25 septiembre 2012 (05.11.10)
Piergiorgio M. Sandri
Encuentros con la muerte
Profesionales que viven de cerca el fin de la vida
Cristian Villavicencio, médico, asiste a enfermos terminales: "Hay que aprovechar el tiempo"
Cristian Villavicencio asiste a enfermos terminales. Afirma que muchas veces actúa como un psicólogo y que en la comunicación debe ser delicado
"Uno cada día". Cristian Villavicencio, médico que cuida de los enfermos de cáncer en su último estadio, suele ver un muerto casi a diario. "Intento no sufrir por ellos. Mi experiencia con estos pacientes me ha enseñado a aprovechar el tiempo. He conocido a personas que han trabajado tanto en su vida… ¿para qué? Yo no quiero esperar a mi jubilación para ser feliz. Quiero disfrutar de mi familia. Después de asistir a un muerto, valoro más la vida y pienso disfrutar del tiempo que me queda", cuenta. Villavicencio es geriatra de formación, pero hoy su tarea en el hospital es ingrata: acompañar a los enfermos hacia el paso definitivo. "En todo proceso de la vida tenemos a un médico. De pequeños, empezamos con el pediatra, luego el internista, etcétera. Amímegustan los pacientes de edad avanzada". "Me encargo de dar a estas personas esperanza. No esperanza de vivir, sino que trato de reorientar sus expectativas. Yo nunca hablo de calidad de vida, sino de ofrecer cierto bienestar, estar sin dolor, junto a su familia. Simplemente les ayudo a vivir el tiempo que les toca", explica. "Las reacciones son diferentes. Los más jóvenes piensan: ´Podría haber hecho esto y lo otro´;´Me ha quedado por hacer aquello´. Los ancianos, en cambio, se acuerdan de su tierra. ´¿Usted cree que puedo volver a mi pueblo?´. Debido a las circunstancias dramáticas, Villavicencio se ve obligado a actuar como un psicólogo y a emplear técnicas de comunicación muy delicadas. "Suelo formular preguntas abiertas y en positivo, generar empatía. Por ejemplo: ¿qué espera usted de su enfermedad? ¿Ha pensado en cómo serían las cosas si esto no acabara de la manera que usted plantea?", dice. "Nadie quiere morirse, es cierto, pero la gente me dice algo más: no quiero morirme así. Yo me encargo de cambiar el así", explica Villavicencio. Ensu trabajo pasa momentos muy duros. "Soy humano, y cuando tengo un mal día, me abrazo con mi familia. Esto meda vida. ¿Un consejo? Hay que aceptar la fragilidad del ser humano, porque todos necesitamos cuidados. No hay que obsesionarse con la muerte: al final lo importante es cómo se ha vivido".
Rafa Jiménez es policía científico. Ha visto más de 50 muertos por violencia. Todo ello le ha ayudado a aceptar la muerte
"Mi primer caso de muerte violenta fue un atraco en una tienda de ropa. Una mujer que no llegaba a los 30 años. Con un charco de sangre. Me encargaba de la inspección ocular. Me dediqué como un animal a buscar huellas, en el mostrador, en la caja registradora. Mi obsesión era recoger muestras de sangre. Las primeras reacciones de un policía son buscar el quién y por qué. En ese momento, no puedes permitirte el lujo de sentir pena. Pero, claro, los policías también somos humanos. Cuando volví a la comisaría en el vehículo, entonces me detuve a pensar que esa chica tenía mi edad. Pensé en cómo debía de sentirse su familia. Medi cuenta de lo caprichosa que es la muerte". Rafa Jiménez ahora se encarga de las relaciones con la prensa en la comisaría de Via Laietana en Barcelona, pero durante años estuvo en primera línea en la investigación de asesinatos. Curiosamente, para él no es lo peor de su trabajo. "Habré visto 50 cadáveres, entre asesinatos y muertes violentas. Por eso lo que más me impresiona es el suicidio, lo quemásmehace pensar. Nolo puedo entender. Estas muertes son terribles: no se pueden prevenir. Es una sensación de impotencia". Ante tanto dolor, la profesionalidad es lo que le permite aguantar las situaciones más difíciles. "Es verdad, con el tiempo te vas endureciendo. Te haces un poco más aséptico. No interiorizas lo que ves a tu alrededor, pero tampoco lo banalizas. Sabes que tu misión consiste en esto, ser profesional, averiguar los hechos. Tienes que sobreponerte a lo que ves". Aunque no siempre se consigue. "Yo, por ejemplo, nunca podría ser agente de tráfico y ver cómo la imprudencia de uno acaba con la vida de otro, porque me cuesta aceptar las muertes debidas a mala suerte o en las que nadie quería acabar con la vida de alguien". Jiménez ha aprendido que "el paso del tiempo al final lo cura todo. O por lo menos debe curarlo todo". Y cita un episodio íntimo. "Mi padre murió de infarto en mis brazos cuando yo tenía 14 años. Pero, hoy en día, cuando pienso en él, la mayoría de las veces no recuerdo ese día, sino cuando me llevaba a jugar al fútbol: esto significa que la vida me ha enseñado a aceptar la muerte".
