26 agosto 2021
La Lámpara de Horacio
Acertaba González Ledesma en la entradilla de la entrevista. “Por modestia y por exceso de trabajo, Horacio nunca ha querido ser un personaje público”. Era mayo de 1987, a Horacio Sáenz Guerrero le habían concedido el Mariano de Cavia, pero la trayectoria de uno de los periodistas clave de la España del siglo XX seguía siendo más bien desconocida. Quizá porque no había querido hacerse un nombre como articulista. Su objetivo había sido que cada día el periódico al que dedicó su vida fuera lo mejor posible. “Citaba a medianoche a las visitas menores en su despacho, donde ofrecía una imborrable lección de periodismo de calidad”, explica Joaquín Luna en sus memorias, “en penumbra, y con una lámpara de mesa por toda iluminación, el director del rotativo leía, repasaba y corregía todas las páginas del diario antes de que entrara a imprenta”. En ocasiones, a las tantas, se abrazaba con otro periodista, orgulloso de los ejemplares que empezaban a distribuirse con una exclusiva. “A veces, ante las rotativas, ante la realidad del trabajo bien hecho, se me humedecían los ojos”.
En pocas semanas se cumplirán 100 años de su nacimiento en Logroño. Era hijo de periodista y entró a trabajar en La Vanguardia en la primera posguerra, atendiendo una sugerencia de su amigo Jaime Arias. Desde el primer día hizo de todo. Desde crítica de cine o crónicas de conferencias hasta estilizar los editoriales impuestos, como impuesto era el director de entonces.
El 4 de julio de 1954, en la sección de Local, se informaba del viaje que realizaría a EE.UU. El objetivo era estudiar “la vida periodística y literaria norteamericana”. La estancia debía durar tres meses, pero se alargó tres más e incluso le ofrecieron trabajo en Time-Life . Ya en Barcelona gestionó el acuerdo para reproducir en estas páginas artículos de The New York Times . Durante la primavera de 1959 volvió, volvió a mandar crónicas y al regresar no tardó en ejercer altas responsabilidades por delegación del director. Y a finales de la década, aprovechando un vacío de poder en el Ministerio de Información, Carlos Godó lo nombró director.
No es obvio calibrar qué hizo para virar el rumbo del periódico porque mientras fue director no publicó con su nombre. Fue un trabajo sostenido en aquel despacho iluminado por esa solitaria lampara de mesa, corrigiendo páginas a última hora y escribiendo una carta tras otra; un trabajo que los profesores Nogué y Barrera visibilizaron en su estudio ‘La Vanguardia’. Del franquismo a la democracia . Sáenz Guerrero, que tenía la confianza de la propiedad y la redacción, estaba creando una red de colaboradores que sincronizaban la cabecera con el espíritu del tiempo. Así, sin otorgarse protagonismo, posibilitó que el periódico volviera a ser espejo de una sociedad que veía la democracia cada vez más cerca y con esperanza. Dicho con unas palabras paralelas, dichas por él mismo a Baltasar Porcel, “todo gran periódico vive dos existencias: la que su historial le confiere y la que pueda imprimirle la persona encargada de conducirlo. Cuando ambas existencias coinciden, el periódico es fiel a sí mismo y a sus destinatarios”.
Llevaba pocas semanas colaborando en La Vanguardia cuando Jaime Arias me recibió en su despacho. Con el tiempo, dialogando con grandes profesionales –Màrius Carol y Jordi Juan, Enric Juliana y Sergio Vila-Sanjuán, tanta gente de la redacción, tantos amigos–, el significado de aquella primera conversación me ha ido creciendo en la conciencia como la semilla de un manzano.
Para comprender la realidad no me iban a servir tópicos ni relatos de parte. La mirada no podía ser maniquea si quería ser justa, porque la realidad nunca es unívoca. La mirada liberal sobre el presente –la de Gaziel– la rehabilitaron en su madurez maestros como Jaime Arias o Santiago Nadal –a quien dediqué mi primera columna–. Así lograron que en la compleja transición, como señaló Javier Godó al fallecer Sáenz Guerrero, estas páginas asumieran “su múltiple papel como testigo, intérprete, impulsor y moderador del cambio social y político”. Nuestro pasado reciente tampoco ha sido sencillo. Digamos que, con mayor o peor fortuna, hemos pretendido ser fieles a ese legado y a esa mirada. Y a veces como hoy, cuando intentas ser intérprete de tu país, al llegar al final del artículo, se te humedecen los ojos. Ya me perdonarán. No es fácil irse de casa.
Opinión:
Quiero recordar una vivencia del año 1991, cuando en enero se presentó en Catalunya la delegación de la ANTIGUA Asociación Víctimas del Terrorismo. En aquel acto, del cual hay cumplida información en las primeras noticias de los inicios de este blog, estuvo presente el señor Horacio Sáenz para aportar su experiencia y su voluntariedad como “padrino” de la delegación.
Durante mucho tiempo fue un honor poder contar con sus conocimientos y sus consejos. Cada ocasión en la que le solicité ayuda o consejo estuvo siempre dispuesto.
Me ha gustado ver que, tantos años después, se le recuerda con aprecio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario