26 febrero 2017
“No tenemos ningún odio, pero que
los que quisieron asesinarnos lo paguen”
La concejal socialista Esther Cabezudo y su escolta Iñaki
Torres rememoran el atentado que sufrieron hace 15 años al estallar una bomba
escondida en un carrito de la compra en Portugalete y en el que resultaron
gravemente heridos
La concejal socialista Esther Cabezudo y su escolta Iñaki
Torres rememoran el atentado que sufrieron
Y cuánto tiempo ha pasado?”, pregunta
Iñaki.
-Quince años.
-Quince ya...
Puede sorprender que quien hace esa
interpelación sea uno de los protagonistas involuntarios de aquel imborrable 28
de febrero de 2002, en que este escolta profesional y la concejala socialista
Esther Cabezudo a la que protegía, volvieron a nacer después de que ETA
intentara asesinarlos en Portugalete con una bomba compuesta por 30 kilos de
explosivos y que estaba escondida en un carrito de la compra colocado en plena
calle.
Ambos caminan ahora por la misma
acera de la popular Cuesta de las Maderas en la que estaba instalado el
artefacto y que tantas veces habían recorrido para ir al Ayuntamiento y
regresar a casa de la edil. Entonces, en un instante sus vidas saltaron
literalmente por los aires y ya nada volvió a ser igual. Hoy, tres lustros
después, vuelven a recordar. Y a sonreír, por fin.
“Había pleno, porque era el último
jueves de mes. Íbamos andando por la mañana y de repente... ¡bumba!”, relata
Esther Cabezudo, que era teniente de alcalde de la villa jarrillera. Iñaki
Torres, su amigo y protector, iba “tres o cuatro metros detrás de ella”. “Salté
por encima de ella por la onda expansiva y caí al otro lado de la calle”,
rememora. “Fue tan bestial que cayó al otro lado”, incide Esther.
La explosión fue tal que lanzó a
ambos a varios metros de distancia. Un camión de reparto y los coches aparcados
amortiguaron el impacto y quizá les salvaron la vida. “Yo no creo en milagros,
porque no soy católica, pero bueno...”, ríe. “Si llegamos a bajar por el otro
lado de la calle...”. No termina las frases pero deja claro que aquel día Iñaki
y ella tuvieron mucha suerte, y que las medidas de seguridad también fueron
fundamentales. “El lunes íbamos por un sitio, el martes por otro, el miércoles
por otro y el jueves ya no quedaban más narices que por allí”, cuenta el escolta,
que recuerda que “el carrito famoso con la bomba estaba colocado allí también
dos días antes”. “O sea, que nos estaban esperando”, resume. Por fortuna, aquel
día caminaban por la otra acera. Alguien que observaba todos sus movimientos
apretó el botón a su paso. El resultado, una veintena de heridos, numerosos
destrozos y el edificio de viviendas cercano, desalojado y apuntalado por
riesgo de que pudiera venirse abajo.
Ambos recalcan que en aquella etapa
“tan dura” -solo nueve días antes ETA había intentado asesinar al joven
socialista Eduardo Madina- era necesario tomar medidas. “Cambiábamos mucho de
horario, itinerario, etc., aunque era muy difícil porque para ir al
Ayuntamiento de Portugalete es sota, caballo y rey”, insiste Cabezudo. “Se
vivía muy mal. Yo, como política, vivía con mucha tensión y como el año
anterior nos pusieron escoltas, pues todavía peor. Estar acostumbrada a ir a tu
aire y luego que venga un individuo,
que afortunadamente era Iñaki, te coarta mucho. Gracias a que era Iñaki. Bueno,
para él no, porque mira lo que le pasó al pobre por venir conmigo...”, afirma
mientras ambos ríen abiertamente.
La complicidad entre ellos se deja
sentir en cada palabra y en cada gesto. La traumática experiencia les unió aún
más, aunque no siempre fue así. “Al principio nos llevábamos muy mal. Bueno, yo
con él. Como no quería llevar escolta, pues me cabreaba con él y el pobre no
tenía la culpa. Luego ya lo asumí, y nos llevábamos bien”, revela Esther
Cabezudo. Ser víctimas de aquel atentado terminó por hacerles aún más amigos.
“Han pasado quince años y seguimos viéndonos, por lo menos cada 28 de febrero.
Ese día es sagrado. Quedamos, vamos a comer, incluso con la familia, etc.”,
matiza Torres.
Las duras secuelas
Y es que aquel día, la bomba
destinada a asesinarlos afianzó aún más su amistad y sus convicciones. Es la
única consecuencia positiva del episodio más negro de sus vidas. Las otras
secuelas, “las físicas y las mentales”, como dice Esther, fueron y continúan
siendo brutales.
“Iñaki se llevó la peor parte”,
resume la exedil. “Bueno, los dos nos llevamos bastante, aunque yo algo más”,
responde Iñaki. “Perdí parte de la visión, me operaron de una rodilla, me
hicieron una timpanoplastia (reconstrucción del oído), que no quedó tampoco
demasiado bien, cantidad de cicatrices, puntos...”, describe el escolta.
