“Lo valiente es tener que vivir con ello”
Luchó 20 años para ser reconocida y, tras 35 años, sigue luchando para superarlo
“El día que tu naciste tuve una ilusión, grande fue la cosa olvida la explosión, y recibe estas rosas con todo mi corazón, tu padre”. El 6 de octubre de 1977, Rosa Lores recibió un ramo con 23 rosas al cumplir milagrosamente los 23 años. En él, había una tarjeta con estas líneas escritas por su padre, en un intento de borrar la explosión que un día le cambió la vida.
Hace 35 años Rosa trabajaba de telefonista para la revista satírica El Papus. Atendía las llamadas y hacía la selección de las imágenes de revistas deportivas y de sociedad para que los dibujantes hiciesen las caricaturas de los personajes. Hacía el turno de mañanas, de 9 a 15h, y tenía verdadera pasión por su trabajo. “Me gustaba mucho, siempre me ha gustado esforzarme y era un trabajo muy bonito en el que me sentía muy a gusto.” Pero el 20 de setiembre de 1977, el destino de la revista marcó su vida. Eran las 11:40h de un martes, cuando un paquete bomba estalló a manos del portero de la revista, Juan Peñalver, que murió al instante siendo la única víctima mortal del atentado. “salió del ascensor y le estalló la bomba, quedó destrozado. Suerte que no entró dentro de la sala de reuniones –donde iba destinado el paquete- porque ese día se reunían los dibujantes con el director y el consejero delegado, estaban todos. Si hubiera llevado el paquete dentro hubiese muerto muchísima más gente, hubiese sido mucho peor.”
En ese instante, Rosa se encontraba en su lugar de trabajo, sentada en su mesa junto a la vidriera que daba a plaza Castilla. Recuerda estar ojeando revistas para hacer la selección de personajes cuando tuvo lugar el estallido. No recuerda nada más, la onda expansiva de la misma explosión hizo que saliese proyectada por el ventanal. Cayó con la silla. “Tengo la costumbre de sentarme cogiéndome a la silla, salí disparada con ella de espaldas, caí encima de un toldo de un restaurante que se llamaba Luminor, y después encima de un seiscientos. De ahí al suelo”. La dieron por muerta, pero pudo celebrar su cumpleaños 16 días más tarde, y aún sigue celebrándolo.
El atentado tuvo lugar sin previo aviso, aunque la línea de la revista dio paso a amenazas previas por parte de la ultra derecha. Un año antes del atentado el entonces director Javier Echarri, tuvo un encuentro con Alberto Royuela –militante de la Falange- quien manifestó su desacuerdo con la ideología de la revista y afirmó no ser responsable de sus seguidores. Posteriormente, un sábado –Rosa lo recuerda porque normalmente los sábados llevaba a su hijo Cristian a la redacción-, se fue a desayunar y al volver, se encontró con una pintada en la puerta de la oficina: hijos de puta o cambiáis o os quemamos. “Yo me asusté, llamé al consejero delegado y me dijo que no me asustara y que me fuese. Estaba con Juan Peñalver que me dijo: tú no tengas medio, no te preocupes yo estoy aquí contigo así que tranquila. Pero yo cogí y me fui”. En el transcurso del año, la policía investigó el caso sin resultado alguno, y puso a la disposición de la revista agentes secretos para su protección, pero transcurrido un tiempo sin amenazas, dejaron de actuar. “yo trabajaba también con dos policías al lado. Pasó el tiempo, creímos que la cosa no tenía importancia y pasó y pasó.”