Este periodista ha visto el horror y se ha convertido en el cronista de la muerte. Sabe lo que es estar al filo de la muerte y valora la vida
Gervasio Sánchez ha visto con sus propios ojos y con el filtro de la lente de su cámara todo tipo de horrores: torturas, pilas de cadáveres, mutilaciones. "Soy un privilegiado, la mayoría de mis amigos están muertos", dice. "La vida al final es una lotería. Yo hubiera podido coger una calle en lugar de otra y estaría muerto. Pero aprendes a valorar con el tiempo la importancia de la denuncia. Cuando ves lo fácil que es morir, piensas que el mejor homenaje que puedes hacer a los difuntos es seguir viviendo". Su trabajo ha permitido rescatar del olvido guerras sangrientas ("conflictos en los que a menudo la gente no sabe por qué está en guerra, por qué lucha. Y esto es lo que más me cuesta aceptar"), para llamar la atención internacional contra el odio. "De la guerra, lo que menos llama la atención al final es la muerte. El muerto termina en su fosa y se acabó. Morir es un drama, es cierto. Pero el problema son los seres vivos y cómo protegerlos", explica. Sánchez alerta de que la responsabilidad de un fotógrafo en la guerra es grande. A veces basta levantar el objetivo para excitar la maldad del ser humano delante de la cámara. "Hay que evitar el exhibicionismo. A veces basta que la persona vea una cámara para que se ponga a cortar un cuerpo. Yo no quiero entrar en este juego. Porque no hay que negar que la guerra es un poco una pasarela de modelos que juegan a quién es el más bestia, donde al final el mejor es el más malo y quien más condecoraciones tiene". Sánchez ha aprendido a relativizar la muerte y ve un error mitificar al difunto. "Cuando alguien se muere, parece que hay una necesidad imperiosa de resucitar los buenos momentos: sólo recordamos lo positivo de esta persona. Por ello, no hay que distorsionar la biografía de la persona querida", advierte. Puede parecer cínico, pero es muy humano. "Cuando yo era pequeño, tenía que atravesar una zona cerca de un cementerio en Tarragona. Tenía 13 años, pero corría deprisa, como si los muertos me persiguieran. Quién hubiera dicho que iba a convertirme en el cronista de la muerte".
Joan Juventeny, sacerdote, ofrece extremauciones: "Yo no sólo ayudo a morir: ayudo a morir bien"
El sacerdote Joan Juventeny trabaja con colectivos de personas sin recursos. Reconoce que la gente no quiere morir sola
Joan Juventeny coordina la acción social Montalegre, en el barrio del Raval de Barcelona, que cuenta con cien voluntarios y que se ocupa de personas mayores sin recursos. "En cada momento de la vida hay un sacramento. Para un religioso como yo, la muerte es un momento decisivo, único", explica. "A lo largo de estos años, he ayudado a morir a un centenar de personas. Lo que he aprendido es que morirse solo es lo peor que hay. A veces los ancianos me llaman, me cogen la mano. Simplemente quieren eso: no estar solos en la despedida". Este colectivo suele vivir en casas muy viejas, a punto de caerse, en condiciones higiénicas lamentables y con olores nauseabundos. "¿Por qué me dedico a esto? Porque creo que en la vida lo importante es terminar bien. Quiero que para estas personas sea más fácil recibir el perdón de Dios". Después de años, Juventeny no se ha acostumbrado a la muerte. "No soy aséptico, ni cínico. Cada vez que veo morir a alguien, sufro. Porque con el tiempo, con estas personas, se ha ido estableciendo una amistad próxima y aunque está destinada a durar poco, no importa. A punto de despedirse de la vida, cuenta Juventeny, muchas personas redescubren la fe. "Ellos se desahogan y se vacían. Yo escucho y ellos llegan a contarme toda su vida, para lo bueno y lo malo, con detalles íntimos. Ven que se van a morir y se dicen, creyentes o no: ´Vamos a arreglarlo de alguna manera´. Y entonces piden perdón y mueren en paz, con Dios. Esto también es un consuelo para mí. Porque yo no sólo ayudo a morir: ayudo a morir bien. Y no se puede morir sin saber adónde vas".
