miércoles, 30 de septiembre de 2020

21 septiembre 2020 (3) El Mundo del Siglo XXI

21 septiembre 2020 

 


 

 

20 años de la última ofensiva etarra en Cataluña: 6 meses, 5 asesinatos Dos concejales del PP, el ex ministro Lluch, un guardia urbano y un mosso, las víctimas

 

José Luis Ruiz Casado salía siempre a las 7.30 horas de su casa, en Sant Adrià de Besòs, en la periferia de Barcelona. «Comentó en alguna ocasión que, si atentaban en Sant Adrià, le tocaría a él, porque tenía unos horarios estrictos. Pero no le obsesionaba. No teníamos ningún temor», recuerda Salvador Aragall, íntimo de Ruiz Casado, ambos concejales del PP en la localidad el año 2000. Por entonces, hacía más de seis años que ETA no mataba en Cataluña.

Los terroristas José Ignacio Krutxaga, Fernando García Jodrá y Lierni Armendariz (ésta última perteneciente al grupo de cinco etarras que van a ser trasladados en breve a cárceles próximas a País Vasco) pusieron fin al paréntesis tras averiguar la rutina puntual de un padre de dos menores de edad y sin aspiración de prosperar en política. Fue el primero de los últimos cinco asesinados que la banda se cobró en Cataluña en un margen de seis meses, una ofensiva que resultaría ser el epílogo macabro de ETA en la comunidad. El preludio del fin fueron dos disparos contra un hombre sensible con las inquietudes de sus vecinos, huérfano de escolta y asaltado por la espalda, nada más salir para ir a trabajar a la hora de siempre. Hoy se cumplen 20 años.

«No nos lo podíamos imaginar. Sant Adrià casi no aparecía en el mapa, no teníamos ninguna relevancia política. Además, no se habían cometido atentados en Barcelona o Cataluña últimamente», recalca Aragall. Lo insospechado del homicidio se ceñía a la estrategia de «socialización del dolor» a la que ETA se aplicó tras quebrarse la tregua de 1999: 23 asesinados y 102 heridos en toda España en un año.

Situando en la diana a cualquier representante constitucionalista, la banda propagó una amenaza indiscriminada que complicaba resguardar todo posible blanco. «Nos enviaron unas recomendaciones de autoprotección básicas. Que no fuéramos siempre por el mismo sitio, que en restaurantes nos pusiéramos de cara a la puerta… No nos habíamos planteado escolta. La tuvimos después del atentado durante una temporada muy limitada», lamenta Aragall.

Dos meses más tarde, el reconstituido comando Barcelona perpetró el crimen por el que más se le recuerda, el asesinato del ex ministro socialista Ernest Lluch. Krutxaga y García Jodrá se aprovecharon de que carecía de guardaespaldas para abordarlo en un garaje y acallar una voz a favor de la negociación para que la banda depusiera las armas. Rosa Lluch explica que su padre «pidió tener escolta 24 horas antes de que lo mataran», alarmado por la escalada tras el alto el fuego. «Lo vivía muy mal. Sentía que podía ser un objetivo de la banda. La tarde antes de que lo mataran se reunió con la delegada del Gobierno, Julia García Valdecasas, y se lo comentó. En nombre del Gobierno le dijo que no debía temer nada y que no debían ponerle escolta porque de ninguna manera era un objetivo». Lluch se lo reveló a su hija horas antes de ser tiroteado, mientras comían. «Me dijo que estuviera tranquila. Tenía la garantía del Estado. Hubiese estado bien que nos explicaran en qué se basaron para dársela», dice Rosa.

«Aunque la petición de diálogo ya venía de antes, Lluch emergió como un símbolo de que se tenía que hablar», interpreta Robert Manrique, por entonces delegado de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Cataluña. La multitudinaria marcha en recuerdo del ex ministro se coronó con una improvisada petición de la periodista Gemma Nierga a favor de un diálogo con ETA, que disgustó al Gobierno de José María Aznar.

«Reflejó lo que mi padre hubiera hecho. Fue una figura incómoda que, como había dejado la política activa, se podía permitir decir cosas que otros lo tenían difícil», piensa su hija. «No entendí la crispación que se montó por aquello. Mayor Oreja había dicho meses antes que se sentaría con ETA. Pero me incomodó que el mensaje no se consultase antes con las víctimas. Podríamos haberlo consensuado», cree Manrique.

El clamor no apiadó a los etarras: en las semanas siguientes segaron la vida de Francisco Cano, concejal del PP en Viladecavalls, y del guardia Juan Miguel Gervilla. El comando cayó en enero de 2001. El alivio resultó efímero: ETA reapareció dos meses más tarde, con un coche bomba ante un hotel de Roses. La metralla alcanzó a un mosso d’esquadra, Santos Santamaría Avendaño. «No fue una masacre porque allí unos muchachos se jugaron la vida. El hotel estaba lleno de jubilados, y los chicos los sacaron casi a rastras. Murió mi hijo, pero podrían haber muerto muchos más», advierte su padre, Santos Santamaría, vicepresidente de la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas.

«Era su último día en Roses, al día siguiente lo trasladaban a Barcelona. Estaba fuera de servicio y, con la alerta, se presentó. Era el día de mi cumpleaños. Las últimas palabras que tuvo conmigo fueron: ‘Papá, muchas felicidades. Mañana nos vemos’», rememora el padre.

La lista de 54 asesinados en Cataluña se cierra con el único mosso abatido por la banda. «No fue el último porque ETA no quisiera matar más», dice Santamaría, quien siente que nombres como el de su hijo han caído en el olvido: «En parte, consuela que fuera el último. Pero fue nuestro hijo y no estamos seguros de que haya servido para mucho».

De hecho, hoy, las relaciones entre el independentismo catalán y la formación heredera de Herri Batasuna, Bildu, son muy estrechas. El homenaje a Ruiz Casado ha sido suspendido por la Covid. Ni el comando Barcelona ni los autores del ataque en Roses, Aitor Olaizola y Eider Pérez, han pedido perdón. 20 años de la última ofensiva etarra

 

 

 

 

 

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