13 septiembre 2020 elcorreo
Siguen atrás
La izquierda abertzale exalta la figura del violento como cuando ETA asesinaba
Le conocimos alrededor del año 2000 por liderar, con habitual vehemencia, las contras a nuestras concentraciones de Gesto por la Paz en la Universidad de Deusto; él solía estar enfrente, gritando entre risotadas y desdenes. Cuando organizamos una charla informativa y de concienciación sobre las personas perseguidas, un grupo de gente aporreó la puerta y nos boicoteó el acto, ocupando el entonces cine club de la ‘uni’. Era él de nuevo y se llamaba Arkaitz Otazua, muy buen estudiante y chaval con proyección, según contaban sus profesores. Mañana, sin embargo, se cumplirán 17 años de su fatal decisión y desenlace. Él y tres miembros del ‘comando Ezkaurre’ secuestraron y amordazaron a una pareja en el alto de Herrera y usaron su coche de cebo para simular una avería.Se presentó una pareja de la Ertzaintza y, sin darles tiempo a descender del vehículo, Arkaitz y otro miembro dispararon once veces. El chaleco antibalas les salvó. Incluso, uno de los agentes pudo repeler la agresión e hirió en la pierna a Arkaitz, lo que resultó mortal, porque sus compañeros de comando se largaron y él se desangró escondido en unos matorrales. El otro ertzaina, muy grave, consiguió salvar la vida. Hace unos días se quitó la vida en la cárcel de Martutene Igor González mientras cumplía una condena de 20 años por colaborar con ETA. Una vez más, la muerte de un preso, una persona bajo custodia estatal, levanta en nuestra tierra los enfados, ataques y parafernalia dispuesta para la ocasión, con la acusación de culpabilidad enganchada al puño levantado para arrojarla a todo el que se acerque a comentar el hecho en sí.
Suicidio, en general, es un asunto al que se le desliza una cortina de opacidad tanto a nivel informativo como social, ya que provoca, como es normal, mucha zozobra y sentimiento de culpabilidad entre los cercanos que se quedan aquí. Y el suicidio en prisión todavía es más delicado, ya que al inmenso dolor generado entre los seres queridos de la persona fallecida hay que sumarle la responsabilidad de custodia del Estado y que ha resultado un fracaso. Por lo tanto, cabalgamos en terreno sensible y complicado. No seré yo quien entre a culpabilizar a nadie; solo seguiré defendiendo que cada cual es due- ño de sus decisiones y que ante la muerte violenta no nos podemos mostrar ni ajenos ni indolentes, pero tampoco jueces o censores.
De todos modos, he puesto estos dos casos porque, con un intervalo de 17 años, la reacción del espacio de la izquierda abertzale ante ambas muertes –que no asesinatos– ha sido idéntica, con contextos bien diferentes, con y sin violencia específica de ETA. Ello me lleva a pensar que no hay nada nuevo bajo el sol en Sortu con respecto al homenaje, exaltación a la figura del violento y dispersión de culpas y broncas. En el caso de Otazua, un enardecido Arnaldo Otegi, unos días después de su muerte, expresó con términos muy bélicos que la izquierda abertzale respondería a cada agresión contra ellos; añadía que el etarra era uno de los suyos y además transfundía a los demás la responsabilidad de coger un arma e intentar asesinar. Incluso preguntaba al resto del mundo si eran capaces de hacer como el ‘gudari’ joven de Arkaitz: dar la vida por su tierra. En este plan. Y 17 años después, el mismo político insiste en que a González lo han asesinado y es un ejemplo de lucha. Sigue no solo legitimando la muerte de personas -eso sí, siempre la del “enemigo”-, sino que eleva a la categoría de héroes patrióticos a quienes han militado en ETA. La cosa tiene su delito ético, la verdad, y ya no sorprende, pero sigo preguntándome si las otras ramas que conforman EH-Bildu están de acuerdo con esa manera de entender la violencia. La gente de Alternatiba, antes al menos, rechazaba de plano la violencia ejercida por ETA; ni que decir tiene que EA era una fuerza claramente situada en el ámbito de los derechos humanos. Es por eso que no comprendo cómo sobre este tema no dicen nada. Hay silencios que hablan por sí mismos.
¿Quién empujó al joven Arkaitz a empuñar un arma y qué odios le alimentaron la idea de asesinar a dos personas, incluso utilizar su casa familiar para preparar el atentado? ¿Qué escuchaba en su entorno este chico? ¿Qué permeabilidad causan los dirigentes de Sortu en la chavalería actual? ¿Qué grado de responsabilidad deberían asumir los líderes de la izquierda abertzale que siempre han enaltecido la vía de la “lucha armada”, considerándola el top de la entrega y generosidad humana?
Llamar presos políticos a quienes son asesinos o cómplices necesarios, homenajear a hombres y mujeres que actuaban con una pistola en la mano, enaltecer el hecho de dar la vida matando o matar muriendo, y ocupar la calle con eslóganes de muerte e impunidad es sembrar eso mismo entre la chavalería que le sigue. Es un viva la muerte, de tan infausto recuerdo. Además, minan el espacio público, abierto y democrático. Asfixian el futuro de entendimiento. Se cargan el respeto y la convivencia. Continúan atrás.
Opinión:
No es agradable la muerte de nadie pero hay que dejar que cada uno se muera como le de la real gana. Cada uno tiene derecho a elegir cómo quiere dejar este mundo. Cada cual es libre de hacerlo como le apetezca… pero siempre pensando en lo que haya podido hacer durante su vida.
Y si quien decide acabar con la suya se ha dedicado a intentar arrebatarla a los demás… lecciones las justas.
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