09 septiembre 2021
Queda por saber por qué ni la CIA ni el FBI se enteraron de nada
Este sábado
hará veinte años que el mundo feliz, confiado y hegemónico de Occidente empezó
a declinar a la par que las Twin Tower neoyorquinas. Siempre me
tentó saber cómo se vive un momento decisivo de los que cambian el curso de la
historia. Qué grado de conciencia y conocimiento se tiene de ese día en el que
todo empieza a cambiar y que el destino te ha elegido para que lo vivas. Cómo,
por ejemplo, entendió un zapatero romano la entrada de los bárbaros en la
capital del mundo. Qué presintieron, más allá del miedo inmediato, los monjes
anglosajones de la abadía de Lindisfarne cuando tres barcos vikingos
desembarcaron en sus costas para
asolarlas, violentarlas y depredarlas. Cómo tradujo un guerrero taino la imagen
desconcertante de tres casas de madera que flotaban en el mar y llegaban al
Caribe con la intención de quedárselo. Qué apabullante desconcierto invadió el
corazón de los japoneses que vieron en Hiroshima y Nagasaki la eclosión de dos
hongos nucleares abrasadores. Porqué aquella noche del 20 de julio del 69 nos
convenció que ninguna otra bandera en el mundo se había colocado más alta que
la que se des-
plegó a la vera del módulo lunar del Apolo 11...
Este
sábado se cumplen veinte años de uno de esos dolorosos e impactantes momentos
decisivos que empiezan a cambiar el mundo. O que reflejan objetivamente ese
cambio. Guardamos en la memoria del corazón, que es la memoria más fiel y leal
que manejamos, las imágenes aterradoras de los neoyorquinos que trataban de
huir por la calle Liberty de aquella boca de humo que se los tragaba vivo. La
pesadilla recurrente de dos aviones entrando como cuchillo en manteca para
derretir los dos símbolos arquitectónicos del poder americano. El desconcierto
de una nación hasta entonces invulnerable e in-tocable en su perímetro
continental que no sabía
qué estaba pasando, si vivían un ataque nuclear, una catástrofe natural o una
maldición inexplicable. Ciudadanos arrojándose al vacío desde las ventanas
humeantes de las torres, zapatos huérfanos en las calles testigos de una estampida
irrefrenable, coches de bomberos, de policía y ambulancias haciendo sonar sus
sirenas como un réquiem de primeros auxilios. Más de tres mil muertos. Y el
gigante noquea-do. El mundo había empezado a cambiar.
Es posible que aquel día sintiéramos lo que el za-patero romano cuando vio a los bárbaros de Alarico saquear el templo de Júpiter; no es arriesgado pensar que sufrimos la misma confusión y miedo que los monjes de la abadía de Lindisfarne cuando los vikingos arrasaron su abadía; y no es descartable que nos temblaran las piernas como a los tainos cuando vieron frente a sus paradisiacas costas tres casas de madera flotantes. El 11-S le abrió las puertas del mundo a otros dueños y Kabul acaba de con-firmar nuestra tiritera. Sin respuestas queda cómo pudieron diecinueve terroristas de Al Qaeda vivir y ejercitarse en prácticas de vuelo durante meses, sin que la CIA y el FBI supieran que estaban allí para cambiar el mundo destrozando la capital del imperio y su templo del Júpiter económico.
Opinión:
“Queda por saber por qué ni la CIA ni el FBI se enteraron de nada”. Nada más que añadir…
Bueno sí. Y luego no entendemos por qué el CNI no se enteró de nada con el Iman de Ripoll…
Hay tantas cosas que no entendemos…
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