31 agosto 2021
El poder de la violencia terrorista en manos de los talibanes
La Guerra, se mire como se mire, la provoque quien la provoque, siempre es un ejercicio de violencia. Si, además de para imponer intereses político-económicos, con la guerra se intenta justificar la imposición de ciertos dogmas, principios o sharías religiosos, no es extraño que sus “impositores” la llamen sancta. Si analizamos fríamente algunos textos de las llamadas “Religiones del Libro”: Judaísmo, Cristianismo e Islamismo, o –sin fanatismo– observamos algunas actitudes de la iglesia católica en su historia, deduciremos que desde el mítico sacrificio de Isaac del Judaísmo, hasta las reales fogatas de la Inquisición, poco deberíamos escandalizarnos de las interpretaciones “fundamentalistas” que los islamistas talibanes hacen de las sharías coránicas. Si, fríamente, insisto, echamos un vistazo a lo que ocurre actualmente con Israel en su ocupación de Palestina o la actitud de algunos jerarcas católicos contra el colectivo LGTBI, la situación no es muy diferente, aun teniendo en cuenta los distintos contextos históricos.
Con esta ajustada síntesis histórica, muy matizable, no pretendo en absoluto justificar la actitud de los talibanes en Afganistán. Lo que sí pretendo destacar es el rotundo fracaso cosechado por EE.UU. y sus secuaces del trío de las Azores, que, después de dos décadas de guerra y ocupación, con miles de militares y civiles muertos y millonadas de dólares empleados en la consecución de tan pírricos beneficios para los afganos/as, niñas/os, la realidad está demostrando. Igual que unos intentan justificar la “guerra santa”, USA y sus secuaces, bajo el pretexto de extender la democracia, hipócritamente ocultaban controlar esa “ruta de la seda” y ampliar el mercado de la industria armamentística. Es frecuente omitir que, para frenar la invasión soviética de Afganistán, lo que EE.UU. consiguió en 1989, los americanos armaron hasta los dientes a los entonces muyahidines, los talibanes actuales. Todo ese arsenal bélico, igual que ocurrirá hoy, quedó en manos de los talibanes, haciendo que éstos en 1996 se hicieran con el poder. Y, si bien el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, planificado por el Al Quaeda de Osama Bin Laden, sirvió de casus belli para que Bush y sus aliados atacasen Afganistán, hoy aquellos centenares de combatientes a las órdenes de Bin Laden se han convertido en centenares de miles de fanáticos combatientes por la extensión de la doctrina de Mahoma a través de la “guerra santa” (yihadistas) en otros países del mundo. Su expansión en zonas de conflicto y su capacidad de aliarse con grupos locales es enorme. Es lo que tiene la denominada, desde una cultura occidental, “guerra contra el terrorismo” cuando se desprecia la “cultura” de los terroristas. Para éstos las “guerras contra el terrorismo” no sólo no son santas, sino que se ven obligados, religiosamente, a combatirlas por mandato del propio Alá. En términos más suaves podríamos definir esa contienda como “Guerras de Religión”. Cuando un “iluso” como Rodríguez Zapatero planteó dar la vuelta a esa anómala visión, prefiriendo mejor hablar de “alianza de civilizaciones”, muchos listillos se lo tomaron a broma. ¡Ahí lo dejo!...
Lo que han hecho EE.UU. y sus aliados de la OTAN en Afganistán y en otras guerras es lo que suele ocurrir cuando desaprensivamente se da una patada a un avispero o a un enjambre de abejas. Como he leído en algún informe académico de los tantos que pululan estos días, EE.UU. ha utilizado una metralleta para matar mosquitos. Han conseguido que algunos grupos de yihadistas, como Al Qaeda, no sólo se hayan fortalecido, sino que se hayan diseminado, convirtiendo el terrorismo en un fenómeno muy ramificado y polifacético. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha tenido que reconocer como falso el mensaje de la exportación de la democracia, e incierto su objetivo de construir en Afganistán una nación democrática. Igual de falso es el mensaje de luchar contra el terrorismo, salvo que no se considere medir con doble rasero sus relaciones con “Estados canallas” como Irán o Corea del Norte, y aliados como Arabia Saudí u otros Emiratos Árabes. El tremendo conflicto de estos días en Afganistán está demostrando que el pretexto de la guerra para exportar democracia y libertad sigue sin funcionar en el medio o largo plazo; que toda la inversión en vidas humanas y las enormes cantidades de dinero en la industria armamentística hubiera sido mucho más fructífero haberla empleado en la promoción de la cultura y los Derechos Humanos de la gente, víctima de esa criminal táctica guerrera. Pero los intereses geoestratégicos y de explotación colonialista de la riqueza de esos pueblos por parte de los países poderosos no servirán de escarmiento y experiencia para el futuro, y seguirán predominando en ciertos territorios. Es cándido pensar que ese “altruismo democrático” es de la misma naturaleza aliándose con regímenes autoritarios sin el más mínimo respeto por los DDHH, que procurando aplastar una incipiente “primavera árabe” en países como Iraq, Egipto, Libia, Siria, etc., como creemos con toda seguridad que ocurrirá en Afganistán.