“A mí no llegaron a operarme, pero
me quedé sorda, como él. Estamos como tapias. Y sobre todo me quedó metralla.
Me quitaron dos trozos majos de un pie, pero me quedó metralla desde las orejas
hasta abajo. Esas se quedan ahí para siempre, si no salen solas. Me calcularon
que tendré unos veinte trozos, lo que expulsa la onda expansiva se te mete en
el cuerpo”, describe Cabezudo.
Lo peor es que ninguno pudo volver
a trabajar. “Nada, cero”, dice Iñaki con tristeza. Esther lo intentó. “Volví,
pero tuve una recaída del copón. Volví a lo mismo, al Ayuntamiento, y es
imposible. La cabeza no te da... Me tuvieron que dar la baja y luego me
mandaron para casa”. Además, ambos padecen el síndrome postraumático. “Lo revives,
sobre todo cuando había otro atentado era terrible”, dice Esther: “Se nos ha
quedado a los dos un pitido en el oído casi permanente. A veces te despiertas
por la noche y el silbido...”. Iñaki lo corrobora: “Si oyes un ruido fuerte te
sobresaltas. Eso nos ha quedado para siempre”.
Aunque ya no pudo volver al
Ayuntamiento, Esther Cabezudo sigue viviendo en Portugalete. “No puedes volver
a ser la misma persona, pero sigo viviendo en el mismo sitio. Es muy duro pero
tienes que tirar para adelante por narices. Y más que nada porque ciertos
individuos no te pueden ver flaquear. ¡Qué mas quieren que hundirte en la
miseria! Si te han querido matar, luego quieren que sigas machacada y hecha
polvo. Pues no”, dice con convicción antes de subrayar que nunca tuvo la
tentación de marcharse. Y eso que durante años tuvo “mucho miedo”, de forma
permanente.
Por el contrario, Iñaki se fue de
Euskadi. “Me tuve que ir, lo tenía clarísimo. Aquí no podía seguir, aunque soy
de aquí, de Erandio. Hoy en día no te digo que no podría volver, porque la
situación ha cambiado. Igual sí volvería, no me lo he planteado, pero en aquel
momento y bastante después, para nada hubiera vuelto”, subraya.
La familia y los entornos más
cercanos fueron la tabla de salvación de ambos. Tras el cese de la violencia,
todo es ahora distinto, aunque los dos albergan alguna duda sobre la sinceridad
de la renuncia de ETA.
Tras convivir con el miedo, ahora
es distinto. “Te acostumbras y vives igual que lo hacías antes. Llevaba con
precaución muchísimos años, no solo desde que tenía escolta, sino mucho antes.
Ahora hago una vida normalísima, salgo cuando quiero, entro cuando me da la
gana, voy, vengo... sin sobresaltos. Un cambio radical”, dice Cabezudo,
resumiendo con la obviedad de lo que supone la mera libertad de movimientos el
calvario que ha sufrido hasta ahora.
Objetivo matar
Quienes quisieron asesinarlos están en la cárcel con largas
condenas fruto, entre otras penas, de tres juicios distintos y con diferente
grado de implicación. La bomba fue confeccionada por Garikoitz Azpiazu Txeroki, Asier Arzalluz e Idoia
Mendizabal y fue colocada en el carrito con el objetivo de “causar la muerte”
de Cabezudo y su escolta “y de cualquier persona que se encontrase en las
inmediaciones y para causar importantísimos daños en los edificios y vehículos
de la zona”, según la sentencia, por Jon Kepa Preciado y Jon González. “Cuando
salgan, espero que lo primero, nos avisen; y lo segundo, que tengan una orden
de alejamiento porque no es de recibo que te los encuentres por la calle”, dice
la exteniente de alcalde, que recuerda que los autores son de Portugalete y
Santurtzi, es decir, de la zona, y que quienes les hicieron seguimientos
seguramente eran vecinos “con los que estás conviviendo”.
“Yo ahora mismo no siento por ellos ni frío ni calor, no
tengo sentimiento de odio ni nada, pero me gustaría que paguen por lo que nos
han hecho. Que estén el tiempo que les han condenado, eso lo tengo clarísimo.
Sin odio, pero lo que han hecho es algo muy grave, intentaron matarnos”, opina
Iñaki.
Tampoco Esther alberga odio, solo
“indiferencia y resquemor”. “Pero yo no hablaría con ellos -“yo tampoco”,
incide Iñaki-. No quiero saber nada, ni de unos ni de otros”.
La exedil guarda también cierto
resentimiento hacia quienes pese a sentarse junto a ella en el Ayuntamiento no
mostraron ni siquiera cercanía. “Yo era concejala y cuando el atentado
bajábamos a un pleno. Había tres de Batasuna. Les he oído decir en entrevistas
que lo sintieron mucho, pero ninguno condenó el atentado en el pleno que hubo.
Ninguno. Eran adversarios políticos pero eran compañeros de escaño. Y ninguno.
Ni personal ni públicamente. No me dijeron nada en absoluto. Quizá yo no lo
hubiera permitido en ese momento, pero ni lo intentaron”.
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