martes, 16 de marzo de 2021

14 marzo 2021 Diario Vasco

14 marzo 2021 

 


“Mi aita vivía sin temor, pensaba que ETA no le iba a imponer el miedo”

Lasarte-Oria . Veinte años después del asesinato del socialista Froilán Elespe, su hijo Josu tiene grabados «a fuego» los recuerdos de aquel 20 de marzo

Josu Elespe siempre le había preocupado, desde que fue aita, cómo iba a contar a sus hijos lo que ocurrió el 20 de marzo de hace veinte años, el día que ETA asesinó a su padre, Froilán Elespe, teniente de alcalde del PSE de Lasarte-Oria. «Había sido el hecho más traumático de mi vida y quería que supieran la verdad de lo que le había pasado a su aitona, por qué no está con nosotros», comparte. La víspera del homenaje por el aniversario de hace tres años, Josu pensó que su hija mayor ya estaba madura para entenderlo. «Una persona me dijo un día que los niños preguntan muchas veces lo que ya saben y yosospechaba que, a sus 8 años, algo sabía», explica. Eligió un viernes porque así, si tenía dudas, estaba el fin de semana con ella para explicarle todo. De regreso a casa, se sentaron en un banco en el par-que de Amara en Donostia y se lo contó. «Sin detallar mucho qué era ETA, le dije que unos hombres ma-los lo mataron porque pertenecía a un partido político concreto, que esas personas creían que había que matarlo, igual que a periodistas, funcionarios, miembros de otros partidos, guardias civiles, ertzainas... Ese círculo tan amplio y tan horrendo que había. Le dije que estaban todos en la cárcel, aun-que no es el caso, porque está sin resolver, pero quería evitarle que pensara que me podía pasar algo a mí», relata.

La pequeña Elespe tuvo la reacción lógica de una niña. «Me decía: ‘¿Por qué? ¡Vamos a por ellos!’ y me acribilló a preguntas», recuerda. «Respondí a todo lo que me preguntó. Hoy es el día en que si surge la conversación, hablamos. Los niños nos dan una lección de cómo encajar las cosas, cómo naturalizarlas. Ella seguro que lo comentó con sus amigas del cole...», describe. Hoy, a sus 11 años, sabe que su aita fue el pasa-do miércoles a Lasarte-Oria para la entrevista, que sale a veces en la televisión o en el periódico, que ha ido a los colegios a contar su testimonio «y lo lleva con mucha normalidad». Pronto tocará contárselo al pequeño. «Es probable que ya sospeche algo...», piensa.

El hijo menor de Froilán Elespe tiene algunos recuerdos de aquel día de marzo «difuminados», pero la mayoría están «grabados a fuego». «El Ayuntamiento con la capilla ardiente, el tiempo que pasamos allí, casi dos días hasta que se llevaron el féretro a la iglesia que está enfrente para el funeral,manifestaciones, la pancarta con el ‘ETA ez’, que estuvo tantos años en el balcón...». En la memoria política queda el tenso pleno que de-batió una moción de condena. Se abstuvieron los tres concejales de EH, Aiora Zulaika, la payasa Pirritx; Zigor Iriondo, hermano de Aitzol, uno de los presuntos asesinos de Elespe; y Xabier Elizondo, amigo del edil del PSE y que luego dimitió alegando motivos personales

Todo había empezado a las 14.40 horas. Froilán Elespe paró en el bar Sasoeta, a 300 metros de su casa, como hacía muy a menudo, para tomar un aperitivo al salir del Ayuntamiento. Un etarra entró y le disparó a la cabeza, mientras el otro esperaba fuera. Josu estaba en Ataun de casualidad y le llamó un amigo al teléfono móvil. «Recuerdo su tono de voz y el sitio exacto en el que estaba. Cogí el coche y vine rapidísimo, de hecho choqué con la mediana en las curvas de Tolosa. Oír por la radio el nombre de tu padre como tantas veces has escuchado el de otros asesinados... Piensas que es una pesadilla. Ves que fuera todo sigue normal, la gente sigue en sus coches y tú estás oyendo algo que no terminas de creer», describe. Entró en la rotonda de Lasarte-Oria y vio el cordón policial. Ya no había duda. Quiso ver a su padre, pero no le dejaron. «Yo me creía con derecho a verlo y luego agradecí que no me dejaran porque te-nía un disparo en la cabeza e imagino que estaría bastante desfigurado. Llegué a casa y a partir de ahí empezó toda la locura», rememora.

Froilán tenía 54 años, amaba su trabajo de edil, al que dedicaba 24 horas, pero nunca contó en casa que querían ponerle escolta. «Ese mismo día había un mensaje de la Ertzaintza en el contestador de casa. Decía que la próxima escolta disponible era para él», detalla.

¿Comentó en casa si temía algo?

Relativizaba tanto las cosas y amaba tanto la libertad individual que no sé si se dijo sí mismo: ‘No pienso temer nada’. Me hubiera gustado preguntarle: ¿Aita, no tenías miedo o no querías transmitirlo? ¿O dijiste: ‘Voy a seguir con mi vida, que es la que me gusta, cueste lo que cueste’? No sé. Creo que mi aita vivía sin temor, pensaba que ETA no le iba a imponer el miedo. De hecho, el sábado anterior al atentado entramos a un bar a ver un partido de la Real, su gran pasión, y se puso de espaldas a la puerta. No le vi ninguna preocupación».

Nunca había recibido amenazas. Lo único que recuerda es una postal de ‘Euskal presoak, Euskal Herrira’ que llegó unas Navidades, «pero nada amenazante». «Nunca hubo llamadas ni pintadas», cita.

La viuda de Froilán Elespe, Tomasi Pelaz, y sus dos hijos dejaron Lasarte-Oria al año del atentado. Se instalaron en San Sebas-tián. «Siempre nos vamos a acordar de Lasarte con mucho cariño y gratitud, de cómo se portó con nosotros. Eso no lo olvidaré en la vida. Pero nos fuimos porque pensábamos que debíamos empezar de cero fuera de recuerdos, necesitábamos una vida nueva totalmente y volver al anonimato», explica Josu Elespe que hoy, si vuelve al pueblo, es para visitar a algunos amigos.

¿Pasa por el lugar del atentado? 

Paso, paso. Sí, incluso he entrado. Desde el principio nos propusimos no evitar esas cosas, aunque sabíamos que nos iba a costar. No sé si fueron días o semanas, pero después del asesinato fui al bar y volví a Ataun, al lugar en el que estaba cuando recibí la noticia. Creía que tenía que ir para intentar darle la vuelta al estrés post traumático. Preferí enfrentarme a lo que había ocurrido y mirarlo de frente. Si había que meterse en el pozo hasta el fondo, me metía. Era la mejor forma de superarlo.

 

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