Los países poderosos no aprenderán nunca que la mejor forma de luchar contra el terrorismo no son las intervenciones militares, y difícilmente se convencerán de que la mejor manera de promocionar la democracia es combatiendo la pobreza, la desigualdad social y el autoritarismo corrupto y corruptor.
Mucho me temo que, a punto de cumplirse el 20 aniversario del 11-S, la ocupación de Kabul por los talibanes no sea más que la repetición de una de las escenas más nauseabundas de la Historia de la Humanidad...
Pero antes de extenderme en estas reflexiones mi intención no era otra que denunciar el silencio cómplice del Partido Popular. A Vox no vale la pena citarlo. A Pablo Casado habría que recordarle que fue su padrino José Mª Aznar uno de los lameculos más fervientes en apoyar la chulesca iniciativa de George W. Bush, y que, por tanto, es corresponsable de lo ocurrido en Afganistán. Y, frente a sus críticas de la evacuación de Pedro Sánchez, habría que refrescarle la memoria con la desastrosa actuación en el accidente que causó la muerte a varias decenas de militares evacuados por el entonces ministro de defensa, Federico Trillo.
De la misma manera que el actual Presidente de EE.UU. se ha visto obligado a ejecutar, quizá precipitadamente, los acuerdos de Doha (29-2-2020) entre su antecesor Trump y el Gobierno afgano, el Gobierno de Sánchez, de forma urgente, no sé si perfecta, se ha visto obligado a evacuar del aeropuerto de Kabul en torno a 1.200 colaboradores afganos y a sus familias.
Lo cierto es que la visita a España en apoyo y reconocimiento de nuestro Gobierno de Úrsula von der Leyen, Presidenta de la Comisión Europea, del Presidente del Consejo, Charles Michel, o el “ratito” al teléfono, según descalifica Pablo Casado la conversación telefónica del Presidente Biden, para expresar a Pedro Sánchez su agradecimiento por el liderazgo mostrado por el presidente de España, ha debido “poner de los nervios” tanto al líder Casado como a sus portavoceros. Tal neurastenia se nota en las desbarradas y tontas declaraciones de estos días. La portavoz europea, Dolors Monserrat, acusa a Sánchez de seguir en pijamas en la tumbona en vez de priorizar la evacuación de afganos, o diciendo generalidades como que la UE debe defender nuestros valores occidentales en el tablero estratégico internacional... bla, bla, bla... ¿De dónde habrá copiado la portavoz tan redonda y bonita frase?.
En la misma línea están las declaraciones del repelente portavoz senatorial, Javier Maroto, cuando dice que Sánchez, todavía en zapatillas, se está enterando por la radio de lo que pasa en Kabul.
Pero es que su jefe, Casado, casi obviando la gravedad de Afganistán o el problema de la devolución de los menores de Ceuta, se resiste a unirse al apoyo internacional a la exitosa evacuación de Kabul, y cual abuelito cebolleta se limita a apoyar al Gobierno, si hace las cosas bien y con transparencia en las cuestiones de Estado, rindiendo cuentas en el Parlamento... ¡Como Dios manda!, que diría Rajoy...
En fin, cada uno está en su derecho de decir y pensar lo que quiera, ¡hasta de ser tonto! ... A lo que no tienen derecho Casado y compañía es a tener por imbéciles a los que no opinamos como ellos.
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