miércoles, 15 de septiembre de 2021

09 septiembre 2021 (4) ABC (opinion)

09 septiembre 2021 

 


Queda por saber por qué ni la CIA ni el FBI se enteraron de nada

Este sábado hará veinte años que el mundo feliz, confiado y hegemónico de Occidente empezó a declinar a la par que las Twin Tower neoyorquinas. Siempre me 
tentó saber cómo se vive un momento decisivo de los que cambian el curso de la historia. Qué grado de conciencia y conocimiento se tiene de ese día en el que todo empieza a cambiar y que el destino te ha elegido para que lo vivas. Cómo, por ejemplo, entendió un zapatero romano la entrada de los bárbaros en la capital del mundo. Qué presintieron, más allá del miedo inmediato, los monjes anglosajones de la abadía de Lindisfarne cuando tres barcos vikingos desembarcaron en sus costas para 
asolarlas, violentarlas y depredarlas. Cómo tradujo un guerrero taino la imagen desconcertante de tres casas de madera que flotaban en el mar y llegaban al Caribe con la intención de quedárselo. Qué apabullante desconcierto invadió el corazón de los japoneses que vieron en Hiroshima y Nagasaki la eclosión de dos hongos nucleares abrasadores. Porqué aquella noche del 20 de julio del 69 nos convenció que ninguna otra bandera en el mundo se había colocado más alta que la que se des-
plegó a la vera del módulo lunar del Apolo 11...

Este sábado se cumplen veinte años de uno de esos dolorosos e impactantes momentos decisivos que empiezan a cambiar el mundo. O que reflejan objetivamente ese cambio. Guardamos en la memoria del corazón, que es la memoria más fiel y leal que manejamos, las imágenes aterradoras de los neoyorquinos que trataban de huir por la calle Liberty de aquella boca de humo que se los tragaba vivo. La 
pesadilla recurrente de dos aviones entrando como cuchillo en manteca para derretir los dos símbolos arquitectónicos del poder americano. El desconcierto de una nación hasta entonces invulnerable e in-tocable en su perímetro continental que no sabía 
qué estaba pasando, si vivían un ataque nuclear, una catástrofe natural o una maldición inexplicable. Ciudadanos arrojándose al vacío desde las ventanas humeantes de las torres, zapatos huérfanos en las calles testigos de una estampida irrefrenable, coches de bomberos, de policía y ambulancias haciendo sonar sus sirenas como un réquiem de primeros auxilios. Más de tres mil muertos. Y el gigante noquea-do. El mundo había empezado a cambiar.

Es posible que aquel día sintiéramos lo que el za-patero romano cuando vio a los bárbaros de Alarico saquear el templo de Júpiter; no es arriesgado pensar que sufrimos la misma confusión y miedo que los monjes de la abadía de Lindisfarne cuando los vikingos arrasaron su abadía; y no es descartable que nos temblaran las piernas como a los tainos cuando vieron frente a sus paradisiacas costas tres casas de madera flotantes. El 11-S le abrió las puertas del mundo a otros dueños y Kabul acaba de con-firmar nuestra tiritera. Sin respuestas queda cómo pudieron diecinueve terroristas de Al Qaeda vivir y ejercitarse en prácticas de vuelo durante meses, sin que la CIA y el FBI supieran que estaban allí para cambiar el mundo destrozando la capital del imperio y su templo del Júpiter económico.

Opinión:

“Queda por saber por qué ni la CIA ni el FBI se enteraron de nada”. Nada más que añadir…

Bueno sí. Y luego no entendemos por qué el CNI no se enteró de nada con el Iman de Ripoll…

Hay tantas cosas que no entendemos…

 

 

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