12 marzo 2012
Víctimas divididas
Juancho Dumall
El grado de división de las asociaciones de víctimas del terrorismo mostrado ayer, octavo aniversario de los atentados del 11-M en Madrid, es un espectáculo impensable en otros países del mundo azotados por esa barbarie. Los dos principales colectivos, la Asociación 11-M Afectados por el Terrorismo y la Asociación de Víctimas del terrorismo (AVT), no solo conmemoraron por separado la fecha, sino que pusieron de manifiesto una muy distinta orientación política de sus actos de recuerdo. Para remate, no faltaron agrias descalificaciones de personas y entidades públicas. Ayer, el griterío se impuso al dolor.
Poniendo por delante la solidaridad y el respeto hacia quienes perdieron aquella trágica mañana del 2004 a seres queridos, cabe hoy hacerse algunas preguntas. ¿Cómo es posible que personas que han sufrido la misma tragedia no puedan estar juntas, independientemente de las ideologías, cuando se trata de honrar a sus muertos? ¿Dónde situar el origen de esa fractura? ¿Por qué algunos portavoces de las víctimas han llegado a anteponer la política al sufrimiento? Pues bien, tanto despropósito nace en primer lugar del intento del PP, rabioso por la derrota electoral ocurrida tres días después de la matanza, de poner en cuestión la investigación policial y la instrucción judicial del caso.
Allí nació la teoría de la conspiración, construida, en colaboración con sectores del PP, por varios medios de comunicación y sobre cuyos delirios no vale la pena extenderse. Sectores de víctimas fueron entonces empujados a apuntarse a las especulaciones y a defender determinadas posiciones políticas. La AVT se convirtió en un ariete contra los gobiernos de Rodríguez Zapatero, como ayer lo fue contra los sindicatos por convocar manifestaciones en esta fecha.
Reavivar las teorías
Ya es demasiado tarde para que la AVT vuelva a ocupar el papel que le corresponde. Sobre todo cuando asistimos a una artificiosa operación de reavivar esas teorías que, con la inestimable colaboración del fiscal general del Estado, solo pueden acentuar el cainismo.
Opinión: Desde la perspectiva que me da el haber conocido a cientos de víctimas del 11M (este blog muestra numerosas pruebas al respecto) le ofrezco mis respuestas a las preguntas que el amigo Juancho Dumall plantea en su excelente artículo. ¿Cómo es posible que personas que han sufrido la misma tragedia no puedan estar juntas, independientemente de las ideologías, cuando se trata de honrar a sus muertos? Pues precisamente porque algunas, y digo algunas, de esas víctimas presentan opiniones como si fueran “palabra de dios”, sin ni siquiera haberlas consensuado antes con sus asociados. Y me consta, porque les he visto trabajar durante años, que al menos en la asociación “11M Afectados por terrorismo” se destinan muchas horas a consultar y preguntar cual debe ser la opinión asamblearia. No me consta que eso ocurra en otras asociaciones, entre otras razones porque hay muchas víctimas de la AVT en Cataluña que me explican su absoluta incredulidad y su absoluto desconocimiento de lo que se cuece a 600 kilómetros de aquí, pese a la buena voluntad que ofrece su actual representante en Cataluña. ¿Por qué algunos portavoces de las víctimas han llegado a anteponer la política al sufrimiento? Excelente reflexión la que nos presenta Juancho Dumall por que en el enunciado de la pregunta está la respuesta. Y añadiría algo mas: mientras compartía tiempo y esfuerzos en las largas jornadas del juicio en la Casa de Campo con miembros y representantes de la asociación “11M Afectados por terrorismo” ¿por qué no vi a representantes de otras asociaciones? Son datos concretos que ofrezco, sin posicionamiento político.
Eso sí, el mismo jueves 11 de marzo ofrecí mi colaboración al entonces presidente de la AVT , el cual me contestó que ¡”no llames mas, ya estoy yo para arreglarlo todo”. Puestos a explicar mas datos, expongo a continuación un capítulo del libro “Pido la palabra” de Goyo Martínez. Quizás sirva para entender lo que significa servir a las víctimas (o servirse de ellas).
Capítulo 50
En Madrid, octubre de 2004.
En un rincón de la vieja taberna, cerca del casón del Buen retiro, una mujer aguardaba a quien quisiera escucharla. Era una figura apocada, de riguroso negro, como la muerte. En una servilleta de papel escribió: Paz, Paz..Daniel..Daniel Paz Manjón. Y escribió decenas de nombres, grabados en su memoria a hierro incandescente.
