19 febrero 2017
La memoria de la
habitación 119
Natalia Rojo relata
cómo vivió el 19 de febrero de hace 15 años, cuando ETA quiso asesinar a
Eduardo Madina, su pareja entonces
«Lo que sabía que existía me visitó y me cambió la vida
para siempre». Eduardo Madina resumía hace poco con esta frase lo que supuso el
atentado terrorista que sufrió el 19 de febrero de 2002. Aquel día amanecía
como un martes cualquiera, pero ETA había decidido colocar bajo su coche una
bomba que estalló tras recorrer una decena de kilómetros. La organización
terrorista escalaba un peldaño en su estrategia de terror con el intento de
asesinato del número dos de las Juventudes Socialistas de Euskadi. Era licenciado
en Historia y jugaba en la primera división nacional de voleibol, tenía 26 años
y una carrera política que prometía. Poseía un perfil político muy marcado, se
mojaba mucho y decía lo que pensaba. Era más transgresor que otros. Esa misma
semana participó en unos debates que organizó Elkarri en Portugalete.
Aquella mañana, salió de su
domicilio del barrio bilbaíno de Arangoiti para dirigirse al Fondo de Formación
de Trapagaran, una asociación sin ánimo de lucro donde trabajaba en prácticas
en programas de atención a desempleados. Como todos los días cogió su coche, un
Seat Ibiza negro, y enfiló hacia la Margen Izquierda.
Cuando se encontraba en Sestao, a la altura de unas gasolineras próximas a los
centros comerciales de la zona, se produjo la explosión. El coche quedó parado
en medio de la carretera y Madina, consciente en todo momento, se arrastró por
sus propios medios fuera del vehículo hasta quedar tendido ensangrentado en
medio de la calzada. Eran las 8.20 de la mañana y los clientes de una de las
gasolineras fueron los primeros en atenderle. Después llegó una ambulancia y
fue trasladado al Hospital de Cruces, donde fue intervenido de urgencia. Pese a
la rápida reacción, no pudieron evitar la amputación de su pierna izquierda a
la altura de la rodilla.
A partir del atentado, en casa de los
Madina se hizo de noche, «una sombra de pena y de tristeza» envolvió a su
familia durante mucho tiempo. Eduardo Madina lo describió con esa crudeza en
2006, el día del juicio a los responsables de su atentado. Relató cómo sus
padres cayeron en una profunda depresión, de la que su madre nunca pudo salir.
Murió a los diez meses de un infarto. Tenía tan solo 48 años y Edu era su único
hijo.
Natalia Rojo, su compañera en las JSE y novia en aquellos
años, tiene grabado en su memoria cada minuto de aquel 19 de febrero y de las
jornadas que sucedieron al atentado. A esta política alavesa, hoy parlamentaria
vasca, nunca le ha gustado hablar desde su condición de novia de Eduardo por
respeto a su marido, pero quince años después comparte su relato con este
periódico.
Aquellos días, los socialistas
vascos preparaban el congreso del partido que se celebraría en marzo en San
Sebastián, eligiendo a Patxi López como nuevo líder. Eduardo Madina tenía un
debate sobre si avalar o no a Gemma Zabaleta. La noche anterior había tenido
una discusión telefónica con Natalia por una tontería y quedaron en desayunar
juntos al día siguiente. «Cosas del destino, pasé una mala noche y le mandé un
mensaje diciendo que no podía ir. Y me volví a la cama», recuerda. Al poco,
comenzó a sonar el móvil. No pensó que fuera nada urgente y no lo cogió. La
insistencia y ver que la llamada era de un compañero del partido le llevó a
pensar lo peor, que podía haberle pasado algo a su padre, el entonces senador
socialista Javier Rojo. «¿Quién ha sido?», dijo, nada más descolgar. La
respuesta fue: «Ha sido Eduardo». «¿Qué Eduardo?», preguntó incrédula. A partir
de ese momento, todo ocurrió muy deprisa. Llamada a sus padres. Javier Rojo
estaba llegando a Madrid en coche y dio la vuelta. La cuadrilla de amigos de
JSE se citó en la sede del PSE de Bizkaia. La preocupación de Natalia era que
le hubieran matado y no se lo quisieran decir. Rodolfo Ares fue quien le dijo
que estaba bien, que le acababan de operar.
Convocaron a todas las Juventudes
de los partidos para decidir un lema para la manifestación que se haría ese
sábado. Fue el propio Madina quien propuso el lema «No hay más patria que la
humanidad», una frase de Mario Benedetti, «una persona muy importante» para esa
generación de JSE. Aquella manifestación fue muy diferente a cualquier otra. La
marcha se acompañó de música de cantautores como Silvio Rodríguez o Sabina. «El
día de la manifestación, de repente, nos vimos sujetando la pancarta cuando
nosotros siempre habíamos ido por detrás», repasa. Fue el propio José Luis
Rodríguez Zapatero quien dijo: «Esto es una cosa de ellos y se merecen estar
ahí». Los dirigentes socialistas dieron entonces un paso atrás.
Ese día Eduardo pasaba de la UCI a planta. Natalia Rojo
nunca olvidará «esa habitación 119», escoltada por dos ertzainas uniformados.
