13 marzo 2025
¿Cómo
perdonar a un yihadista que ha matado a tu hermano? La familia de una víctima
responde
Fausto
Marín, diácono permanente de Madrid, explicará en un acto organizado por la CEE
y Comillas cómo ha perdonado a los asesinos de su hermano, que murió el 11M
Dos
días después de un nuevo aniversario del 11M, que fue el peor atentado
terrorista perpetrado en suelo europeo, la Oficina para las Causas de los
Santos de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y el Instituto de
Espiritualidad de la Universidad Pontifica Comillas (UPC) celebran este jueves
el II Foro de Diálogo y Estudio sobre el Perdón y la Reconciliación. La
iniciativa surgió en un congreso sobre los mártires de Tibhirine organizado por
la UPC al que asistió Lourdes Grosso, directora para la Oficina para las Causas
de los Santos. «Ella llevaba tiempo dándole vueltas a organizar algo que
presentara el testimonio de los mártires» de la persecución religiosa desatada
en el siglo XX en España «como algo que contribuye a la reconciliación, algo
que integra más que que divide», explica el director del Instituto de
Espiritualidad de la UPC, Fernando Millán.
Grosso
«veía los “impresionantes” gestos de perdón» y se mostraba convencida, según
Millán, de que podía ser un mensaje profético para los tiempos que corren. «Hoy
en día todavía tenemos posiciones de confrontación respecto a este tema»,
aunque no siempre ha sido así. «Si esto me lo hubiera preguntado hace 20 años
le hubiera dicho que no, que son temas ya superados». Pero en la actualidad
«estamos de nuevo en la dinámica de buenos y malos, malos y buenos», lamenta el
director del Instituto de Espiritualidad. Culpa de ello a la ideología.
En
conversación con Alfa y Omega, la propia Grosso reconoce la urgencia de hablar
de este tema en una sociedad «en la que se enfatizan las diferencias y se apela
al enfrentamiento» y donde «el perdón —añade— puede verse como signo de
debilidad y cobardía». Los mártires del siglo XX «nos enseñan justo todo lo
contrario: ¡su fuerza!». Como ejemplo, la directora de la Oficina para las
Causas de los Santos habla de Ángel Romero Elorriaga y de su esposa, María
Seiquer Gayá. Él fue asesinado el 13 de septiembre de 1936, no sin antes «besar
el crucifico y despedirse de su esposa con palabras de ánimo y perdón hacia sus
asesinos». Ella, por su parte, fundó la Congregación de las Hermanas
Apostólicas de Cristo Crucificado en el mismo hogar familiar que fue saqueado
durante la contienda. «Visitó y cuidó con exquisita caridad a aquellos que
participaron o fueron cómplices de la muerte de su marido. Al visitarlos en sus
propios domicilios, observaba sus muebles robados y veía a las mujeres vestidas
con su ropa; pero ella callaba, perdonaba y servía», enfatiza Grosso.
Una
cicatriz en el corazón
El
tema de los mártires, sin embargo, «es el punto de partida del foro» pero en él
también se reflexionará sobre lo ocurrido aquel 11 de marzo de 2004 en Madrid.
Entonces, diez bombas colocadas en cuatro trenes que circulaban en hora punta
segaron la vida de 193 personas y dejaron heridas a otras 2.000. En uno de
ellos, concretamente en el que completaba la distancia entre las estaciones de
Asamblea de Madrid y Atocha, viajaba Vicente Marín, que entonces tenía 37 años.
A
la misma hora su hermano Fausto, hoy diácono permanente de la archidiócesis de
Madrid, se encontraba desayunando en un bar, uno en el que no ha podido volver
a entrar. «Allí me enteré de las explosiones en Atocha y tuve el pálpito de que
mi hermano iba en esos trenes», ha reconocido en infinidad de ocasiones. Lo
volverá a hacer este jueves durante el foro de la CEE y la UPC. Ofrecerá una
vez más su testimonio justo después de la presentación del acto y de que la
psiquiatra infanto-juvenil del Hospital San Juan de Dios de Barcelona Mar
Álvarez diserte acerca de El poder terapéutico del perdón.
La
intervención de Marín estará centrada en su vivencia. ¿Cómo perdonar a un
yihadista que ha matado a tu hermano?, cabe preguntarle. En su meditada
respuesta, Marín de lo primero que habla es de Dios: «Desde el primer momento,
el Señor me regaló una paz interior y una serenidad que me ayudaron a vivir
aquellos momentos tan dramáticos», reconoce. Así, «pude acompañar a mi madre,
para la que fue un golpe muy fuerte, o tener la entereza suficiente como para
participar en los funerales de Estado» que se celebraron por las víctimas.
Este
regalo del Señor, alimentado con «una vida de oración», de «escucha de la
Palabra» y de «asiduidad a los sacramentos», provocaron que Fausto Marín afirme
hoy sin paliativos que ha perdonado a los asesinos de su hermano. No obstante,
aclara que esto es compatible con el dolor. «Todavía hoy», 21 años después,
«sigo teniendo mis momentos de bajón». Un día, por ejemplo «no entiendes el
atentado y te enfadas; en otra ocasión pasas una mala noche y te despiertas un
poco convulsionado porque te han venido los recuerdos». Al final, «esto no deja
de ser una cicatriz que tienes en el corazón». Luego ya depende de cada uno que
de ella te brote «odio, ira, rabia y todo tipo de oscuridades»; o, como en su
caso, un ramillete de recuerdos —«como su pasión por el Atlético de Madrid o
por Joaquín Sabina— que te dibujan una sonrisa y te llenan de esperanza en la
vida eterna».
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