18
noviembre 2018
Cuando
Covite puso voz a las víctimas
El
colectivo nació en Donostia hace 20 años para defender los derechos de los
afectados por el terrorismo | Teresa Díaz Bada, Cristina Cuesta y Consuelo Ordóñez
unieron sus fuerzas para pelear por la memoria y la justicia
La
idea de Teresa Díaz Bada, la energía de Consuelo Ordóñez y los contactos de
Cristina Cuesta se conjugaron en el otoño de hace 20 años para poner voz, por
primera vez como colectivo, a las víctimas del terrorismo en Euskadi, «sumidas
en aquellos años en el ostracismo». La inmensa mayoría eran víctimas de ETA,
pero también las había del GAL.
Era
la tregua de ETA de 1998, pero desconocían que aún se sumarían a la lista de
casi 800 asesinados casi otros sesenta. Su reto era poder «tomar visibilidad».
«No éramos un agente social, no teníamos una voz propia, estábamos ocultas.
Cada uno vivía su particular vía crucis en la más estricta soledad. Después de
un atentado se hablaba un poco de la familia, de las circunstancias, pero luego
desaparecíamos», rememoran. Estas tres mujeres donostiarras dieron entonces los
primeros pasos del Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco. En el
el acto fundacional que tuvo lugar en el hotel Orly de San Sebastián, el 28 de
noviembre de 1998, se decidió bautizar la asociación con el nombre de Covite.
Con ese motivo, el próximo sábado, y en plena polémica por el programa
Herenegun!, conmemorarán dos décadas de pelea por los derechos de los
damnificados por el terrorismo, en un acto que tendrá lugar en el Palacio
Miramar.
La
actual presidenta del colectivo, Consuelo Ordóñez, que sucedió en el cargo a
Díaz Bada y Cuesta, cree que la existencia de Covite sigue siendo necesaria
«porque hay logros pendientes que merecen nuestro compromiso».
Página
final
Ordóñez
defiende que solo podrán pasar la página final del colectivo «cuando se marque
una línea divisoria clara entre quienes han defendido el Estado de derecho y
quienes han intentado destruirlo», y cuando haya una distinción «entre
vencedores y vencidos y las víctimas seamos parte de los vencedores».
Teresa
Díaz Bada, una de las hijas del superintendente de la Ertzaintza Carlos
Díaz Arcocha, asesinado por ETA el 7 de marzo de 1985, fue quien llamó por
teléfono a la hija de Enrique Cuesta, víctima mortal del atentado perpetrado
por los Comandos Autónomos Anticapitalista el 26 de marzo de 1982, y a la
hermana del concejal del PP de San Sebastián tiroteado en un bar de la Parte Vieja , el 23 de
enero de 1995.
Compartió
con ellas su idea: «No puede ser que otros sigan hablando en nuestro nombre.
Necesitamos una voz desde el País Vasco». Las tres vivían en Gipuzkoa,
territorio especialmente «azotado por el terrorismo, con muchas víctimas
ocultadas y abandonadas institucionalmente».
Por
su bagaje en los movimientos pacifistas, Cristina Cuesta sabía cómo ponerse
manos a la obra para movilizar y crear una asociación. Por aquel entonces, la
hija de Enrique Cuesta dedicaba todas las horas que podía a Denon Artean, donde
ya en los años 80 se había fijado como prioridad «atender a las víctimas, estar
cerca de ellas y ver cuál era la situación por la que atravesaban». Recuerda
que abrieron una oficina en la calle Zabaleta del barrio donostiarra de Gros.
«Pagamos de nuestro bolsillo un anuncio en los medios de comunicación para
hacer un llamamiento a las víctimas, donde pusimos un número de teléfono para
que se pusieran en contacto con nosotros. Fueron apareciendo afectados, de
algunos de ellos no sabíamos casi nada. Más de 80 familias se armaron de valor
y dieron la cara después de años de vivir ocultas», rememora. Con todos
aquellos contactos y otros que fueron llegando, reunieron a 212 familiares de
víctimas que el 28 de noviembre de 1998, en plena tregua de ETA, apoyaron y presentaron
un manifiesto en el que exigían «protagonismo» en el proceso de paz y que ETA
pidiera «perdón».
Su
iniciativa tuvo mucho eco y con el tiempo comenzaron a organizarse en
comisiones de trabajo. «Unos se dedicaron a hablar con los obispos y a organizar
funerales, otros se volcaron para conseguir que hubiera monumentos en recuerdo
de las víctimas del terrorismo, en cada una de las capitales vascas, y el resto
se sumaba a todo lo que iba surgiendo», repasan.
La
chiribita de Ibarrola
El
escultor Agustín Ibarrola fue el autor del logo de Covite. «Esa chiribita dice
mucho de nosotros, es la alegría de vivir. Siempre le estaremos agradecidas
porque además fue todo gratuito, se puso a nuestra completa disposición»,
explica Cuesta.
Un
hito muy importante de la vida de Covite fue la decisión que tomó el colectivo
tras la ruptura de la tregua de 1998: «Nuestro objetivo fue salir en época de
tregua porque se estaba hablando del final del terrorismo, pero resultó
especialmente valiente tomar la decisión de seguir. A pesar de que ETA volviera
a matar debíamos estar ahí», citan.