En aquella cama de hospital se encontró a una persona «absolutamente generosa
con la vida». «Nunca tuvo una palabra de 'cagarse en nada', de rencor... Todo
su afán era tranquilizarnos a nosotros. 'Yo estoy bien, saldremos adelante, no
os preocupéis', nos decía. Quería tranquilizarnos también porque sentíamos la
angustia de no entender qué había pasado. Todo nos superaba, estábamos
sobrepasados... Si es que... teníamos ventipocos años».
«Entorno
hostil»
Con el atentado de Madina las
Juventudes Socialistas fueron conscientes de que ellos también eran objetivo de
ETA. Su descripción de aquellos años era la de una vida «en un entorno hostil,
donde los atentados, desgraciadamente, eran casi nuestro día a día». Lo
sucedido a Eduardo les puso frente al espejo. «Había que decidir si tú seguías
o tú te ibas. Y la verdad es que la organización juvenil se vio absolutamente
respaldada por un apoyo tremendo. De hecho, ha sido cuando más militantes ha
tenido. Porque la gente no se marchó», explica orgullosa de sus compañeros.
Eduardo estuvo ingresado del 19 de
febrero al 22 de marzo, y sus amigos hicieron una planificación para que no
estuviera ni un minuto ni una noche solo. «Queríamos formar parte de su
recuperación y además necesitábamos estar ahí», relata.
Natalia Rojo confiesa que durante
mucho tiempo se sintieron muy solos. «No podías hablar de esto con nadie. A tus
padres no les podías preocupar, tus cuadrillas, algunas desaparecieron porque
es que... desaparecían los amigos, bueno, si se denominaban amigos... Al final
nos quedábamos con la gente que compartía un mismo compromiso, con los que
realmente podías hablar de todo», se emociona. Quince años después de aquel 19
de febrero reconoce que el atentado hizo que la amistad de Eduardo Madina,
Natalia Rojo, Dani Díez, Arritxu Marañón, Lore Suárez, Mikel Torres, Eider
Gardiazabal, Marta Ares... «se blindara más aún».
Fueron días muy duros no solo por
la preocupación sobre la evolución de Eduardo sino porque a partir del atentado
a muchos miembros de JSE les pusieron escolta. Interior empezó a llamar a la
gente que era más visible y que tenía que empezar a estar protegida. El
atentado y sus consecuencias desmontó la vida de Eduardo, la de Natalia y la de
muchos más jóvenes socialistas. «Yo no voy a ir de valiente, reconozco que tuve
mucho miedo. Nuestra vida dio un giro radical y nos convertimos en dos viejos
jóvenes a nivel de madurez», reflexiona. También cambio su escala de valores.
«Me hizo mejor persona, pero por la actitud de Edu, su calidad humana, su
generosidad, nunca quiso ningún protagonismo que no fuera más allá de seguir
construyendo el país», explica Rojo. Hoy es uno de sus referentes personales y
políticos.
Su fortaleza, de hecho, hizo que
aquellos amigos de las JSE pusieran los pies en la tierra. «Primero vimos
nuestro compromiso fortalecido porque nadie dio un paso atrás aún sabiendo que
estábamos señalados. Eso no quita para que hubiera miedo, preocupación,
inseguridad y algo de lo que pocas veces se habla: había mucha soledad. Es algo
que, cuando se habla de terrorismo, no se dice, pero estábamos muy solos». A
Natalia Rojo le sigue dando rabia cuando, hoy, la historia se empieza a contar
«como si hubiera cosas que no han existido». «Pero hemos tenido sinceramente
una vida de mierda», se sincera.
Hoy, como siempre, como todos los
19 de febrero, nada más despertarse, llamará a Edu por teléfono.
Opinión:
Aparte de conocer a Eduardo y coincidir en muchas de sus apreciaciones sobre el terrorismo etarra y sobre la mirada de esperanza en el futuro, la entrevista a Natalia me ha recordado algo que es necesario explicar. Dice que “es algo que, cuando se habla de terrorismo, no se dice, pero estábamos muy solos”… si supieron lo que era la soledad al ser víctima del terrorismo en 2002, cuando ya existía una legislación, formaban parte de un colectivo político concreto y además ya existía un cambio en el posicionamiento de la sociedad en general ¿alguien se puede imaginar cómo nos sentimos la infinita mayoría de víctimas en las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo pasado?
Aparte de conocer a Eduardo y coincidir en muchas de sus apreciaciones sobre el terrorismo etarra y sobre la mirada de esperanza en el futuro, la entrevista a Natalia me ha recordado algo que es necesario explicar. Dice que “es algo que, cuando se habla de terrorismo, no se dice, pero estábamos muy solos”… si supieron lo que era la soledad al ser víctima del terrorismo en 2002, cuando ya existía una legislación, formaban parte de un colectivo político concreto y además ya existía un cambio en el posicionamiento de la sociedad en general ¿alguien se puede imaginar cómo nos sentimos la infinita mayoría de víctimas en las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo pasado?
Es un motivo para meditar profundamente en lo ocurrido y,
además, en lo que ya se ha conseguido gracias al ejemplo de miles de víctimas:
que la banda terrorista ETA haya dejado de atentar.
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