05 noviembre 2013
Mª Luisa Cabanas Arrate
Psicólogo Clínico
Desde la semana pasada en la que el TEDH falló anulando la doctrina Parot, no he podido parar de acordarme de todos aquellas personas que durante diez años ( 1992 a 2001 ) tuve la oportunidad de conocer de cerca desde la dirección del Departamento Psicológico de la A.V .T, hombres, mujeres , jóvenes y niños mutilados, viudas y viudos de hombres y mujeres asesinados, niños y jóvenes sin sus padres, hermanos y padres de niños reventados por las bombas.
Me impresionaron muchas historias de aquellas personas , recuerdo escuchar a un hombre joven que yendo con su mujer embarazada y su hijo de dos años a su casa en coche, coincidieron en el lugar y a la hora en que una potente bomba estallaba, hiriendo de gravedad a los padres y matando al niño. El hijo que estaba por nacer sobrevivió y yo he tenido la suerte de conocerlo y comprobar como dice Ernesto Sábato que “el ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”
También me impresionaba ver como hombretones fuertes y jóvenes temblaban de miedo y rabia cuando acudían a la Audiencia Nacional a presenciar como se juzgaba al terrorista que había matado, generalmente a su padre cuando ellos eran niños. Vi como alguno se tiraba literalmente contra el cristal blindado que separa la sala de juicio, del público, con la desesperanza de quien quiere hacer algo para calmarse, sin saber como conseguirlo. Por supuesto eran expulsados de la sala por la policía .
Recuerdo muchas historias más, todas ellas me causaron gran impresión pero no creo que aporten mucho más a este relato mío.
Aprendí a convivir con la humillación, la rabia, la indefensión, el odio, los deseos de venganza, la culpa, la impotencia, el resentimiento, el miedo y también con la tristeza , el duelo y la posibilidad de continuar con sus vidas a pesar de lo vivido, lo que me producía una gran admiración.
En definitiva aprendí y entendí, mas allá de lo que pone en los libros , como nos sentimos los seres humanos cuando nos ocurre algo así.
La reacción de “los demás” hacia estas personas me impresionó y me sorprendió, quizá porque en aquel momento, todavía quería conservar esa inocencia que te permite creer que si tienes la mala suerte de estar en el momento y el lugar donde la bomba estalla, “los demás” sabrán que hacer contigo, sabrán como ayudarte a aliviar o reconducir tanto dolor.
Pero desgraciadamente esto no siempre era así. Durante los diez años que trabajé en la A.V .T, las reacciones externas hacia las victimas del terrorismo y sus familiares variaron mucho, desde las reacciones agresivas que policías y militares sufrían tras el atentado en el País Vasco por parte de un sector de la sociedad y que como decían ellos les obligaba a sacar los ataúdes por “la puerta de atrás “ a una mayor identificación con las víctimas cuando la violencia terrorista empezó a matar a “cualquiera”.
Ya han pasado más de doce años de aquella experiencia mía y tengo que reconocer que la manifestación del pasado domingo me produjo sentimientos encontrados, por un lado estaban las víctimas indignadas, por otro los ciudadanos apoyando tan natural indignación y por otra los políticos con su eterna ambigüedad.
Y desde entonces no paro de pensar en la humillación y en sus peligrosas consecuencias.
Podemos pasarnos media vida o quizá la vida entera señalando a quien nos humilló, buscando a los culpables, a sus cómplices, intentando que paguen por lo que nos han hecho, indignándonos si encuentran alguna rendija por la que escapar de su castigo.
Y me pregunto ¿será esa la mejor o la única manera que encontramos los humanos para aliviarnos de la humillación? ¿Y no será la humillación de hoy la justificación de las agresiones de mañana?
Y cuando pienso en la palabra “perdón” no me ayuda a resolver este dilema. Me parece que es un ejercicio realmente difícil y que se puede dar de forma real en poquísimas ocasiones. Se tienen que dar circunstancias muy especiales por ambas partes para que el perdón pueda ser una vía de solución.
¿Y la venganza? ¿Será esta una vía de solución real? O ¿será la mejor manera de entrar en esa circularidad tan peligrosa humillación-venganza-humillación-venganza?
¿Y la justicia? ¿ No será esta una forma ilusoria de venganza que siempre nos deja un regustillo de insatisfacción?
Y si ni el perdón, ni la venganza, ni la justicia nos alivian realmente la humillación ¿qué camino nos queda? ¿Tragarnos el sapo? ¡Menuda indigestión! Hay sapos que tragados pueden matar a cualquiera.
Difícil salida, quizá no haya más salida que la que cada uno encuentre.
Opinión:
Siempre que hablo de algún especialista en la psicología de atención a victimas del terrorismo pongo como ejemplo a mi querida y admirada amiga y colaboradora Sara Bosch, que siempre ha estado a mi lado, tanto en los pocos momentos buenos como en los muchos momentos malos que hemos tenido que compartir en la atención integral a victimas del terrorismo.
Pero es de justicia recordar también a Maria Luisa, quien desde Madrid realizo una excelente labor en aquella antigua AVT donde aprendimos a trabajar, con escasos recursos, en la asistencia a la victima huyendo de partidismos, ideologías y “cantos de sirena” políticos. Tal es así que después de años de trabajo conjunto no recuerdo haber tenido ninguna conversación de talante político con Maria Luisa… ni con nadie de aquella estimada antigua AVT.
Dudo que ahora ocurra lo mismo con la actual.
NOTA:
con el permiso de la autora puede reproducirse el presente articulo.
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