Y pasó. 62 puntos en la cabeza, heridas por los brazos, las manos, las piernas, luxación del pié, cicatrices, cortes, arañazos y la cara deformada. Éstos fueron sólo los daños físicos. Rosa se despertó en Pere Camps, donde la atendieron, y su única preocupación era su hijo Cristian de 5 años, al que no veía en el hospital, por no recordar si ese día le acompañaba en la redacción. “Me dijeron que sería mejor que no me viese porque tenía la cara tan destrozada que se podía asustar. Mi madre al verme, se quedó 14 días sin habla y se le fue el periodo. Me decían que había sido un petardo que no me asustase. Gracias al señor mi hijo no estaba conmigo.” Se tocaba inconscientemente todas las partes de su cuerpo para ver si le faltaba algún miembro. No fue así. “Soy cristiana evangélica tengo mucha fe en el señor y me ayudó muchísimo.”Pero el milagro de su vida no fue el único que tuvo lugar en ese atentado. Rosa estaba embarazada de Eunice de 3 semanas en esas fechas, y como su propio nombre indica, salió victoriosa.
El atentado no fue un hecho aislado, las secuelas post traumáticas las sigue teniendo 35 años después. Habla entre lágrimas de la imposibilidad de llevar una vida normal a raíz de los hechos, y aunque ha visitado numerosos especialistas, psicólogos y psiquiatras, es algo con lo asegura tener que vivir de por vida. Porque aunque por la onda expansiva perdiera el conocimiento y no tenga recuerdos del momento exacto, su subconsciente lo vivió todo. “Para mí fue una experiencia muy dura. Yo tenía ilusión por mi trabajo, por ayudar a mi marido, y me rompió totalmente mi esquema de vida laboral. Estuve durante 10 años sin poder dormir en la cama, tenía que dormir en el sofá porque me producía vértigos, a veces me levanto llorando en mitad de la noche. No soporto estar en sitios donde haya mucha gente, y como coja el metro y piense que estoy dentro, tengo que hacer un esfuerzo muy grande para no salir corriendo, tampoco puedo ir al cine, tengo una sensación muy grande de ahogo. Lo he pasado muy mal, las secuelas siempre están ahí. Antidepresivos, desde entonces, he tomado siempre.”
El rechazo social después del atentado, y la poca ayuda y reconocimiento a las víctimas han desacelerado el proceso de superación. “Oía siempre: -bueno si han sufrido un atentado algo habrán hecho, alguna culpa tendrá. La gente te miraba mal como rechazando tu amistad. Y eso le puede pasar a cualquier persona porque un atentado es contra la sociedad y yo tuve la desgracia que me ocurrió a mí”. Tuvo problemas al escolarizar a su hijo por miedo a represalias, problemas a la hora de ser indemnizada y a la hora de ser reconocida como víctima. El estado la indemnizó únicamente con 715.000 pesetas, y aunque el fiscal pidió 15 millones, nunca se los concedieron. Rosa no pudo seguir trabajando por el embarazo y las secuelas posteriores. Le dieron la invalidez total por accidente laboral, le costó 20 años ser reconocida como víctima del terrorismo y ser indemnizada por la correspondiente. Fue gracias a Roberto Manrique, al que le agradece enormemente su apoyo, que pudo entrar en ACVOT (Associació Catalana de Víctimes d’Organitzacions terroristes) y ser por fin reconocida.
El atentado a El Papus es uno de los atentados sin resolver de Barcelona. Se dijo que había sido la extrema derecha, la Triple A, luego las JEP (Juventudes Españolas a Pie), pero nunca se clarificó. 35 años después, los archivos siguen cerrados y no se han encontrado culpables. “Siempre han querido taparlo. Yo creo que había algún mando importante que ha querido taparlo. Porque yo quería saber el por qué, porque la revista no había hecho daño físico a nadie, era una forma de pensar y ellos han querido hacer daño, ¡Que ha muerto una persona! Pero buscas papeleos o cosas y está como perdido todo.”
Actualmente Rosa vive fuera de Barcelona en la tranquilidad de su familia, a la que estará siempre agradecida por su soporte a lo largo de toda la vida. Una vida marcada por la lucha por la supervivencia y el reconocimiento. “Después de 35 años aun no lo puedes olvidar. Pero si no lo superas no sales de casa. El mundo no vive con tranquilidad, siempre estas con el miedo. Lo valiente es tener que vivir con ello.”
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