30 octubre 2017
No hay yihadista
tonto
La eficaz propaganda
del EI y Al Qaeda no es obra de incultos desarraigados, sino todo lo contrario
La pobreza, la falta de integración y muy especialmente la
incultura, entendida como falta de conocimientos, no forma parte del habitual
bagaje del terrorista que
se autoproclama “soldado del califato”. El análisis sociológico que
puede servir para explicar buena parte de la procedencia de los matones de la
mafia, los cárteles o incluso las bandas africanas de traficantes de drogas o
seres humanos no sirve para explicar el fenómeno
yihadista. De hecho, los estudios que manejan en los centros
occidentales del contraterrorismo señalan que para atajar la amenaza es
imperiosa la necesidad de elaborar y transmitir un profundo contra mensaje que
paulatinamente anule el atractivo formal y filosófico que procede de los
ideólogos que alimentan ese terrorismo.
La lectura atenta de las publicaciones periódicas del Estado Islámico y de Al Qaeda o
el visionado de sus vídeos de propaganda muestran que detrás hay personas con
una diabólica habilidad y preparación para transmitir un mensaje
extraordinariamente atractivo que alcanza de modo convincente a millones de
personas. Un éxito editorial que permite concluir que lo que vemos o leemos no
es obra de desarraigados e incultos sino de todo lo contrario, tal como señalan
a este periodista analistas europeos del contraterrorismo global.
“Hay que dejar de usar el lenguaje falso y emocional para
describir las acciones de los guerrilleros del califato y explicar a la
ciudadanía los términos exactos del peligro del EI”, advirtió en La Vanguardia el
filosofo francés Philippe Joseph Salazar, que ha analizado el fondo ideológico
que inspira el mensaje del terrorismo islamista. Salazar subraya la excelencia
en forma y contenido del mensaje del califato, “primorosamente elaborado”,
“inteligente, sin concesiones a la banalización de las ideas que nada tienen
que ver con la estúpida cultura de internet que aplana el conocimiento
histórico y se reduce a la cultura de cortar y pegar”.
Las biografías de la mayoría de los grandes líderes de la
guerra global muestran a personas preparadas. El mismo Osama bin Laden tuvo una
educación individualizada, era universitario y hablaba cuatro idiomas, entre
ellos el inglés, que no utilizaba. Mohamed Atta, el cabecilla de la célula de
Hamburgo autora de los ataques del 11-S, era arquitecto por la Universidad de El
Cairo y perfeccionó su formación en el Instituto de Tecnología de Hamburgo.
Hablaba árabe, inglés y alemán. Abu Bakr al Bagdadi, el califa del EI, tiene el
doctorado en Estudios Islámicos por la Universidad de Bagdad, y Ayman al Zauahiri, líder
de Al Qaeda, es médico. Y de este modo descubrimos en el bando terrorista de
esta guerra a profesores universitarios, economistas, informáticos de primerísima
línea, ingenieros, militares profesionales.
Las investigaciones de Jitka Maleckova y de Alan B.
Krueger, asesor de Barack Obama, muestran que si bien sí que existe un lazo
entre la pobreza y la delincuencia clásica, este no se da con el terrorismo.
Las investigaciones estiman que un alto porcentaje de los terroristas procede
de clases medias o superiores con un nivel de educación por encima de la media
de sus respectivos países de origen. Por ejemplo, el análisis de las biografías
de militantes de Al Qaeda confirma que un 35% tienen estudios superiores, y el
45%, una profesión cualificada.
El relato que habla de falta de integración como paso al
terrorismo yihadista de jóvenes educados en Europa se resquebraja. Los autores
de los atentados en Cambrils y Barcelona, al igual que en Francia o Reino
Unido, habían acudido a las escuelas públicas recibiendo la misma educación que
el resto de sus compañeros. Sin embargo, les pudo el mensaje de la yihad. Por
lo tanto, el terrorista surgido de las ciudades europeas seguramente estará
integrado en ellas. Para neutralizarlo hay que comprender y atajar el proceso
de desintegración que les lleva a matar.
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