08 octubre 2017
Ojo con la batalla del relato
Quienes apoyaban a
ETA no sólo eran una minoría de analfabetos de pueblo. La banda contó, sobre
todo al principio de la democracia, con el apoyo de una parte considerable de
los vascos.
Ha
convertido en
un cliché: ETA está derrotada,
pero ahora hay que ganar la batalla del relato. En síntesis, se trataría de
impedir que triunfe esa explicación del pasado vasco que viene a decir que “la
actuación de ETA fue poco menos que inevitable, apelando al conflicto secular
entre vascos y españoles”, por usar palabras de José María Ortiz de Orruño. De
acuerdo, pero ¿cómo ganar esa batalla? Y también: ¿cuánto tardaremos en
ganarla?
Quizá más tiempo del que pensamos. Porque lo cierto es que
han transcurrido más de 40 años desde la muerte de Franco y la democracia aún no le ha ganado la
batalla del relato al franquismo. Es un hecho. En 2006 mantuve en este
periódico una discusión con José Ignacio Wert, entonces futuro ministro de
Educación del PP. Polemizando con un artículo mío, Wert venía a sostener que el
golpe de Estado de Franco fue inevitable: en 1936 hubo en España muchas muertes
violentas, el desgobierno era total, la crisis económica tremenda; el Ejército,
por tanto —concluía Wert—, no tuvo más remedio que intervenir para restablecer
el orden. Mi respuesta fue la siguiente: si Franco tenía razón en 1936, Tejero
también la tenía en 1981, porque en 1980 y 1981 hubo muchas muertes violentas
en España, el desgobierno era total y la crisis económica tremenda; y si todos
estamos de acuerdo en que Tejero no tenía razón en 1981, concluí a mi vez,
todos deberíamos estarlo en que Franco tampoco la tenía en 1936. Por desgracia,
no lo estamos: la prueba es el artículo de Wert; la prueba es que el PP no ha
condenado el franquismo de manera clara, inequívoca y taxativa, con la misma
contundencia con que ha condenado a ETA. ¿Qué explica esta aberración? ¿Cómo es
posible que 40 años después del fin del franquismo la mitad de nuestro país
siga aceptando el relato franquista, y
que la democracia aún no haya sido capaz de ganar esa batalla? La principal
respuesta a esa pregunta es que cuatro décadas de propaganda franquista no
pasan en balde; pero hay otras. Una muy importante es que a menudo se ha
querido combatir el relato franquista con un relato casi tan falso como él,
según el cual —digamos— en la guerra todos los republicanos sin excepción
fueron unas bellísimas personas, incluidos quienes asesinaron a sangre fría a
miles de curas y monjas, y todos sin excepción eran demócratas, incluidos
anarquistas y comunistas. Sería bonito, pero es falso. La realidad es que todos
los republicanos, incluidos los asesinos, tenían la razón política, porque
luchaban por la democracia republicana, pero no todos tenían la razón moral:
algunos fueron unos canallas; la realidad es que muchos republicanos no creían
en la democracia, empezando por comunistas y anarquistas, pero todos lucharon
por la democracia porque lucharon por un régimen que, con todas sus carencias,
era una democracia: la
II República. Esa es la verdad, y la mentira antifranquista
no ha hecho más que contribuir a perpetuar la mentira franquista.
¿Puede ocurrir algo parecido en Euskadi? ¿Está intentando
combatirse el falso relato de ETA con un relato anti-ETA igualmente falso? Esa
es la impresión que tengo cuando leo ciertas versiones postizas, edulcoradas y
tranquilizadoras de los años incandescentes del terrorismo, de acuerdo con las
cuales —digamos— quienes apoyaban a ETA eran una minoría de analfabetos de
pueblo que consiguieron intimidar a una sociedad cuyo único pecado fue el
silencio. Es falso, o no es toda la verdad. La verdad completa es que, sobre
todo al principio de la democracia, los crímenes de ETA contaron con el apoyo
implícito o explícito de una parte considerable de los vascos, y que gozaron de
una cierta tolerancia por parte de la izquierda española y de la simpatía más o
menos abierta de algunos de nuestros mejores intelectuales (no sólo Bergamín,
ni Sastre sólo). Esto es muy incómodo, pero es así. Hay otras cosas igualmente
incómodas que tal vez se han olvidado y que se querrán enterrar o maquillar o
suavizar, pero que habrá que contar con toda su crudeza. Porque, como la
batalla del relato del franquismo, la del relato de ETA sólo puede ganarse con
un arma: la verdad.
Opinión:
Pues si hay que utilizar el arma de la verdad habrá que
contrastar mucha de la información que algunos van explicando y, por encima de
todo, habrá que contrastar que algunos de esos “explicahistorias” sean
realmente los protagonistas de las mismas y no simples vendedores de humo que
se han construido un relato aprovechando el dolor, las heridas, las secuelas y
la verdad de otras víctimas (éstas sí, víctimas reales).
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