viernes, 3 de enero de 2014

02 enero 2014 (3) eldiario.es

02 enero 2014



Jose Luis Salgado

Los enemigos de la paz






Entre todo el texto del comunicado que la pasada semana hizo público el colectivo de presos de ETA me ha llamado la atención esta denominación, los enemigos de la paz, referida sin duda al Gobierno español que les mantiene en prisión. Como siempre que leo un comunicado de ETA o de sus colectivos afines, me da la sensación de estar leyendo un texto redactado en los años 70, en el seno de una sociedad que ya hace tiempo que dejó de existir. La sociedad vasca que percibo en 2014 ya no es, ni de lejos, esa sociedad bipolar del tardofranquismo en el que parece que algunos se han quedado.
Y es que los enemigos de la paz son los que han buscado la violencia, los que han practicado el asesinato, la tortura y el chantaje. Y eso no debería salirle gratis a nadie, aunque a los que además de pistola llevaban placa, les ha salido muy barato en general. Los enemigos de la paz son quienes han tenido a la sociedad vasca en vilo durante décadas, quienes han desoído sus demandas una y otra vez expresadas en manifestaciones de rechazo a la violencia sea del signo que sea.
Cuando haces comentarios de este tipo siempre hay quien te trata de equidistante, como si tratar a todos por igual fuese una actitud reprobable. Pues las balas de ETA hacían tanto daño como las del GAL y tan asesinos eran los unos como los otros y es justo tratarlos a todos por igual, algo que no ha sucedido y que marcará para siempre con un punto negro al sistema político y jurídico español. Lo mismo ha sucedido con las víctimas, todas han sufrido y a muchas no se les ha dado el respaldo necesario, pero a otras se les continúa ignorando a día de hoy, cuando las pistolas por fin han callado y tenemos que centrarnos en restañar heridas y labrarnos un futuro en paz y en convivencia.
Aunque ahora reconozcan el daño causado y eso nos haga avanzar un paso más hacia ese futuro en paz, a los presos de ETA se les ha pasado ya el momento de hacer política. Si este comunicado hubiese llegado hace 20 años, cuando toda la sociedad vasca excepto una minoría estaba ya totalmente convencida de que la lucha armada era un camino absurdo, es posible que se hubiesen salvado muchas vidas. Y que el proceso de paz podría haber tenido un recorrido diferente, uno en el cual se hubiese contemplado una solución colectiva para los presos vascos condenados por delitos cometidos con una intencionalidad política.
El conflicto vasco de hoy en día es el de la construcción de la memoria. Mientras que para unos la paz es “la victoria de los demócratas sobre la banda criminal”, para otros es el fruto de un “proceso democrático” que culminará en la independencia.  Ambas argumentaciones parecen igual de falaces en cuanto obvian los pelos que todos se han dejado en la gatera. La democracia y el respeto a los derechos humanos han sido víctimas de este conflicto desde el primer momento. No podemos ignorar el sufrimiento que los actos violentos han causado en nuestra sociedad ni podemos obviar el rechazo moral hacia el empleo de la violencia al calificarla como estrategia válida, aun cuando hayan decidido abandonarla.
Esperemos que este gesto desde el colectivo de presos de ETA sirva para romper el inmovilismo en este proceso de paz que no acaba de concretarse en nada. Y también para que los derechos de los presos se cumplan de forma efectiva y no sean utilizados como arma arrojadiza por motivos electoralistas. Por eso creo que es más necesaria que nunca la implicación de la sociedad en general, y no solamente los partidos políticos con representación parlamentaria, en lograr un nuevo marco de convivencia y un relato compartido que nos permita superar de una vez por todas estas décadas de sinrazón.
Los enemigos de la paz son ahora quienes pretenden imponer el discurso de su memoria y obtener beneficios electorales de una época terrible y vergonzosa para Euskadi y que solamente ha traído sangre y dolor a muchas familias de esta tierra. También son enemigos de la paz quienes no se atreven a dar el paso final de una organización cuya existencia ya no tiene razón alguna. Quizás sea el momento de que hablen los amigos de la paz, los que la han añorado durante tantos años y los que no quieren que lo sucedido se repita jamás.

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