos en contra de su voluntad desarrollan una relación de complicidad con sus captores).

Como historiador, en sus primeros, ya años abordó el tema.

Académicamente, yo quería demostrar, cuál era la verdadera historia. Y en 1991, escribí con Joaquín Gortari (que fue secretario general de la Diputación de Navarra) el libro El nacionalismo vasco, que fue muy crítico. En esa década también presidí la sociedad cultural El sitio (Bilbao), que se creó en 1835, y que siempre ha tenido carácter liberal y constitucionalista.

Y mientras usted vivía todos aquellos acontecimientos, como protagonista, la banda terrorista ETA iba establecimiento contactos con otros grupos guerrilleros.

Quizá el más conocido fue el IRA, en Irlanda del Norte. ¿Cómo se forjó esa relación? Si me preguntan con qué organizaciones ha tenido ETA más vinculación, diría, sin duda, que con el IRA y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Pero con el IRA hay muchos puntos en común.

¿Como cuáles?

Como el apoyo social. ETA, a través de Herri Batasuna (HB), en el País Vasco y Navarra (contaba con un 15% de apoyo del entorno). Y el IRA, del Sinn Fein, su brazo político. Además, ambos grupos terroristas hacían guerrilla urbana, que la aprendieron de los tupamos en Uruguay (no hay montañas). ETA e IRA, además, cuidaban mucho la clandestinidad y tuvieron gran disciplina para no ser descubiertos, lo que los convertía en súper hombres. Y finalmente, las dos fueron bandas muy violentas, las más sanguinarias de Europa. ETA asesinó a 853 personas y el IRA, a 3.600. Y lo principal es que ambos grupos buscaban la independencia. Lo que les ha llevado a tener relaciones buenísimas, reuniones, tráfico de armas... Ninguna de las dos organizaciones ha pedido perdón por sus crímenes.

 

Entrenar en la selva

Hemos hablado del IRA. ¿Y qué me dice de la otra banda terrorista, las FARC colombianas?

Las relaciones fueron buenísimas y ETA obtuvo mucho dinero. Los etarras impartían cursos de guerrilla urbana y de manejo de bombas y explosivos, porque eran expertos mundiales después de lo que habían aprendido en los ochenta en Argelia. Y la habilidad macabra y perversa del capo Escobar para poner bombas se la enseñó ETA. Él no sabía y solo mataba con sus sicarios. Además, ETA importó un aparato llamado ‘Jotake’, un mortero de dimensiones mayores a las habituales, que podía incluso derrumbar aviones a medio vuelo; y también una especie de bombalapa llamada ‘vuela huevos’. Por todo ello, ETA recibía mucho dinero y una infraestructura en la selva tropical para entrenar.

Para terminar con las guerrillas de otros países, hablemos de qué pasó con los sandinistas en Nicaragua en los 80 y 90.

Los etarras se ubicaron en un taller en Managua (la capital), llamado Santa Rosa. Allí iba la gente con dinero a arreglar sus coches. Hasta que en 1993 hubo una explosión y se descubrió que el taller era una tapadera. El propietario, que se hacía llamar Miguel Larios Moreno, era, en realidad, Eusebio Arzalluz Tapia, conocido como ‘Patacorto’. Murió mucha gente y los vecinos se quedaron impresionados. Se descubrió que Arzalluz trabajaba para el gobierno sandinista, para otras guerrillas y para ETA. Y se convirtió en un escándalo internacional.

¿Qué enseñanzas podemos extraer de todas estas historia, ahora que ETA ya no existe?

Que si los estados son poderosos, el terrorismo nunca gana. Sin embargo, si son débiles, la situación cambia. Es lo que ha ocurrido en Afganistán: que la tarea de veinte años ha quedado diluida en una semana. Nos damos cuenta también de que con la fuerza de las armas no se consigue nada. Y de que ETA fue derrotada en 2011 sin alcanzar ninguno de sus objetivos.

 

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