03 abril 2022 (02.04.22)
“Fue un desafío periodístico mostrar cómo se radicalizaron los terroristas”
Autor de ‘Fariña’, sobre el narcotráfico en Galicia, y de ‘En el corredor de la muerte’, sobre Pablo Ibar, el reportero gallego formó parte del equipo de investigación de ‘800 metros’, el documental sobre los atentados en Cataluña en 2017. Este jueves ha estado en Pamplona.
Se siente más identificado Nacho Carretero con la palabra reportero que con la de periodista. “Pero reportero en el sentido en el que lo utilizan los latinoamericanos, que hasta tienen el verbo reportear, en esencia buscar historias e intentar comprenderlas y luego contarlas”. Como en su último trabajo, 800 metros, el documental de Elías León Siminiani disponible en Netflix sobre los atentados yihadistas en Cataluña el 17 de agosto de 2017 con 14 muertos y más de cien heridos que perpetraron jóvenes supuestamente integrados en la sociedad española. La investigación periodística, con hasta 80 entrevistas, la han llevado Jesús García, Anna Teixidor (“el alma de este documental” y autora de Los silencios del 17-A) y Carretero, para quien el mayor desafío periodístico fue acercarse al entorno de los terroristas “e intentar construir un relato que muestre cómo es un proceso de radicalización”. Autor de Fariña,sobre el narcotráfico en Galicia, y de En el corredor de la muerte, sobre el caso Pablo Ibar, fundó hace menos de un año con el también periodista Arturo Lezcano la productora Ailalelo. Ya están trabajando en dosseries de ficción, una con Movistar sobre el crimen organizado en Marbella y la Costa del Sol tras una investigación de campo que, con el título Marbella, sede global del crimen organizado, publicaron en El País. El jueves habló en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra.
Han explicado que se decidieron a hacer el documental por el olvido mediático.
Si no estás en la agenda mediática, estás un poco fuera del imaginario social, y eso me impulsó a proponer la idea: veía y sentía que no se había hecho un trabajo pausado, en profundidad, analítico, sobre un suceso tan traumático. Creo que un factor importante fue que en octubre el procès arrolló la agenda mediática e hizo algo inédito: que un atentado quedara prácticamente en el olvido en dos meses, tremendo.
¿Usted comprende ahora cosas?
Comprender qué lleva a unos chavales a hacer algo así no está en nuestra mano, pero acercarte al proceso, intentar entender qué factores están en juego y pueden desencadenar algo así, sí ayuda, y hay un desafío moral y periodístico en decir por qué se les ocurrió hacer esto si eran unos chavales aparentemente integrados, con una vida más o menos encarrilada. Está el atajo, creo que balsámico, de “son terroristas, no hay que explicar nada, no hay que entender sus motivaciones”. Es lícito pensar así, pero me parece un poco cómodo.
¿Recuerda cuando vio por primera vez los vídeos que se grabaron los jóvenes, como fabricando bombas?
Perfectamente, y en el ejercicio de aproximarte a los terroristas los empiezas a ver ya no solo como terroristas, y comprendes que tenían una vida, una madre, unos amigos, unos profesores, unos trabajadores sociales que creían en ellos. Al ver los vídeos pensé “¿qué pasó para que tenga tanto odio y esté dispuesto hacer esto, para que crea firmemente que es una buena idea?”. Es inquietante y perturbador. Mi sensación era de angustia. Llevaba mucho tiempo investigando a estos chavales, había visto fotos y vídeos de cuando eran pequeños, haciendo escalada, jugando a hockey... y de repente vi eso. Y si yo sentía eso, qué no estaría sintiendo su familia, su amigo, su vecino. Veía una especie de duelo ilegítimo en el entorno de los terroristas: “Estoy triste por mi amigo pero era un terrorista y un terrorista no tiene derecho a que yo esté triste”. Había una mezcla de tristeza, de cabreo, de sentimiento de tradición...
Conseguir hablar con el entorno ha sido un trabajo de confianza.Muchísimo. Tienes que establecer canales de confianza que se construyen con tiempo pero que muchas veces el periodismo, por la situación de precariedad, no permite; canales necesarios para llegar a gente inaccesible de otra manera. Porque ¿qué tiene que ganar alguien como el entorno de un terrorista o de un delincuente si te habla? Nada. ¿Y por qué lo hace? Porque confía en ti, en lo que estás haciendo, porque quiere hacerlo por ti, y eso lleva mucho tiempo. Esa fue una labor de años de Anna yendo a Ripoll, ganándose la confianza de la gente y luego introduciéndonos al resto del equipo para volver a empezar todo un proceso de confianza.
El documental también refleja cómo trabajan ustedes, los periodistas.
Es una decisión del director, que siempre quiere mostrar el proceso. Es muy útil para el espectador y pertinente cuando suma, completa la historia, acerca más al tema, da contexto. Mostrar el proceso al espectador le ayuda a completar y tener la dimensión de la complejidad de esas entrevistas. Le haces partícipe del proceso periodístico, y eso ayuda a entender la sensibilidad, lo delicado y lo complejo del tema.
¿Qué ha supuesto para usted este trabajo?
Indudablemente, es una experiencia vital. La parte de las víctimas es la más dura y la más imponente vitalmente. Es una experiencia brutal enfrentarte al relato de quien ha pasado algo tan traumático, que deposite en ti la confianza de contártelo y compartirlo contigo. Recuerdo que la mayoría de las entrevistas las hicimos el mismo día: hice como ocho seguidas, y acabé hecho papilla. Fue muy duro. Luego está la parte que periodísticamente me parece más desafío: acercarte al entorno de los terroristas e intentar construir un relato que muestre cómo es un proceso de radicalización.
El narcotráfico en Galicia, Pablo Ibar en el corredor de la muerte, la corrupción en Marbella, los atentados de Barcelona... ¿y qué lugar ocupan en usted las historias pequeñas?
Soy absolutamente fan. Aunque parezca que siempre voy a las otras historias,
en paralelo siempre he tenido el radar para las pequeñas porque me parecen
fascinantes. La que más satisfacción me ha producido contar es la de mi tía
Chus, que tiene síndrome de Down. Es la historia de cómo mis abuelos en los
años cincuenta, sesenta, cuando era un tabú, un estigma, contactaron con otros
padres de Coruña, iniciaron una asociación, fundaron un colegio, luego un
centro laboral... toda la pelea contra el estigma y los obstáculos. Es una
historia muy pequeña, en mi familia, aquí
al lado. A los estudiantes digo que no
quieran irse a Siria porque se van a frustrar. Que miren en su barrio, a su
familia, a su pueblo, que miren alrededor, porque hay historias que a lo mejor
les parecen normales, pero son brutales y solo las tienen ellos. La historia de
mi tía Chus la publiqué en la revista Orsai,
de Hernán Casciari, que ya cerró, una revista en la que soñaba con publicar.
Ahora que nombra a los estudiantes, ¿están obnubilados por querer contar lo que pasa fuera?
Está vinculado a la energía que tienes con 20 años y que te quieres comer el mundo. Yo era así y me frustraba. Con el tiempo me di cuenta de lo beneficioso que fue para mí entender el periodismo cercano. Transmito a los estudiantes que deben tener paciencia, que al final se va a dar la oportunidad.
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