Cuesta
explica que tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, habían empezado «a
despojarse de la culpabilidad de ser víctimas del terrorismo». «Fuimos ganando
nuestro protagonismo y empezamos a tener la sensación de que podíamos denunciar
la situación que habíamos vivido», relata. Covite hizo posible cubrir «una
necesidad social y de justicia: dar un papel protagonista a los directamente
afectados». «Ahora no se entiende nada que tenga que ver con el terrorismo sin
la voz de las víctimas. Somos un peso específico después de tantos años, pero
nos lo hemos ganado a pulso, hemos ido por delante de las instituciones y ha
sido con nuestro propio sacrificio y esfuerzo», coinciden en remarcar.
Varios
meses después del asesinato de su hermano, Consuelo Ordóñez salió de su casa
para sumarse a una concentración de Denon Artean y a partir de entonces no
falló cada jueves. Allí conoció a Cristina Cuesta días después de recibir una
pedrada en la cabeza en una de las protestas en las que los contramanifestantes
se liaron a pedradas con el grupo de pedía la liberación de José María Aldaya,
secuestrado el 8 de mayo de 1995. «Aquel suceso cambió el rumbo de mi vida en
pleno duelo por el asesinato de mi hermano. Me lanzó al escenario público y a
partir de entonces fui una mujer pancarta. Mis nuevos amigos eran la gente que
acudía a las concentraciones», se sincera. Del tiempo en que preparaban la
creación de Covite, recuerda que muchos representantes de estamentos sociales
como los cocineros, los escritores o los deportistas «no hacían más que hablar
de nosotros, nos decían que las víctimas teníamos que ser generosas». «Me dolía
tanto que me dijeran que teníamos que pasar página porque ETA decía en ese
momento que ya no nos iba a matar... No tardó mucho en comprobarse que no era
cierto...», apunta.
Ordóñez
no olvida los momentos de «sufrimiento, de tensión y de incertidumbre entre las
propias víctimas», e incluso de crisis interna vividos en Covite, pero también
de satisfacción por «no desistir en nuestra determinación por recordar a
nuestros familiares, por defender su memoria y por que se les haga justicia».
Ahora,
reflexiona, «estamos en uno de los momentos «más delicados». «Alguien dirá que
como ETA no mata, tenemos que irnos a casa, pero no, mientras haya quien evite
condenar el terrorismo y admitir su parte de responsabilidad en la historia
criminal de la banda no habremos alcanzado la libertad», expone.
Teresa
Díaz Bada fue la primera presidenta de Covite y hoy todavía recuerda el día que
tuvo que ir acompañada de dos viudas, Rosa Rodero y Laura Martín, a entregar al
entonces lehendakari Juan José Ibarretxe, uno de los primeros manifiestos que
hizo público el colectivo. «Al cabo de uno días le llamó uno de sus asesores
para decirle que con esas reivindicaciones que hacíamos se había quedado «muy
triste el lehendakari». «¿Cómo pudo hacer semejante comentario? No pude más que
responder que se podía imaginar cómo estábamos nosotros cuando no nos había
hecho caso nadie en tantos años»,rememora. Díaz Bada reclama, además, el
esclarecimiento de los más de 300 casos sin resolver, como el de su propio
padre. Pide una investigación y un interés «real por parte de las
instituciones, no esas palabritas de consuelo y palmaditas en la espalda,
ñoñas, que no esconden más que la desidia».
Opinión:
Desde
el más absoluto de los respetos a la labor realizada por quienes aparecen en la
noticia, me gustaría recordar que con anterioridad a esa tregua de 1998 y a la
creación de Covite, en el País Vasco ya había quien realizó esa labor con una
carencia de medios y una dedicación que jamás decayó…
Tuve
la prueba de ello a finales de 1989 cuando conocí a los que entonces
conformaban la que denomino, con todo cariño, ANTIGUA Asociación de Víctimas
del Terrorismo (AVT), tanto a nivel directivo como a nivel de delegaciones. Me
sorprendió enormemente conocer a dos viudas, a dos SEÑORAS en mayúsculas, que
estaban dedicando su tiempo y esfuerzos a ayudar a muchas otras víctimas del
terrorismo residentes en el País Vasco.
Una,
Celia Bech, como delegada en Guipúzcoa y la otra, Leonor Regaño, como delegada
en Vizcaya. Dos viudas (de un militar y de un policía nacional
respectivamente), con las que en aquellos años de muerte y destrucción diaria
tuve el enorme honor y el gran privilegio de empezar a colaborar, en mi caso
como delegado en Catalunya. Trabajamos desde el anonimato, sin casi recursos,
con el enorme apoyo de los compañeros de Madrid. Recuerdo las largas
conversaciones con ellas intercambiando datos e información desde los teléfonos
de nuestros propios domicilios… o las reuniones de delegados en Madrid para
aprender todo lo necesario en la asistencia integral a víctimas del terrorismo…
o intentando localizar a víctimas de atentados en el País Vasco para
asesorarles lo mejor posible… todo ello, reitero, con una enorme escasez de
medios y con un deseo enorme de ayudar a quien lo necesitara.
Por
ello, desde estas líneas quiero dejar constancia de que todo lo que se haya
hecho desde 1998 habrá estado muy bien y muy correcto, pero casi diez años
antes ya habían SEÑORAS que lo estaban haciendo y vuelvo a recordar que,
precisamente, en aquellos años en los que la banda terrorista ETA no solo NO
estaba en tregua sino que estaba destrozando vidas día tras día…
Ah,
Leonor sigue todavía en esa labor… desde el anonimato y el saber estar que
siempre ha demostrado. Hay muchas víctimas del terrorismo en el País Vasco que
atestiguarían lo mismo que acabo de escribir.
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