02 julio 2020
Paz positiva
Joseba Eceolaza
Miembro de Gogoan-Memoria digna
La ambigüedad en las condenas y la retórica abstracta de la
izquierda abertzale dejan unos hilos sueltos que se vuelven contra la sociedad
y ellos mismos D ejar una grieta, una sola grieta, en la deslegitimación de la
violencia es peligroso porque quienes vienen detrás, otra generación por
ejemplo, puede que no sean conscientes del daño infligido por ETA. La memoria
de lo sucedido, lo decimos para el 36 y vale también para este caso, tiene que
ser renovada constantemente, porque las enseñanzas ante el tiro en la nuca o el
odio no permanecen en el tiempo de forma natural, hay que transmitirlas a otros
y en otras épocas constantemente.
Por eso parar de matar no es suficiente para la paz, aunque
sin duda fue lo más urgente, dado que tras el eco de los disparos el desierto
moral que queda, calcinado y pobre, tarda años en repararse. Después de matar
la tarea de la memoria es tan exigente que matizar, justificar o ensalzar
aquella barbaridad que hizo ETA supone un riesgo cierto para cerrar
definitivamente y para siempre esas heridas. Por eso, la ambigüedad en las
mociones de condena y la retórica abstracta usada por la izquierda abertzale
dejan unos hilos sueltos que se vuelven contra la sociedad y, como se ve,
contra ellos mismos.
Idealizar la violencia, seguir tratando la historia de ETA
como producto de una generosa entrega o dar por válida sin matices la teoría de
la «guerra justa» durante el franquismo, no ayuda a romper con la idea de que
matar al que piensa diferente pudo tener alguna razón. Necesitamos paz y
mentalidades para la paz. Como es obvio, nuestra garantía de no repetición se
ubica fundamentalmente en el campo de las ideas. Atajar los razonamientos y el
andamiaje conceptual y emocional que hicieron posible tanta violencia es una
asignatura pendiente. Siendo cierto que en los espacios oficiales de los presos
de ETA y de la izquierda abertzale la reivindicación de la amnistía ha sido
relegada a un lugar secundario, no es soportable que esa causa haya vuelto a
tener presencia pública, porque pedir amnistía es tanto como creer en la
impunidad ante delitos tan extremos como el asesinato. El trabajo de la memoria
y el desarrollo de actitudes democráticas y tolerantes están unidos por un hilo
directo. Por eso hay que tener claro que no hacen falta sutilezas
terminológicas para acercarse de forma sincera y contundente a quien ha sido
agredido. Ello ayudaría a romper de forma nítida, entre otras cosas, la
seducción ante el grito y la amenaza que está reviviendo una parte de la
izquierda abertzale, porque luchar para que las cárceles dejen de ser lugares
de excepción a la norma es incompatible con un estilo autoritario basado en
pintadas y amenazas en sedes de partidos políticos o medios de comunicación.
Tejer con los hilos de la memoria implica, asimismo, no
caer en la autosatisfacción que nos hace creer que la paz está afianzada. Para
seguir avanzando en un difícil camino, se hace imprescindible no perderse en
los lugares oscuros de la memoria selectiva que sigue tratando como a gudaris a
quienes decidieron arruinarnos-arruinarse a golpe de tiros. Mirarse al espejo,
y descubrirnos en nuestros silencios, supone un momento de cierta catarsis; la
gran mayoría ya hicimos esa tarea, otros la afrontan protegiéndose en la idea
de que «lo que los otros han hecho es peor» y los últimos, en fin, prefieren
glorificar ese pasado y a quienes lo protagonizaron.
Y afrontar el costo de la violencia no es aplazable, porque
en el futuro siempre habrá un nieto o una nieta de una víctima de ETA que nos
pregunte dónde estábamos y qué hacíamos mientras que una a una eran asesinadas
hasta 850 personas. En el caso alemán se utiliza el concepto de ‘Mitläufer’
para describir a aquellas personas que con una acumulación de silencios y de
pequeñas cobardías, sumadas unas a las otras, habían creado las condiciones
necesarias para los peores crímenes, como lo recuerda Géraldine Schwarz en el
libro ‘Los amnésicos’.
Fuimos muchos quienes miramos para otro lado mientras que cientos
de personas eran amenazas y perseguidas y, tal vez, jugamos ese rol de
‘Mitläufer’. Pero también hemos tenido experiencias muy positivas de las que
ahora podremos seguir aprendiendo. Tuvimos nuestros «justos» locales que
salían, en minoría y acosados, a protestar en silencio ante cada atentado o
secuestro en un gesto lleno de paz y valor. Y en otro plano, los hay también
que habiendo estado en ETA construyeron una experiencia vital y política
relevante a través de la llamada vía Nanclares. «A la hora de la violencia
existe la obligación de la decencia» dice Marguerite Duras.
Por eso no repitamos, otra vez, la rueda del silencio y la
pereza para afrontar estos asuntos, porque por esas grietas que están todavía
abiertas se está colando una sombra enorme que nos sigue recordando que tras
callar las armas hay que seguir mirando a la huella de la violencia para
sanarla.
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