lunes, 8 de marzo de 2021

06 marzo 2021 Diario Vasco (opinión)

06 marzo 2021

 


Frente a la hemeroteca de la barbarie

Vitoria acoge una muestra con portadas de EL DIARIO VASCO y del Grupo Vocento sobre los 60 años de terrorismo en España

Son portadas, pero funcionan como espejos. De hecho, al acceder a la sala, ante esos paneles de dos metros de alto, enfrentados y alineados, uno tiene la sensación de entrar en una de aquellas casas de los espejos en las que, mediante distintos juegos ópticos, el visitante llegaba a sentir angustia. Con una salvedad: aquí la realidad no está deformada, se muestra tal cual fue, con toda su crudeza y sin ninguna distorsión. Y la imagen que devuelven esos reflejos de tinta, de negro sobre blanco, salpicados de rojo coagulado, es tan cruda que a ratos golpea en el estómago. La muestra 'El terror a portada. 60 años del terrorismo en España a través de la prensa' que organiza la Fundación Víctimas del Terrorismo y la Fundación Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo y que ayer se inauguró en el Centro Cultural Montehermoso de Vitoria es una necesaria e incómoda hemeroteca de la barbarie.

La 'primera' de El Correo Español-El Pueblo Vasco del 29 de junio de 1960 reservaba, en una esquinita, a la izquierda, un espacio a la muerte en San Sebastián de la pequeña Begoña Urroz a manos del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación, el DRIL. Aquella criatura, de sólo 20 meses, fue «víctima de un canallesco terrorismo», tal y como reflejaba el periódico entonces. Con su asesinato se inicia un recorrido de seis décadas por el horror, un viaje ominoso con olor a plomo y amonal que se ha cobrado la vida de 1.300 personas, 800 de ellas a manos de ETA. Las portadas de EL DIARIO VASCO y de los otros diarios del Grupo Vocento encarrilan esta travesía sin destino que sólo nos ha llevado al dolor.

De sala en sala, las portadas llevan, como en un doloroso 'flashback', al recuerdo de momentos, a escenarios del horror que sucedieron a pocas calles de la sala de exposiciones. La 'primera' del 23 de febrero de 2000 captura el instante en el que un ertzaina de paisano, levanta, con cuidado, la sábana que cubría el cuerpo sin vida de Fernando Buesa, tendido en la calle Nieves Cano, en pleno campus de Vitoria. El agente está certificando a través de su teléfono móvil que, sí, que, en efecto, aquel terrible crimen que sacudió a la sociedad alavesa había sucedido. Unas pocas páginas más allá, un paraguas rojo, abierto, el que dejó José Luis López de Lacalle, lleva al momento de su asesinato en Andoain el 7 de mayo, también de aquel mismo año.

Valor periodístico

Detrás de esas fotografías, detrás de la cámara, se encontraban fotoperiodistas como Javier Mingueza. Tipos dotados de un cuajo especial para enfocar esas escenas teñidas de sangre, de dolor supurante. Su fotografía del cadáver del general retirado Luis Azcárraga, asesinado el 27 de febrero de 1988 en Salvatierra, cuando salía de misa, abrazado a su mujer, invita a pensar en el momento en el que el fotógrafo tenía que mirar al horror apretando mucho los dientes y pulsando el disparador sin titubeos. Tocaba entonces demostrar una profesionalidad fría frente a la víctima todavía caliente. A ellos se les debe imágenes de incalculable valor documental, con primeros planos de cadáveres ensangrentados, de orificios de bala visibles, de coches destrozados. No había morbo en aquellas instantáneas. Eran tiempos, los años de plomo, en los que era imperioso mostrar aquel horror. Hoy, serían impublicables.

La exposición, que se podrá visitar hasta el 28 de marzo, también propone una reflexión sobre cómo a lo largo de estas seis décadas ha cambiado nuestra forma de percibir el terrorismo. Al principio, el fenómeno, directamente, no se concebía. ¿Qué lugar de un periódico se reserva para una atrocidad así? De ahí que el asesinato de José Antonio Pardines, la primera víctima de ETA, no abriera el día después este diario, la edición del 7 de junio de 1968. La crónica del asesinato fue incluida en la sección 'Guipuzcoa, hombres y problemas' y el tema se contó en 50 líneas escasas de texto. Poco a poco, a la fuerza, a bombazos y a tiros en la nuca, el periódico, los periódicos, fueron acomodando en sus páginas esta realidad infausta.

Detrás de cada atentado, cuando el polvo se asentaba, quedaban esas familias hechas fosfatina, ese reguero de viudas, de huérfanos y amistades mutiladas. Todo ese dolor respiran portadas como la que El Correo dedicó al funeral de funeral de Eduardo Puelles, con su viuda rota en 2009 o esa de ABC en la que la madre del Guardia Civil asesinado Gabriel Cristóbal Vozmediano llora al hijo en 1979.

Objetos familiares

Entre las portadas, armas incautadas, placas de agentes asesinados y recuerdos familiares, como ese retrato, enmarcado en alpaca del ertzaina Jorge Díaz Elorza: un hombre, un hijo, en el que sus verdugos sólo vieron un objetivo. Junto a la fotografía, resulta inevitable que la garganta se haga un nudo al leer la nota en la que, el 11 de marzo de 2002, Joseba Pagazaurtundúa dejó instrucciones precisas por «si muero por motivos de mi militancia política u oficio». Cuatro tiros a bocajarro, en el bar Daytona de su pueblo, acabaron con su vida 11 meses después.

Esta exposición emociona, conmueve y sacude. A diferencia de todas las series, de las películas que han visto la luz en los últimos tiempos, no hay ficción aquí. No se libra ninguna batalla por el relato: todas estas portadas se limitan a mostrar la realidad desnuda.

Opinión:

Bien… todo lo que se haga para que la versión real del dolor causado por el terrorismo sea conocida y recordada es una buena iniciativa. Aunque mucho me temo (y quisiera equivocarme) que algunas de las portadas no serán, seguramente, del agrado de alguna de las víctimas protagonistas. Y lo digo con el conocimiento de causa que me ofrece el conocer la opinión de otras víctimas que han visto fotografías de los atentados que sufrieron en diferentes exposiciones presentadas en diferentes ciudades españolas… con la desgracia añadida de que ni siquiera fueron consultadas antes para conocer su opinión sobre si esas fotografías les afectarían o no en su estado psicológico.

Por otro lado, me permito ofrecer una propuesta para una próxima exposición sobre la realidad del dolor sufrido en el colectivo de víctimas del terrorismo: una muestra de las sentencias denegatorias que, por parte de los diferentes estamentos y principalmente el Ministerio de Interior, hemos tenido que sufrir tantas y tantas víctimas anónimas del terrorismo. Puedo asegurar que tampoco dejarían a nadie indiferente, tal y como pudimos apreciar tras poner algunos ejemplos en la exposición conmemorativa de los 30 años del atentado en Hipercor presentada en la Sala de Fabra i Coats entre diciembre de 2017 y marzo de 2018.

De hecho, estoy intentando recuperar gran parte de aquel material por si alguien se atreve algún día a presentarlo fuera de Catalunya.

 

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