Roberto recibió una precipitada llamada desde Madrid. Alguien lo necesitaba. Accedió a la taberna y vió a aquella mujer en aquel rincón, como si siempre hubiese estado allí. Cada arruga de su rostro, cada estría de sus ojeras…encerraba el dolor, no sólo ya por su hijo, sino por decenas y decenas de muertos.
Se habían citado para comer. No comieron.
Cristina Salado fue testigo del encuentro. Cristina es ya veterana en estas lides. En abril del 85, una bomba de un grupo chiíta hizo volar por los aires el restaurante madrileño El Descanso, triste ironía del destino, y con el la vida de su marido y la de otros diecisiete españoles. Entonces, nio hubo velas ni manifestaciones de apoyo. Sí hubo desentendimiento, olvido. Cristina no quería que ahora ocurriese lo mismo y recabó la presencia de Roberto.
Roberto tomó asiento. Escrutó a su interlocutora. Parecía envejecer a cada latido de su corazón, a cada inspiración, a cada gesto. Ni se le ocurrió hacer comentario alguno sobre su negro vestido. Respeto absoluto.
-Hola, me llamo Pilar…Pilar Manjón, madre de Daniel… de Daniel Paz Manjón, de 20 años, muerto el… -se presentó la dama a Roberto.
-Soy Roberto Manrique, una de las víctimas el atentado de Hipercor hace diecisiete años –dijo, intentando transmitir seguridad y confianza.
Tras un breve instante de silencio…
-Es necesario un golpe de efecto –exclamó Pilar, asestando un puñetazo sobre la mesa.
- Disculpa…
-Para muchos, ciento noventa y dos muertos y mis quinientos heridos son sólo cifras. Pero detrás de cada uno de ellos, había una vida, un futuro, una esperanza. Mi hijo era una vida, no un dígito. Tú sabes de lo que te hablo. De lo que significa levantarse y acostarse cada día con esa ausencia vital
Roberto echó mano de un paquete de pañuelos de papel para secar las lágrimas de Pilar. Siguió escuchando su relato, cada vez más grave.
-Hasta ahora han hablado de quien lo hizo y cómo se informó. Han hablado de ellos mismos. Pero ¿y nosotros? ¿Qué será de nosotros? ¿Qué saben ellos de vidas repletas truncadas? ¿Qué será de los molestos testigos que han sobrevivido con el dolor colgado para siempre del alma? ¿Qué saben ellos? ¿Qué saben de partos ilusionados? De adolescencias conflictivas. De amores. De luchas. De alegrías y penas. De vidas repletas y truncadas de cuajo.
Al tiempo que hablaba, con la mente cada vez más clara y la voz cada vez mas rota, dibujaba y escribía una suerte de ideas y mensajes en servilletas de papel, que apiñaba con cuidado a un lado de la mesa, bajo un vaso vacío, como su vida en ese momento. Roberto escuchaba.
-La idea es darles vida, como lo están en nuestra memoria, en nuestros corazones, en nuestro tránsito cotidiano. Son seres irrepetibles…
-E irreprochables –apuntó Roberto.
-E irrempazables –agregó Pilar.
-Pilar, tan importantes son ellos como vosotros, que debéis seguir adelante, precisamente por ellos.
-Cierto. Pero, ¿cómo recuperar la sonrisa y soñar entre tanto horror grabado en las retinas y en las memorias? ¿Abrirán los ojos al sufrimiento y a la indignación, a la inocencia de los que se fueron y de los que nos quedamos? ¿Qué dirían los políticos si, por azar, sus hijos, sus mujeres, sus… hubiesen estado en alguno de aquellos trenes?
-Hay que impedir que nadie, nadie en absoluto, robe y usurpe la voz de las víctimas. Eran motor de sociedad, su propio motor –registró él.
Pilar alternaba, a parte iguales, relato y llanto, con la mirada fijada en su reloj.
-¿Tienes prisa? –preguntó Roberto.
- No, no. Veo a mi hijo.
Roberto pensó que la mujer había enloquecido, hasta que Cristina lo situó.
-Era de su hijo.
-Yo también tuve un reloj que lo aguantó todo –recordó Roberto con nostalgia.
En la enésima servilleta de papel, Pilar anotó lo que se convertiría en un lema personal con proyección universal: “Que el respeto presida siempre nuestras vidas”.
Roberto recogió el testimonio y mostró a Pilar su cajita de los besos.
-Construye tu propia cajita y cuando el dolor, el desánimo…se apoderen de ti saca de ella un beso de tu hijo, un recuerdo feliz y sigue adelante…
No hay comentarios:
Publicar un comentario