Joaquim Berrocal, tanatopractor: "Para esta profesión has de tener humanidad"
Joaquim Berrocal maquilla y da un "aspecto de vida" a los difuntos. Es muy importante, según él, que el cadáver recupere su "dignidad"
"Recuerdo aún el primer cadáver que vi. No llegaba a los 18 años. Mi suegro trabajaba en una funeraria y le llamaron para recoger a una mujer que se había tirado a un tren. Decidí acompañarle, para ver si me sentía capaz de aguantar todo aquello. Al final fue bien: él llevó el cuerpo mientras yo con una mano aguantaba la cabeza". Joaquim Berrocal es una de las personas que se encargan en el tanatorio de Vic de embellecer los cadáveres. Aparte de embalsamar, se preocupa de maquillarlos, vestirlos, lavarlos, desinfectarlos, afeitarlos, masajearlos. Emplea accesorios dignos de una peluquería. Su mesa de trabajo está repleta de secadores, pintalabios, maquillaje, pelucas. "En aquella época, cuando empecé, el oficio de funerario estaba mal visto. Cuando iba a tomar un café al bar, la gente se apartaba de la barra", cuenta. "Nosotros, los tanatopractores, miramos la muerte de una manera diferente. Creemos que es una circunstancia por la que hay que pasar. Intentamos apaciguar el dolor. Yo he visto llorar de satisfacción a familiares después de ver un trabajo nuestro. Con el tiempo, uno acaba convirtiéndose en un amigo de la familia, porque sé que puedo ayudar", asegura Berrocal, que reivindica su oficio. "Nosotros somos la parte más humana de la muerte, porque permitimos a la gente acercarse a ella sin temores". A los que opinan que de poco sirve arreglar un difunto como si fuera de fiesta, Berrocal contesta que es muy importante que el cadáver tenga dignidad. "Nosotros lo único que hacemos es lo mismo que la persona hubiera hecho de estar viva. Para esta profesión has de tener humanidad, porque los familiares nos ponen en nuestras manos lo que más quieren. No vendemos nada. Sólo ofrecemos paz y tranquilidad", dice.
"El ser humano es contradictorio", reflexiona Berrocal. "En teoría vivimos, si tenemos alguna creencia, para el más allá. Pero luego cuando llega el momento no queremos irnos. Mi consejo es que si la gente tiene fe, que se agarre a ella. Ysi no la tiene, que no olvide que aquí, en la Tierra , se sufre más".
Sara Bosch, psicóloga que asiste después de la muerte: "Nadie se muere si muere alguien"
Sara Bosch intenta ayudar a las personas a recuperarse del golpe de la muerte. Según ella, la gente se pregunta porqué ha ocurrido. No aceptamos la muerte
Atentados terroristas, catástrofes humanas, tragedias como las víctimas en la vía del tren de Castelldefels… Sara Bosch es la persona que trata de ayudar desde el punto de vista psicológico a los afectados por estas circunstancias, a menudo inexplicables. "En la muerte, hay que sacar a la luz la cara de la moneda. Si veo un herido que ha perdido la pierna, me fijo en la sana", cuenta. Según Bosch, ante un atentado, la primera reacción es negar la realidad. "Es la base del cerebro. Es como cuando buscas algo en un bolsillo varias veces: ya sabes que no está, pero sigues metiendo la mano. En este caso, nos preguntamos el porqué de lo que ha ocurrido y no aceptamos la muerte". Para superar el dolor de la pérdida, hay varias técnicas según el colectivo y persona. Están los heridos y los familiares de los difuntos. "No voy a proteger a la víctima del atentado: para eso está la familia. Empatizo con él, pero no es mi trabajo", precisa. "Le ayudo a hacer emerger sus recursos. Por ejemplo, si él siente impotencia y da cabezazos en la pared, entonces hago que se sienta útil, le pido que me acompañe al forense". Otra cosa que tener presente es que "el dolor es legítimo. El daño es otra cosa. El dolor hay que respetarlo: si sufres, es algo bueno. Porque significa que querías a esta persona. El dolor es la expresión del amor que no se pudo expresar". Pero alerta contra el victimismo. "Si llevas 20 años con alguien no necesariamente significa que le quieres. Hay muchas formas de amar con dolor: no hay que olvidar que uno ya tenía una vida antes de la tragedia. Simplemente hay que aprender a vivir con una ausencia. ¿Cómo? Recordar siempre que hay otros que me quieren y que yo puedo querer. Porque nunca somos un yo aislado, somos un yo y mi gente. Poco a poco hay que volver a reconstruir estos puentes". Bosch concluye con un mensaje de esperanza: "No lo olviden, nadie se muere si se muere alguien".
Opinión:
Agradezco muchísimo la aportación de un amigo al blog con la presente información. Aunque sea un reportaje de noviembre de 2010 me veo en la obligación moral de reproducirlo al estar directamente relacionado con mi etapa como Coordinador del SIOVT (Servei de Informació i Orientació a Víctimes del Terrorisme). De hecho, la entrevista con Sara Bosch se realizó en el despacho del SIOVT, como bien puede verse al estar junto a uno de los numerosos mapas informativos que siempre me han acompañado en mi trabajo y que bien se ve en la fotografía consultando el link.
De los seis entrevistados, tres son personas con las que he tenido el placer de compartir buenos y malos momentos. Sara, Joaquim y Rafa son tres personas excepcionales que siempre me tendrán a su lado para todo cuanto necesiten.
Y es que la frase “la felicidad une y el dolor reúne” es absolutamente cierta.
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