18
mayo 2020
La competencia por
convertirse en víctima
Diario de un
desescalado.
Ante el Covid-19,
algunos políticos van de víctimas y perseguidos. Pero decir que nunca eres
culpable también es decir que nunca eres capaz
El crítico Robert
Hugues publicó en los años noventa La cultura de la queja, un ensayo sobre los
efectos del omnipresente recurso al victimismo en el panorama sociopolítico de
los Estados Unidos. «Acabamos por crear una infantilizada cultura de la queja,
en la que papaíto siempre tiene la culpa», sostenía Hugues en el libro, cuyo
subtítulo era Trifulcas norteamericanas. No hace falta que me extienda sobre
las posibilidades de aplicar esta teoría a la España política de hoy y la abundancia de
ejemplos que la ilustrarían. Incluso el citado subtítulo serviría con solo
cambiarle el gentilicio.
Pero si existe una
tesis premonitoria sobre la política catalana y española actual es la de la
victimización como arma predilecta en la disputa por el poder, que Pascal
Bruckner desarrolló en La tentación de la inocencia (1995). El filósofo francés
advierte de que los ciudadanos y los políticos tienden a atribuir la
responsabilidad de cuanto ocurre siempre a otros y compiten por convertirse en
víctimas de todo tipo de agravios y sufrimientos, como baza para captar la
atención, cargarse de razones o ganar elecciones. Pretenderse perseguido, avisa
Bruckner, se convierte en una manera sutil de perseguir a los demás.
«Ése es el peligro:
que la postura de víctima roce la impostura, que los perdedores y los humildes
sean desplazados en beneficio de los poderosos, que se han vuelto maestros en
el arte de colocar sobre sus rostros la máscara de los humillados», escribió
Bruckner hace 25 años, aunque parezca un análisis sobre la actitud de los
líderes de los países más afectados por el coronavirus o sobre las
manifestaciones en los barrios más ricos de Madrid.
«Si el dolor distingue
a quien lo padece, hay una manera ostentosa de exagerar las más mínimas
angustias que permite desplegar sobre los seres más cercanos una tenaz voluntad
de poder», sentenció Bruckner, en una frase que bien podría haber escrito
después de contemplar las fotografías de Isabel Díaz Ayuso emulando a la Virgen de los
Dolores.
«Hay dos maneras de
tratar un fracaso amoroso, o político, o profesional: o bien imputándoselo a
uno mismo y sacando las consecuencias que se imponen, o acusando a un tercero,
designando a un responsable empeñado en nuestra pérdida», afirmó también el
filósofo francés. Lúcidas reflexiones que adquieren plena vigencia a la vista
de algunas comparecencias de Quim Torra, Meritxell Budó y otros presidentes y
consejeros de comunidades autónomas con competencias plenas sobre la salud y
las residencias de ancianos, y donde sus partidos se habían dedicado a recortar
y privatizar la sanidad pública.
La carrera política
por proclamarse víctima de algo tiene multitud de precedentes últimamente en
España. Con la consecuencia añadida de que a las verdaderas víctimas se las ha
ignorado, utilizado o incluso menospreciado, como en el caso del 11-M.
Esperemos que esta vez la respuesta del gobierno y de todas las
administraciones interpeladas no sean cuentos chinos. Rendir explicaciones y
aclarar responsabilidades son las obligaciones de los políticos, no huir de
ellas.
Ante todo lo
contemplado a raíz del Covid-19, lo que está por venir y lo que queda por
escuchar, es bueno recordar otra de las conclusiones de Pascal Bruckner: «Decir
que nunca se es culpable equivale a decir que nunca se es capaz».
Opinión:
“si el dolor
distingue a quien lo padece, hay una manera ostentosa de exagerar las más
mínimas angustias”, excelente explicación que define a un tipo de personajes
que no han vivido ese dolor padecido pero exageran lo que conocen de parte de
las víctimas reales, de las que se ganaron su confianza utilizando las malas
artes de la mentira y la falsa amistad.
A ver cuánto tardan
algunos en descubrir la verdad… otros ya la descubrimos hace más de diez años,
en plena crisis económica y aún y así actuamos en consecuencia.
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